Redacción (Jueves, 09-10-2014, Gaudium Press) Un monje benedictino cuenta el siguiente hecho:
– Me encontraba en la feria de una pequeña ciudad medieval llamada Chateau d’Eau, en Francia, y me gustaba mucho admirar y prestar atención a lo que los otros transeúntes hacían. En un determinado día oí algo muy edificante, medité profundamente y comenté con los otros monjes.
Era un jueves. Percibí que había una señora acompañada de su hija, una niña que miraba y admiraba todo con una mirada inocente; tanto que parecía que miraba todo aquello por primera vez. Sin embargo ella tenía algo de diferente de otros niños ella solo miraba y prestaba atención a lo que era bonito y maravilloso.
Cuando volví al monasterio comenté la inocencia que vi en aquella niña y todos se quedaron admirados, pues era una inocencia más que se conservaba.
En la semana siguiente fui ansioso a la feria para ver si encontraba a la pequeña niñita con su mirada pura brillando. Esta vez la encontré encantada por una muñeca, trabajada en porcelana y que estaba vestida de reina con un bello báculo en su mano derecha. La niña comenzó a pedir insistentemente a su madre que le diera de regalo la muñeca. Entretanto, la madre no lo quería hacer, en un primer momento; ella quería con eso probar y testar a la niña para ver si a ella le gustaría realmente tener aquel regalo, o si era mero capricho.
Pero la madre conociendo a la pequeña niña, sabía que ella quería la muñeca por ser muy bonita y además era una reina, y después de harta persistencia consiguió el regalo de su madre.
De este hecho saqué una gran lección de vida espiritual, la lección es la siguiente: percibí que lo mismo ocurre con Dios en relación a nosotros y a nuestras oraciones. Cuántas veces oímos la siguiente frase: rezo, rezo, rezo más Dios no me atiende. Pero si Dios nos dice que seremos siempre atendidos y no lo somos, quiere decir que el problema está en nosotros, pues si pedimos algo que sea para nuestra salvación, Dios infaliblemente nos dará lo que le pedimos, nos conseguirá todo lo que precisamos. Y lo que Él nos pide para que seamos atendidos es nuestra persistencia incansable.
Así Él mismo nos enseña: «Si alguno de vosotros tiene un amigo, y va hasta él a la medianoche y le dice: Amigo me prestas tres panes, porque un amigo mío acaba de llegar de viaje a mi casa y no tengo nada que darle; y él respondiendo os dice: No me seáis inoportuno la puerta ya está cerrada, mis hijos ya están acostados; no me puedo levantar para dar cosa alguna. Si el otro persevera en golpear, os digo que, aunque él si no levantase a darles, por ser su amigo, ciertamente por su importunación se levantará y le dará cuantos panes precise». (Lc 11,5-8)
De este mismo modo debemos actuar con Nuestro Señor, pues Él no se irrita con nosotros por ser inoportunos y pidamos todo lo que precisamos, pues: «Dios es el primero en llamar al hombre. Aunque olvide a su Creador o se esconda lejos de su rostro, aunque corra atrás de sus ídolos o acuse la divinidad de haberlo abandonado, el Dios vivo y verdadero llama incesantemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración.»[1]
Por Felipe Zoghaib
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[1] CIC Ed, São Paulo, Brasil, 1999. Art. 2567
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