Redacción (Jueves, 06-11-2014, Gaudium Press) Hace dos mil años surgió en Israel un Hombre realmente extraordinario. Él pasó por la tierra haciendo el bien y con sus predicaciones atrajo las multitudes, que acudían a oír maravilladas al Maestro que predicaba con autoridad y declaró a su propio respecto: «Fue para dar testimonio de la verdad que yo nací y vine al mundo. Todo aquel que es de la verdad escucha mi voz» (Jn 18,37). Esas palabras del Salvador son para nosotros un llamado: ser de la verdad.
Hay en todo hombre una necesidad de verdad que hace de ella el objeto de una constante búsqueda, nacida de lo más íntimo del ser.
En último análisis, la sed de verdad no es otra cosa que la búsqueda de lo Absoluto puesta en el núcleo de los seres racionales
por el propio Creador. «Quien busca la verdad busca a Dios, aunque no lo sepa». [1] De ese modo, estamos continuamente buscando la verdad, ya que siempre estamos buscando a Dios, la propia Verdad.
La verdad de la vida
No hay quien no se pregunte qué es la verdad. Conocer las cosas como ellas son en sí mismas es poseer la verdad, conocerlas de modo diferente es engañarse. La verdad atiende al intelecto porque en ella está el bien de las naturalezas inteligentes, su fin y perfección. ¿Será ella también capaz de dar una razón a nuestra vida, confiriéndole sentido y valor superiores, y además satisfacer el inmenso deseo de verdad que abraza no solo nuestra razón sino toda nuestra alma? Sí, y bajo este aspecto ella se presenta como verdad de la vida, o sea, una conducta recta, conforme las palabras del rey Ezequías: «Recuerda, Señor, cómo anduve delante de ti según la verdad y siempre con un corazón recto».
La verdad de la vida es una regla de rectitud personal, según la cual la vida es llamada verdadera, quiere decir, «mientras ella se conforma a aquello que es su propia regla y medida, o sea, la ley divina, que le confiere esta rectitud». [2] El salmista parece haber comprendido tal realidad cuando cantó: «Escogí seguir la trilla de la verdad, delante de mí coloqué vuestros preceptos, oh Señor. Vuestra ley es la verdad» (cf. Sl 118,30; 142).
De acuerdo con Santo Tomás, la verdad de la vida es común a todas las virtudes, [3] lo que significa que engloba las virtudes y brilla en ellas. [4] Es por eso que muchas veces ella es designada con el nombre de la virtud en la cual resplandece. A la verdad de la vida se da el nombre de justicia como afirma el Águila de Hipona: «Pienso que son justos los que actúan bajo la ley eterna» [5]; y por causa de la rectitud que le es esencial, la verdad de la vida es también llamada simplemente de rectitud, como comenta la Glosa: «Tiene corazón recto quien quiere lo que Dios quiere». [6] É por ese medio que podemos ser de la verdad.
Un llamado para todos
Al despertar para la vida consciente, el niño observa que en el mundo existe un admirable orden. En seguida, impulsado
instintivamente a buscar el bien y a amar la verdad, mirando para sí mismo percibe ese orden reflejado como que en un espejo y discierne en su interior la verdad que buscaba. Es porque San Agustín decía: «No salgáis de ti, sino vuelve para dentro de ti mismo, la verdad habita en el interior del hombre». [7] Si es fiel a ese primer movimiento, el niño no tardará en escoger la verdad que descubrió gravada en su corazón por maestra y guía, pues comprende que de la fidelidad a ella dependerá la rectitud de su vida. Así, pues, cuanto más amor devote a la verdad, cuanto mayor es la limpidez en discernirla y contemplarla, y mayor el entusiasmo con que la abrace, mayores serán, en consecuencia, las condiciones de triunfo que dispondrá en las innúmeras batallas que tendrá en pro de la fidelidad.
En efecto, cuantas y cuantas veces, el justo, si quisiese conservar su rectitud, será blanco de burlas y persecución. En cuantas ocasiones deberá sustentar su palabra, incluso con daño para sí mismo. En cuantas otras, una mentira o injusticia se presentarán como óptima oportunidad. A pesar de todo, él permanece firme en su integridad. A tal persona el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira llamaba alma fiel:[8] aquella que vio la verdad, hizo lo posible para sacar las conclusiones que de ella se desprenden, y porque ama la verdad más que todo, concluyó con ella un pacto eterno y se decidió a seguirla incondicionalmente. Por ese motivo está dispuesto a abandonar cualquier cosa en favor de la verdad, aunque eso represente una gran renuncia o le cueste la propia vida. Así procede el hombre de recto corazón, no con tristeza, ni siquiera con resignación, sino con gran júbilo. Él tiene en la verdad una perenne fuente de Gaudio, encontrando en ella su paga y recompensa. Sabiamente escribió Teodoreto: «Cuando Dios prometió premio alguno a los que luchan en la verdad, ella solo es tan hermosa que puede obligar a los que la aman a sufrir toda suerte de trabajos por su amor». [9] De hecho, «Quien tiene recto corazón ha de ver el rostro de Dios» (Sl 10,7), he aquí la máxima recompensa del justo: la propria Verdade Eterna e Absoluta.
Ley viva
El corolario de una vida recta es, para el alma fiel, discerniendo el bien y practicando la verdad, convertirse ella misma en una ley viva. Por vivir en la verdad, el justo levanta dentro de su alma un muro de separación entre la virtud y el vicio, el bien y el mal, la verdad y el error, de manera que él para practicar el mal debe hacer esfuerzo, tiene que hacerse violencia; su conciencia es recta y lo torna capaz de distinguir con claridad el bien del bam en cada situación, haciendo de él un juez recto -aunque por veces severo- para sí mismo. En una palabra, esa persona merece el elogio que recibió Natanael del proprio Redentor: «He aquí un israelita de verdad, un hombre en el cual no hay fraude» (Jn 1,47).
Por Luís Filipe Barreto Defanti
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[1] STEIN, Edith. apud AGUILÓ, Alfonso. É razoável crer? São Paulo: Quadrante, 2006, p. 8.
[2] S. Th. II-II, q. 109, a.2, ad 3.
[3] S. Th. II-II, q. 109, a.2, ad 3.
[4] S. Th. II-II, q. 109, a.3.
[5] AGUSTÍN, San. Liv. Arb. I, 15, n. 31.
[6] Glosa Lombardi: ML 191, 325.
[7] AGUSTÍN, San. A verdadeira religião, 39, n. 72.
[8] Cf. CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. O funcionamento mental: O processo lógico e o simbólico. São Paulo, 04 abr. 1960. Palestra.
[9] TEODORETO. Cart. 21 a Euseb., sent. 3.
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