Redacción (Miércoles, 29-10-2014, Gaudium Press) Ya está zanjada la polémica antigua, cuando se discutía sobre la primacía de la ascética o de la mística, en una especie de lucha irreconciliable entre dos contrarias.
Ya sabemos también que la esencia de la mística cristiana es la acción de los dones del Espíritu Santo en el alma 1, y no ciertos fenómenos extraordinarios como por ejemplo los maravillosos éxtasis de Santa Teresa de Jesús, a quien gloriosamente conmemoramos por estos días en el V Centenario de su nacimiento. Místico tiene que ser todo cristiano, y no sólo San Juan de la Cruz y congéneres, pues el Espíritu Santo tiene que hacer su obra en toda alma que desee ser salvada.
En estos ámbitos, suscribimos enteramente las tesis del Padre Arintero, cuando dice que la ascética -es decir y a ‘grosso modo’, el esfuerzo personal aunque auxiliado por la gracia para practicar la virtud y luchar contra el pecado y los vicios- debe estar subordinada a la mística, pues la primera «no se basta por sí sola ni basta para llevarnos a la perfección, a que todos debemos tender, sino que se ordena a disponernos para encontrar esta plena perfección en la mística». 2
Pero así como las virtudes -teologales y cardinales-, también los dones del Espíritu Santo necesitan esa chispa que los encienda, un tipo de gracias actuales que podemos denominar gracias místicas, mociones místicas. Miremos como el P. Royo Marín describe el proceso:
«En el caso de los dones, la moción divina que los pone en marcha es muy distinta [de la que pone en funcionamiento las virtudes]: Dios actúa, no como causa principal primera -como ocurre con las virtudes- sino como causa principal única, y el hombre deja de ser causa principal segunda, pasando a la categoría de simple causa instrumental del efecto que el Espíritu Santo produce en el alma como causa principal única. Por eso los actos procedentes de los dones son materialmente humanos, pero formalmente divinos». 3
El mismo Padre Royo nos aporta un ejemplo harto ilustrativo de la muy superior acción de Dios en el alma a través de los dones: es algo «semejante a la melodía que un artista arranca de su arpa, que es materialmente del arpa, pero formalmente del artista que la maneja». 4 Dios es el artista; nosotros el arpa.
En el caso del pecador, que no posee los hábitos infusos -es decir gracia santificante, virtudes y dones- no negamos la existencia de un tipo de gracias actuales de orden místico que «disponga al alma para recibir los hábitos infusos» 5, particularmente los dones del Espíritu Santo. Es decir, no es una gracia que pone en movimiento los dones, pues no existen en el alma culpable, pero sí dispone para recibirlos y puede ser eficaz en recuperarlos.
Por ejemplo, con el auxilio de la gracia actual, el hombre pecador puede realizar un acto de amor de Dios sobre todas las cosas, recuperando con ello la gracia santificante y los hábitos infusos.
Los Flashes
Con los anteriores presupuestos, hablemos de ciertas gracias de aquellas de orden místico que Plinio Corrêa de Oliveira llamaba «flashes».
Son éstas un tipo de gracias actuales que actúan los dones del Espíritu Santo, particularmente el don de Sabiduría, consiguiendo que el alma contemple y experimente las maravillas de Dios. Los «flashes» se dan más frecuentemente a partir de ciertas realidades materiales, como por ejemplo un cáliz que la persona encuentra especialmente bello, o una iglesia singularmente linda -o que al menos la persona siente en ese momento como tal- y que torna casi sensible al alma atributos del Creador, v.gr. la bondad divina, su carácter misericordioso, sublime, etc. «Son toques de la gracia [que] nos hacen percibir una analogía de las criaturas con el Creador, pero nos hacen percibirla de un modo sobrenatural», decía el Dr. Plinio.
Son momentos fugaces pero intensos, que en que ciertas realidades adquieren un brillo sobrenatural, mostrando aspectos de Dios.
Estos flashes tienen muchos efectos, pero particularmente «durante los minutos, horas, días, meses, en los cuáles permanece la generosidad causada por el ‘flash’, se pueden observar 3 efectos: el amor a Dios y, por tanto el amor a la Iglesia, se intensifica, una gran apetencia de lo sobrenatural se constituye y hace entonces surgir una gran apetencia de combatir la tentación y el pecado. En suma, la persona queda extraordinariamente generosa», según afirmaba Plinio Côrrea de Oliveira.
El flash produce un conocimiento «sabroso» de las cosas de Dios, es decir, algo característico del don de sabiduría.
Ocurre un flash, por ejemplo, cuando viendo un conejito joven, de repente percibimos dentro de nosotros una especial sensación de ternura, y de la ternura del Hacedor del conejo. O delante de un león, singularmente digno, sentimos en nuestro interior como el Creador del león es forzosamente elevado, es fuerte, es majestuoso. Y así con múltiples objetos.
El flash es un auxilio especial de Dios para llevar adelante las luchas de esta vida. «Cultivar» el flash -lo que es necesario si se piensa que es una comunicación de Dios- es estar atento a cuando llegan esas comunicaciones divinas, es recordarlas cuando han pasado, es saber que no son fuerza nuestra sino clara misericordia de Dios hacia nosotros para que adelantemos en la práctica de la virtud. Continuaremos tratando el tema en próximas ocasiones.
Por Saúl Castiblanco
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1 Arintero, Juan, O.P. Cuestiones Místicas. BAC. Madrid. 1956. p. 404
2 Ibídem, p. 482
3 Royo Marín, Antonio, O.P. El Gran desconocido – El Espíritu Santo y sus dones. 8va. Edición. BAC. Madrid. 1998. p. 100
4 Ídem.
5 Royo Marín, Antonio, O.P. Teología Moral para Seglares – Moral fundamental y especial. 8va. Edición. BAC. Madrid. 1996. p. 209
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