Medellín (Jueves, 23-10-2014, Gaudium Press) En la ponencia introductoria del IV Congreso Internacional Joseph Ratzinger -que se realiza en la sede de la Universidad Pontificia Bolivariana en Medellín – Colombia con el tema «El respeto a la vida, una camino para la paz»- Mons. Ricardo Tobón, Arzobispo de la ciudad, propuso un «itinerario sencillo», buscando abrir «los horizontes de las materias que vamos a tratar en el Congreso». El Arzobispo disertó primero sobre la vida, y particularmente la vida humana; después sobre la paz; posteriormente acerca del significado del respeto a la vida y finalmente sobre el camino desde el respeto a la vida hasta la consecución de la paz.
«¿Qué es la vida?», se preguntó el Arzobispo. Los vitalistas, a diferencia de los mecanicistas, han visto el origen de ese «fenómeno absolutamente singular», «en el uno, en el ‘nous’, en el ‘logos’, en Dios. Ven un Principio vital que es causa de todo». La vida es verdaderamente un milagro. «Una sola célula se comporta como si en su centro existiese una especie de élite directiva, capaz de organizar según un orden lógico y programado, miles y miles de reacciones químicas y físicas, algunas de las cuales todavía no se han podido reproducir en ningún laboratorio».
«Entre los seres vivos, el ser humano es el viviente por antonomasia», recordó el Arzobispo de Medellín. Entretanto, «la vida del hombre se distancia de las de otros seres vivos. Es una vida consciente de sí misma. Caracterizada por niveles espirituales, capaz de construir dimensiones sociales». Su autoconciencia, le permite al hombre «ponerse el problema de la vida». «Tiende a trascender los límites del tiempo y del espacio en los cuáles se sitúa la vida. De alguna manera, [el hombre] es dueño de su vida». «Más que una vida hecha, la vida para el hombre es una posibilidad para explorar, descubrir y realizar. Una permanente novedad. Es una vida orientada hacia lo verdadero, lo bueno, lo bello, y lo eterno».
De lo anterior se deriva el gran problema antropológico. «¿Cómo entender este ser que aspira a lo Absoluto, pero es incapaz de absolutizarse? ¿Este espíritu encarnado, tenso hacia lo infinito que no logra alcanzar infinitud? ¿Esta fuente inagotable de posibilidades, que no logra nunca todo lo que puede dar? ¿Este ser llamado al amor, que a veces se encierra dramáticamente en sí mismo? ¿Cómo dirigir este ser misterioso, que se auto-trasciende en lo que piensa, proyecta, escoge, desea, produce, sin alcanzar nunca las metas de verdad, de libertad y de felicidad a las que aspira?», se preguntó Mons. Tobón. «¿Por qué está dividido entre dos mundos? Al final, ¿la persona es una posibilidad posible, o una utopía?».
No obstante, todo lo anterior muestra la grandeza de la vida humana, y facilita el reconocimiento de que ella es un don, y un gran don. «Eso es la vida: misterio, don, tarea». La altísima dignidad de la vida humana es una noción que en los cristianos se acrecienta con la certeza de que toda persona humana ha sido creada a imagen y semejanza de Dios. «Si en la realidad no se respeta suficientemente este derecho [a vivir con dignidad], la convivencia humana corre serio peligro, todo acuerdo pierde valor y queda atropellada la misma existencia del individuo», recalcó el Arzobispo.
«¿Que es la paz?»
«La paz es el gran deseo de la humanidad; es el anhelo de todo corazón humano, tanto por lo que se refiere a la exclusión de la violencia, como a los medios para superar las diferencias y lograr la justicia». Citando a Benedicto XVI en el mensaje para la Jornada de la paz del año pasado, Mons. Tobón afirmó que el deseo de paz «coincide en cierto modo con el deseo de una vida humana plena, feliz y lograda».
«La paz concierne a la persona humana en su integridad, e implica la participación de todo el mundo. Se trata de paz con Dios, viviendo según su voluntad. Paz interior con uno mismo y paz exterior con el prójimo y con toda la creación». Benedicto XVI destacaba que sobre todo, la paz es un don de Dios.
Adentrándose en la profundidad del pensamiento de Ratzinger, bien se ve que la paz no admite simplismos. «La paz incluso no se busca en sí misma -expresó Mons. Tobón. Ella en último término es la consecuencia de una vida plena y feliz. El beato Pablo VI lo explica con precisión. La paz no es un hecho autógeno, aunque se atiendan los impulsos profundos de la naturaleza humana. La paz es un orden, y al orden aspiran todas las cosas, todos los hechos, como un destino pre-constituido, como una razón de ser preconcebida, pero que se realiza en concomitancia y en colaboración con multitud de factores. Por eso la paz es un vértice que supone una interior y compleja estructura de soporte. Es como un cuerpo flexible que debe ser sostenido por un esqueleto robusto. Es una construcción que debe su estabilidad y su excelencia al esfuerzo sostenedor de causas y condiciones que a veces le faltan, y que aun cuando las tiene no siempre cumplen la función que les ha sido asignada para que la pirámide de la paz sea estable». La verdadera paz, que es la expresión de la armonía, es una paz cimentada en el orden.
«Todo el mundo quiere la paz. Pero quien conoce y valora la verdadera paz, rechaza ciertas formas de pacifismo que no van más allá de un aparente mantenimiento de la tranquilidad. No podemos aceptar una supuesta paz a cualquier precio. No podemos contentarnos con una paz superficial que se limite a garantizar la participación democrática y la libertad, bienes preciosos sin duda, pero que no se conecta con el mundo de los valores, del comportamiento moral, del sentido de la vida, del proyecto común de un pueblo».
«Necesitamos la paz de Dios, que llega cuando hay personas dispuestas a renunciar al mal, y a entrar por los caminos del bien. La paz no llega a una sociedad si antes no se han facilitado los corazones, librándolos del pecado y de sus consecuencias sociales».
¿Cómo debe ser el respeto a la vida? Es claro que quien comprende la alta dignidad de la vida humana, la hace merecedora de todo el respeto. Por ello el magisterio de la Iglesia siempre fue defensor de la vida, particularmente los Papas recientes, ante atropellos actuales, como «el aborto, la experimentación sobre los embriones y la eutanasia», además de las agresiones propias de los conflictos modernos y el terrorismo, el rebajamiento de la condición femenina al grado de objeto, etc. Es sorprendente como la ciencia y la técnica que tanto han avanzado en el conocimiento de la vida, hoy sean también cómplices en su destrucción.
«El respeto a la vida es un acto múltiple que implica admirarse ante ella, aceptarla, amarla, protegerla, servirla», señaló el Arzobispo.
¿Y cómo se hace el camino desde el respeto a la vida hasta la paz?
«Para llegar a la paz a partir del respeto a la vida, se requiere una educación para la paz, una cultura de paz, y una espiritualidad que ilumine y fortalezca la voluntad de paz», señaló Mons. Tobón. El prelado ahondó en detalles de cada uno de esos elementos.
Gaudium Press / S. C.
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