Ciudad del Vaticano (Miércoles, 29-10-2014, Gaudium Press) En la catequesis de la Audiencia General de hoy, el Papa disertó sobre las realidades visible e invisible de una misma Iglesia. La realidad invisible -la más alta, que entretanto se une a la visible- tiene es en esencia que la Iglesia «es el cuerpo de Cristo, edificado en el Espíritu Santo».
Foto: Rome Reports |
La realidad visible, aquellos elementos de la Iglesia que vemos, como «nuestras comunidades, a nuestras parroquias, a nuestras diócesis, a las estructuras en las cuales habitualmente nos reunimos y, obviamente, también a los componentes y a las figuras más institucionales que la rigen», es muy rica también, tanto que «no se puede medir». «¿Cómo se hace para conocer todas las maravillas que, a través de nosotros, Cristo logra obrar en el corazón y en la vida de cada persona?».
¿Cuál es la relación entre la realidad visible y la invisible de la Iglesia? «Podemos comprenderlo mirando a Cristo: Cristo es el modelo, es el modelo de la Iglesia porque la Iglesia es su Cuerpo».
La Persona de Cristo, modelo de la unión entre la realidad visible y la invisible de la Iglesia
«En Cristo, en efecto -señaló el Papa-, en virtud del misterio de la Encarnación, reconocemos una naturaleza humana y una naturaleza divina, unidas en la misma persona en modo admirable e indisoluble. Esto vale en modo análogo también para la Iglesia. Y como en Cristo la naturaleza humana secunda plenamente aquella divina y se pone a su servicio, en función del cumplimiento de la salvación, así sucede en la Iglesia, por su realidad visible, con respecto a aquella espiritual. Por lo tanto, también la Iglesia es un misterio en el cual lo que no se ve es más importante de lo que se ve y puede ser reconocido sólo con los ojos de la fe (cfr Cost. Dogm. sobre la Iglesia Lumen Gentium, 8)».
Jesús se servía de su humanidad para hacer el bien; de forma análoga Dios se sirve de la Iglesia «visible», para realizar su obra salvífica.
«En el Evangelio de Lucas se cuenta cómo Jesús, de vuelta en Nazaret, -hemos oído esto- donde había crecido, entró en la sinagoga y leyó, refiriéndose a sí mismo, el pasaje del profeta Isaías, donde está escrito: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracias del Señor’ (4,18-19). He aquí cómo Cristo se sirvió de su humanidad – porque también era hombre -, para anunciar y realizar el diseño divino de redención y de salvación – porque era Dios -, así debe ser también la Iglesia».
La Iglesia es constituida también por pecadores, pues todos los somos, recordó el Papa. Entretanto, el reconocernos como parte del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, y por tanto, instrumentos suyos para la salvación de los hermanos, nos debe mover a la santidad de vida. «Podemos convertirnos en un motivo de escándalo, sí. Pero también podemos convertirnos en motivo de testimonio, ser testigos que con nuestra vida decimos: así quiere Jesús que nosotros hagamos», concluyó el Papa.
Con información de Radio Vaticano
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