Redacción (Viernes, 10-10-2014, Gaudium Press) El evangelista San Marcos narra un hecho bellísimo sobre la oración: «En aquel tiempo, Jesús salió de Genesaret y se fue a la región donde se encuentra Tiro. (…) Una mujer, que tenía una niña poseída por un espíritu impuro, se enteró enseguida, fue a buscarlo y se postró a sus pies. Cuando aquella mujer, una siria de Fenicia y pagana, le rogaba a Jesús que le sacara el demonio a su hija, él le respondió: ‘Deja que coman primero los hijos. No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos’. La mujer le replicó: ‘Sí, Señor; pero también es cierto que los perritos, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños’. Entonces Jesús le contestó: ‘Anda, vete; por eso que has dicho, el demonio ha salido ya de tu hija’. Al llegar a su casa, la mujer encontró a su hija recostada en la cama, y ya el demonio había salido de ella». (Mc 7,24-30)
Oración de Jesús en el Huerto |
De este pequeño trecho del evangelio es posible extraer varias lecciones. Si observamos bien, vemos una tenacidad en el acto de pedir, pues ella sabía que los judíos despreciaban a los otros pueblos. Entretanto, ella con confianza buscó al Divino Maestro para hacer su súplica delante de Él para que así su hija fuese liberada del demonio que la poseía. San Alfonso María de Ligorio conocido como el «Doctor de la Oración» – por haber escrito un libro llamado La oración, gran medio de salvación – citando a Santo Tomás, nos da las principales condiciones para que Dios atienda nuestras oraciones: «Que se rece con devoción y perseverancia. Con devoción quiere decir con humildad y confianza; con perseverancia, quiere decir sin dejar de rezar hasta la muerte. Estas condiciones, humildad, confianza y perseverancia, son las más necesarias para la oración…»[2]
Pero cuando llevamos una vida de piedad en regla, el demonio, viendo la miseria humana nos coloca la siguiente tentación, que es uno de los problemas más comunes al inicio de la vida espiritual: ¿será que estoy actuando bien con Dios? ¿Será que no estoy siendo demasiado inoportuno?
Por el contrario, a Dios le gusta ser importunado; es doctrina de los Padres de la Iglesia que el mejor medio de agradecer a Dios es pedir siempre más.
«Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá». (Mt. 7,7-8)
Después de esos ejemplos podemos concluir que, con la oración Dios nos da el cielo, nos hace santos; ¡basta pedir! Nuestro Señor nos da todo.
San Bernardo nos estimula a siempre recurrir a Nuestra Señora afirmando justamente que Ella nunca deja de atendernos: «Acordaos oh piadosísima Virgen María, que nunca se oyó decir que alguno de aquellos que hayan recurrido a vuestra protección, implorado vuestra asistencia y reclamado vuestro socorro, fuese por vos desamparado. Animado yo, pues, con igual confianza, a Vos, oh Virgen entre todas singular, como Madre recurro, de Vos me valgo, y, gimiendo bajo el peso de mis pecados, me postro a vuestros pies. No despreciéis mis suplicas, oh Madre del Verbo de Dios humanado, mas dignaos de oírlas propicia y de alcanzarme lo que os ruego. Así sea»[3].
Por Felipe Zoghaib
___
[2] LIGÓRIO, Santo Afonso Mareia de. A oração. Aparecida
[3] PRECES, Pro opportunitate diciendæ. Ed. Retornarei.São Paulo,2005.
Deje su Comentario