Ciudad del Vaticano (Viernes, 05-12-2014, Gaudium Press) Una descripción clara y detallada del proceso de ajuste de las finanzas vaticanas a los estándares internacionales y las acciones de la Iglesia para prevenir cualquier manejo inadecuado de los recursos fue realizada por el Cardenal George Pell, Secretario para la Economía de la Santa Sede en un artículo exclusivo para la revista Catholic Herald. El purpurado explicó la condición anterior del manejo económico, las razones por las cuales eran necesarios cambios y la acción decidida de la Iglesia para blindar su estructura financiera y destacó que los hallazgos durante la normalización muestran que la realidad de este aspecto de la administración «es mucho más saludable de lo que parecía».
Cardenal George Pell, Secretario de Economía de la Santa Sede. Foto: Fr. Lawrence O.P. |
La descripción del Cardenal contrasta con las erradas imágenes de una Iglesia enriquecida desmedidamente o de una institución al borde de la quiebra financiera a causa de un ineficiente manejo o incluso presa de la manipulación de organizaciones externas con oscuros intereses. En su lugar, el purpurado detalló cómo la cultura administrativa imperante respetaba un alto grado de independencia de las diferentes instituciones y departamentos, que resolvían sus propios problemas financieros y que en ese sentido eran difíciles de vigilar desde un órgano central y a través de procedimientos exigidos por los estándares internacionales.
«Las Congregaciones, los Consejos y, especialmente, la Secretaría de Estado disfrutaban y defendían una sana independencia», relató el Card. Pell. «Los problemas eran mantenidos ‘en casa’ (como era la costumbre en la mayoría de instituciones, seculares y religiosas, hasta hace recientemente). Muy pocos se sintieron tentados a contar al mundo exterior lo que sucedía, excepto cuando necesitaban ayuda extra». La causa de las situaciones que acarrearon sanciones al Vaticano fue la lentitud de las autoridades que supervisaban las finanzas en aplicar las normas internacionales, situación que ya se encuentra corregida con acciones como el establecimiento de la Autoridad de Información Financiera que reporta las posibles irregularidades a las autoridades vaticanas o extranjeras (como las de Italia) según sea pertinente.
El camino de la reforma
La Santa Sede ha asumido un completo proyecto de reformas para blindar sus finanzas de cualquier uso indebido. Foto: Kevin Schludermann. |
Las investigaciones iniciadas al final del pontificado de Benedicto XVI y el consenso general entre los Cardenales de una necesidad de reforma en materia financiera fueron asumidos por el Papa Francisco tras su elección y el proceso de saneamiento continuó con la designación de un grupo de laicos expertos que analizaran detalladamente la situación y propusieran un programa de reformas a consideración de la Santa Sede. El grupo recibió el nombre de Organización para la Estructura Económico-Administrativa de la Santa Sede. «Ejecutivos Senior no cobraron nada por sus servicios, se reunieron regularmente durante 10 meses y armaron el paquete de reformas que está siendo implementado ahora», explicó el Cardenal Pell. «En las generaciones venideras, la Iglesia les deberá mucho».
Los principios que rigen la reforma fueron expuestos por el purpurado. El primero de elos es que el Vaticano «debería adoptar estándares financieros internacionales contemporánes, muy como lo hace el resto del mundo». El segundo principio es que «las políticas y procedimientos del Vaticano deberían ser transparentes, con reporte financiero ampliamente similar al de otros países,». Las declaraciones financieras anuales consolidados deberían ser sometidas a auditoría. El tercer principio base es que deberá aplicarse en materia financiera una especie de separación de poderes, de forma que existan varias organizaciones coordinadas y que sobre cada una de ellas exista un «control sustancial».
La reforma permite que las instituciones vaticanas cumplan sus objetivos con eficacia y se garantice la sabia inversión de los recursos. Foto: Chris Chabot. |
Otro aspecto descrito por el Card. Pell es el manejo financiero general de los Dicasterios: «Los presupuestos de las Congregaciones y Consejos serían aprobados, y sus costos controlados frente a estos presupuestos durante el año», explicó. «Pero cada uno de estos cuerpos sería responsable de su gasto y penalizado al año siguiente si ocurre un sobrecosto». Desde el 24 de febrero ya existe una «separación de poderes» como la recomendada por los expertos. El Secretariado para la Economía, dirigido por el Cardenal Pell, responde directamente al Santo Padre y no a la Secretaría de Estado, e implementa las políticas determinadas por el Consejo de Economía, integrado por ocho Cardenales u Obispos y siete seglares de alto nivel con derecho a voto provenientes de diferentes países. Ni el Secretario de Estado ni el de Economía hacen parte del Consejo.
Los recursos financieros de la Santa Sede no serán manejados por el IOR, (antes conocido como el banco vaticano) que manejará en su lugar dineros de las diócesis, órdenes religiosas y empleados del Vaticano, sino por la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica. Las inversiones serán realizadas a través de la Dirección de Bienes Vaticanos que ofrecerán opciones de inversión a las instituciones. «La prudencia será a primera prioridad, más que los riesgosos retornos elevados, para evitar pérdidas excesivas en tiempos de turbulencia», comentó el Secretario de Economía. Un auditor general con poder de supervisión de cualquier agencia de la Santa Sede será nombrado por el Santo Padre en Año Nuevo, anunció, como conclusión de su descripción de los cambios.
«Estas reformas están diseñadas para hacer que todas las agencias financieras vaticanas sean aburridoramente exitosas», comentó con gracia el purpurado, resumiendo en la parte final del artículo su expectativa de un manejo eficaz y responsable de los bienes de la Iglesia. «Los donantes esperan que sus donaciones sean manejadas eficientemente y honestamente, de forma que se obtengan las mejores ganancias para financiar las obras de la iglesia, especialmente aquellas destinadas a la predicación del Evangelio y a ayudar a que los pobres salgan de la pobreza», concluyó. «Una Iglesia para los pobres no debería ser pobremente administrada».
Con información de Catholic Herald.
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