sábado, 23 de noviembre de 2024
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Algunas luces y curiosidades en la vida de Don Blas de Lezo

Redacción (Lunes, 24-11-2014, Gaudium Press) Blas de Lezo: La gran figura del marino español de finales del S. XVII y de inicios del XVIII cada vez más alcanza proporciones universales.

Las paradojas de la vida: algo que benignamente podría ser llamado un claro ‘despiste’ de algunos -que recientemente quisieron rendir un homenaje a su derrotado enemigo, el almirante Vernon, en el propio sitio de la humillación- ha sido ocasión para dar más relieve a ese gigante «medio hombre», que sin un ojo, sin una pierna, y con su brazo derecho inútil (huellas todas de su bravura en diversos mares), y con solo seis barcos y 2.800 hombres, derrotó en 1741 a la más grande flota desplegada de todos los tiempos -mayor que la Armada Invencible y sólo superada por la del desembarco a Normandía- la cual constaba de 180 naves, 15.000 tripulantes para esas embarcaciones, más de 8.000 soldados de infantería de desembarco con artillería de asedio, 4.000 milicianos americanos bajo el mando de Lawrence Washington y 2.000 nativos jamaiquinos macheteros.

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Monumento a Don Blas de Lezo en Cartagena de Indias

Es que los ingleses no venían sólo a ‘piratear’, sino que su designio era ciertamente apoderarse de la «Llave de las Américas», o «Llave de las Indias», Cartagena de Indias, y con ella amenazar todo el imperio español de por estas tierras.

Piratear: es eso y más lo que hizo el francés Jean Baptiste Ducassé en 1697 con Cartagena de Indias, cuando en compañía de verdaderos filibusteros asoló la ciudad junto al Barón de Pointis. Fue sin duda el saqueo más terrible que sufrió Cartagena del Poniente en toda su gloriosa historia. En esa época Francia peleaba aún contra España, pero solo hasta el tratado de Ryswick, de ese mismo año. Pues bien, coincidencias y paradojas que a veces trae la vida, nuestro querido Blas de Lezo, el inmortal defensor de Cartagena, siendo capitán del buque ‘Nuestra Señora de Begoña’, luchó bajo el mando de Ducassé en el famoso bloqueo de Barcelona de 1714, cuando la finalmente victoriosa armada pro-borbones tenía como principal misión impedir el avituallamiento de la ciudad.

Pero las coincidencias de corte novelesco allí no paran. Ya en una escuadra conjunta franco-española, y siendo un joven guardiamarina de 17 años, Blas zarpó un 24 de agosto de 1704 de Málaga encontrando al poco tiempo al enemigo inglés. «Al mando [de la escuadra inglesa] estaban los almirante Rooke y Shovel, el vicealmirante sir John Leake y dos almirantes más de las Provincias Unidas de Holanda. Entre los oficiales ingleses se encontraba Edward Vernon, por aquel entonces un joven marino al que don Blas volverá a encontrarse en 1706, para terminar enfrentados en el ataque inglés a Cartagena de Indias, casi cuarenta años más tarde». (1)

Fue en esa batalla de Málaga que Blas de Lezo perdió su pierna izquierda, la primera de sus ‘pérdidas’, convirtiendo su bautismo de fuego en también bautismo de sangre. Tal vez no imagine el lector las técnicas «quirúrgicas» para la amputación de una pierna en ese entonces: «Primero con un cuchillo muy afilado el cirujano fue cortando los restos de la carne que aún quedaban debajo de la rodilla [una bala de cañón lo había herido por debajo de la articulación]. Después cogió una sierra con la que serró la tibia y el peroné. Tras ello procedió a sumergir el muñón en brea caliente para cortar la hemorragia y prevenir infecciones. Todo eso transcurrió en menos de un minuto, pero el dolor que sintió el joven Blas de Lezo no puede ni imaginarse». (2) Entretanto, ya desde ese momento mostró el guardiamarina que su acero era más puro y fuerte que el de los otros. Su resistencia al dolor de toda la intervención fue tal, que el propio comandante de la Flota, el Conde de Toulouse, le dirigió una carta elogiosa, e hizo conocer su valentía al propio Luis XIV.

Evidentemente su mayor gesto de bravura lo tuvo en Cartagena, en su batalla final, cuando coronó su vida con el ofrecimiento de la misma. Fue ella un tributo y una exaltación del deber, cumplido, deber inculcado en su familia de tradiciones cristianas, deber que era orgullo de una nobleza vasca que se ocupaba comúnmente de «garantizar la defensa frente a toda amenaza exterior, y precisamente este servicio a la comunidad era lo que les otorgaba su posición de privilegio. Este será exactamente el caso de Don Blas, el sentimiento de pertenencia a una clase llamada al servicio de las demás será una idea que permeará toda su vida». (3)

Por Saúl Castiblanco

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1 Quintero Saravia, Gonzalo M. Don Blas de Lezo – Defensor de Cartagena de Indias. Ed. Planeta. Bogotá. 2002. p. 46
2 Ibídem, p. 50
3 Ibídem, p. 29

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