viernes, 22 de noviembre de 2024
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De la Inmaculada Concepción al Cordero sin mancha

Redacción (Domingo, 07-12-2014, Gaudium Press) Las razones teológicas en la base del dogma de la Inmaculada Concepción son cada vez más conocidas del pueblo fiel. Es más, el pueblo fiel -como muchas veces en la historia de la Iglesia- se anticipó al dogma.

La Virgen bendita, aunque nacida sin pecado original, sí fue beneficiada por la Redención salvadora, pero de una manera anticipada, en atención a los méritos previstos de Jesucristo, tal como queda expreso en la bula ‘Ineffabilis Deus’ con la cual Pío IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción. Pero el pueblo fiel ya desde antiguo repetía con Escoto: ‘Potuit, decuit, ergo fecit’ (Dios pudo hacer inmaculada a su Madre, era conveniente que la hiciera; luego la hizo). [1]

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Como repite el docto Padre Royo Marín, el pueblo ya se preguntaba, mucho antes de ese glorioso 8 de diciembre de 1854, cuando el privilegio quedó definido por la Iglesia:

– «¿La Reina de los ángeles bajo la tiranía del demonio, vencido por ellos? ¿Mediadora de la reconciliación y enemiga de Dios un solo instante? Eva que nos perdió, fue creada en gracia y justicia original, y María, que nos salvó, ¿fue concebida en pecado? ¿La sangre de Jesús brotando de un manantial manchado? ¿La Madre de Dios esclava de satanás» [aunque fuese solo un momento]? [2]

Era por tanto Inmaculada, desde su concepción, Aquella que venía a traer la Luz salvadora.

Es muy lindo considerar esa realidad, de que en previsión de su maternidad divina, la Virgen Santísima – que entretanto era criatura meramente humana- ya había vencido desde el inicio de su existencia al príncipe de las tinieblas. Y lo siguió venciendo a lo largo de su vida, de la manera más total.

Todos los dogmas están relacionados. El de la Inmaculada Concepción se explica y camina hacia la verdad de la maternidad divina. Pero también nos anticipa el de la Mediación Universal.

Ella que es Inmaculada nos conduce al Inmaculado, al Cordero sin Mancha. A Dios le gustan las jerarquías, las ‘escaleras’ juiciosamente proporcionadas. Así, la Virgen Inmaculada, que es mera criatura, nos lleva al Cordero Inmaculado, que es criatura pero que también es Dios. Y Jesús nos lleva al Inmaculado Padre Eterno.

El ‘contacto’ con la Virgen, es decir la devoción a Ella, nos va haciendo partícipes de su pureza. La Virgen no solo fue el sagrario del Salvador del mundo, sino que es también el seno místico de donde nacen los hombres para la vida eterna, para la vida ya sin manchas junto al Cordero, en el sentido indicado por San Luis de Montfort.

Dios la hizo Inmaculada para que en ella el género humano tuviera las primicias de la Redención. En el momento en que fue Inmaculada, el género humano ‘sonrió’, fue aliviado. En el instante de su concepción, Adán y Eva debieron haber sentido algo en su interior, una mezcla suavemente inexplicable de alegría y esperanza; debieron haber comenzado a percibir cómo estaba siendo quebrada la cabeza de la serpiente, por el linaje de la Mujer anunciada desde el inicio de los tiempos. (Cfr. Gn 3, 15).

Con la Inmaculada Concepción comenzó la Redención, en el sentido de que ya nada iba a volver a ser para el demonio como antes. Con la Inmaculada Concepción el hombre empezó a sentir la Luz, esa Luz que los cristianos recuerdan al encender felices las luces en la vigilia de la Inmaculada Concepción.

Por Saúl Castiblanco

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[1] Royo Marín, Antonio. La Virgen María. BAC. Madrid, 1968, p. 75
[2] Ibídem. pp. 75 y 76.

 

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