Ciudad del Vaticano (Miércoles, 26-11-2014, Gaudium Press) En la catequesis de la audiencia de los miércoles, y tras su cortor viaje a Estrasburgo, el Papa Francisco habló sobre el Reino Celestial. «Al presentar la Iglesia a los hombres de nuestro tiempo, el Concilio Vaticano II tenía bien presente un verdad fundamental, que no hay que olvidar jamás: la Iglesia no es una realidad estática, detenida, con fin en sí misma, sino que está continuamente en camino en la historia, hacia la meta última y maravillosa que es el Reino de los cielos, del cual la Iglesia en la tierra es el germen y el inicio (cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost. Dogm. sobre la Iglesia Lumen Gentium, 5)». A pesar de un mal día, se hicieron presentes en la Audiencia miles de fieles provenientes de los cuatro rincones del orbe.
Foto: Radio Vaticano |
¿Cuándo se realizará este Reinado definitivo de Dios? «La Constitución conciliar ‘Gaudium et spes’, de frente a estos interrogativos que resuenan desde siempre en el corazón del hombre, afirma: ‘Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano» (n. 39). He aquí la meta a la cual aspira la Iglesia: es como dice la Biblia la ‘Jerusalén nueva’, el ‘Paraíso’ «, expresó el Pontífice.
Pensando en perspectiva escatológica, el Pontífice habló de la relación entre «la Iglesia que está en el cielo y aquella todavía en camino sobre la tierra», y afirmó que la distinción más profunda entre los hombres es de quienes están con Cristo y quienes no lo están.
«Aquellos que ya viven en la presencia de Dios, de hecho, nos pueden sostener e interceder por nosotros, rezar por nosotros. Por otro lado, también nosotros estamos siempre invitados a ofrecer buenas acciones, oraciones y la Eucaristía misma para aliviar las tribulaciones de las almas que todavía están esperando la beatitud sin fin. Sí, porque en la perspectiva cristiana, la distinción no es más entre quien ya está muerto y que todavía no lo está, sino entre quien está en Cristo y quién no lo está. Éste es el elemento determinante, realmente decisivo para nuestra salvación y para nuestra felicidad».
Reflejos de la Bienaventuranza final en el orden creado
La Bienaventuranza feliz del final de los días, también tendrá un reflejo en el orden creado: «Al mismo tiempo, la Sagrada Escritura nos enseña que el cumplimiento de este diseño maravilloso no puede no interesar también todo aquello que nos rodea, y que ha salido del pensamiento y del corazón de Dios. El apóstol Pablo lo afirma explícitamente, cuando dice que también «la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios». (Rom 8,21). Otros textos utilizan la imagen del «cielo nuevo» y la «tierra nueva» (cf. 2 P 3,13; Ap 21,1), en el sentido de que todo el universo será renovado y liberado de una vez para siempre de todos los rastros del mal y de la misma muerte. Lo que se prospecta, como cumplimiento de una transformación que en realidad ya está en acto a partir de la muerte y resurrección de Cristo, es por lo tanto una nueva creación; no una aniquilación del cosmos y de todo lo que nos rodea, sino que es llevar cada cosa a su plenitud de ser, de verdad, de belleza. Este es el diseño que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, desde siempre quiere realizar y está realizando».
Pensar en el Reino de Dios realizado, nos permite medir el «maravilloso don que es pertenecer a la Iglesia, que lleva inscrita una vocación altísima». El Papa concluyó sus palabras invocando a la Virgen María.
Con información de Radio Vaticano
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