sábado, 23 de noviembre de 2024
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Para ir en busca de la verdadera felicidad…

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Redacción (Miércoles, 08-10-2014, Gaudium Press) Hay un movimiento fundamental del alma viciada en la sensualidad o el orgullo que puede ser focalizado desde la perspectiva psicológica, y que es esencialmente un ir hacia adentro, encerrándose en sí.

El sensual no admira realmente el objeto que le alimenta la pasión sino que adora el placer que en sí se produce, es decir él se vuelve de forma exclusiva al movimiento de su mecanismo interno productor de placer. En definitiva, se adora a sí propio.

A su vez, el orgulloso simplemente se basta a sí mismo: él cree que no necesita de los demás, y sobre todo no necesita de Dios. Si es orgulloso ‘extrovertido’ se batirá por los aplausos de la platea, pero solo como reconocimiento a su «grandeza autosuficiente interna»; él contempla sobre todo su interior. El orgulloso ‘introvertido’ -ese que ni siquiera necesita que el vulgar pueblo reconozca sus «gigantescos» dotes- pues llanamente el mundo le importa un bledo: él tiene suficiente con vivir en su pseudo-maravilloso mundo interno.

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Entretanto, como expresábamos en anterior nota, la clave de la felicidad está en salir de sí; precisamos regresar «al mundo de la consideración de las cosas maravillosas que hay a nuestro alrededor», según la bella expresión acuñada por Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP.

El salir de sí es por lo demás un movimiento espontáneo del ser que percibe su contingencia, su debilidad, su insuficiencia, su carencia de muchísimas cosas que le son necesarias, no solo desde el aspecto físico sino desde su espiritualidad. Es un salir de sí buscando ese algo que ansía y que lo completa. En verdad el egoísmo es anti-natural. El egoísmo es explicable cuando se considera la existencia del pecado original, pero no por ello deja de ser anti-natural, pues lo natural es la carencia y el deseo de la carencia de ser completada, de ser auxiliada en la plenitud, en lo Absoluto. No en el falso absoluto de la sensualidad o el falso absoluto del orgullo, sino en el verdadero Absoluto que es Dios, o los reflejos de ese Absoluto existentes en las cosas creadas.

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De acuerdo a lo anterior podemos ver que existen tres tipos de almas: las que salieron de sí pero regresaron a su yo exclusivo -y en ese tipo de movimiento se encuentran estancadas, un verdadero círculo vicioso-; las que ya casi no salen de sí; y las que salen de sí a la procura de Dios y a Él encuentran. Solamente estas últimas tienen la posibilidad de deleitarse con algo de la felicidad de que podemos gozar en esta tierra, pues solo ellas están en capacidad de entrar en contacto con el único Ser que da verdadera bienaventuranza, el Creador.

De los anteriores principios podemos tirar valiosas conclusiones para nuestra vida cotidiana:

1. Cuidado con encerrarnos. Cuando tengamos la tendencia a recluirnos en nuestros problemas o intereses, contrariemos esta inclinación contemplando la realidad exterior.

2. Para favorecer nuestro salir de sí, procuremos prestar una particular atención a los seres maravillosos, creador por Dios o hechos por el hombre, pues ellos tienen un especial poder de atracción que nos facilita el contrariar nuestro egoísmo.

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3. Cuando un objeto particularmente bello llame nuestra atención, tengamos una contemplación desinteresada, no egoísta. Por ejemplo, si nos es concedida la alegría de visitar una maravilla como el Castillo de Chantilly de las fotos adjuntas, no nos imaginemos como los dueños del castillo llevando la vida más holgada o regalada posible, sino que simplemente contemplemos a las sublimidades allí presentes como reflejo de las maravillas del Cielo, lugar donde habitaremos con Dios por el favor de la Virgen.

4. Y sobre todo, para que el egoísmo no ahogue nuestro deseo de absoluto, recemos a la Virgen Bendita, quien no vivía para sí, sino para su Señor y su Dios, y era una acuciosa contemplativa de todos los reflejos de Dios en la Creación.

Por Saúl Castiblanco

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