Ciudad del Vaticano (Miércoles, 10-12-2014, Gaudium Press) Se ha hecho público el Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de la Paz del próximo 1º de enero, que lleva como título «No esclavos, sino hermanos».
En el mensaje, el Pontífice inicia dirigiéndose «a cada hombre y mujer, así como a los pueblos y naciones del mundo, a los jefes de Estado y de Gobierno, y a los líderes de las diferentes religiones, mis mejores deseos de paz, que acompaño con mis oraciones por el fin de las guerras, los conflictos y los muchos sufrimientos causados por el hombre o por antiguas y nuevas epidemias, así como por los devastadores efectos de los desastres naturales».
Foto: Radio Vaticano |
Entrando en el tema central, la esclavitud y las formas actuales de ese flagelo, el Pontífice recuerda la carta de san Pablo a Filemón, «en la que le pide que reciba a Onésimo, antiguo esclavo de Filemón y que después se hizo cristiano, mereciendo por eso, según Pablo, que sea considerado como un hermano. Así escribe el Apóstol de las gentes: ‘Quizá se apartó de ti por breve tiempo para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido’ (Flm 15-16). Onésimo se convirtió en hermano de Filemón al hacerse cristiano. Así, la conversión a Cristo, el comienzo de una vida de discipulado en Cristo, constituye un nuevo nacimiento (cf. 2 Co 5,17; 1 P 1,3) que regenera la fraternidad como vínculo fundante de la vida familiar y base de la vida social».
La relación fraterna de los hombres «expresa también la multiplicidad y diferencia que hay entre los hermanos, si bien unidos por el nacimiento y por la misma naturaleza y dignidad. Como hermanos y hermanas, todas las personas están por naturaleza relacionadas con las demás, de las que se diferencian pero con las que comparten el mismo origen, naturaleza y dignidad. Gracias a ello la fraternidad crea la red de relaciones fundamentales para la construcción de la familia humana creada por Dios».
Entretanto, el pecado rompe ese vínculo, esa fraternidad fundamental y deseada, «traduciéndose en la cultura de la esclavitud (cf. Gn 9, 25-27)». «De ahí la necesidad de convertirse continuamente a la Alianza, consumada por la oblación de Cristo en la cruz, seguros de que ‘donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia… por Jesucristo’ (Rm 5,20.21). Él, el Hijo amado (cf. Mt 3,17), vino a revelar el amor del Padre por la humanidad. El que escucha el evangelio, y responde a la llamada a la conversión, llega a ser en Jesús ‘hermano y hermana, y madre’ (Mt 12,50) y, por tanto, hijo adoptivo de su Padre (cf. Ef 1,5)».
«Todos los que respondieron con la fe y la vida a esta predicación de Pedro entraron en la fraternidad de la primera comunidad cristiana (cf. 1 P 2,17; Hch 1,15.16; 6,3; 15,23): judíos y griegos, esclavos y hombres libres (cf. 1 Co 12,13; Ga 3,28), cuya diversidad de origen y condición social no disminuye la dignidad de cada uno, ni excluye a nadie de la pertenencia al Pueblo de Dios. Por ello, la comunidad cristiana es el lugar de la comunión vivida en el amor entre los hermanos (cf. Rm 12,10; 1 Ts 4,9; Hb 13,1; 1 P 1,22; 2 P 1,7)».
Si bien en la actualidad, «como resultado de un desarrollo positivo de la conciencia de la humanidad, la esclavitud, crimen de lesa humanidad, está oficialmente abolida en el mundo», «todavía hay millones de personas -niños, hombres y mujeres de todas las edades- privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud».
Son por ejemplo «trabajadores y trabajadoras, incluso menores, oprimidos de manera formal o informal en todos los sectores»; «muchos emigrantes que, en su dramático viaje, sufren el hambre, se ven privados de la libertad, despojados de sus bienes o de los que se abusa física y sexualmente»; «las personas obligadas a ejercer la prostitución»; «las mujeres obligadas a casarse»; «los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o para formas encubiertas de adopción internacional»; «los secuestrados y encerrados en cautividad por grupos terroristas».
Algunas causas profundas de la esclavitud
«Hoy como ayer, en la raíz de la esclavitud se encuentra una concepción de la persona humana que admite el que pueda ser tratada como un objeto. Cuando el pecado corrompe el corazón humano, y lo aleja de su Creador y de sus semejantes, éstos ya no se ven como seres de la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como objetos», afirma el Papa, en lo que denomina la causa ontológica de la esclavitud. A esta, se suman la falta de acceso a la educación, las pocas oportunidades de trabajo, «la corrupción de quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa para enriquecerse», y «los conflictos armados, la violencia, el crimen y el terrorismo».
Ante esta realidad, de una real esclavitud moderna, alimentada por causas definidas, urge un «compromiso común para derrotar la esclavitud».
Llegado a este punto, el Pontífice destaca «el gran trabajo silencioso que muchas congregaciones religiosas, especialmente femeninas, realizan desde hace muchos años en favor de las víctimas. Estos Institutos trabajan en contextos difíciles, a veces dominados por la violencia, tratando de romper las cadenas invisibles que tienen encadenadas a las víctimas a sus traficantes y explotadores; (…) La actividad de las congregaciones religiosas se estructura principalmente en torno a tres acciones: la asistencia a las víctimas, su rehabilitación bajo el aspecto psicológico y formativo, y su reinserción en la sociedad de destino o de origen», en un trabajo gigantesco en donde brilla el coraje, la paciencia y la perseverancia.
Entretanto, siendo estas insignes labores insuficientes, se requiere el accionar de los Estados, que «deben vigilar para que su legislación nacional en materia de migración, trabajo, adopciones, deslocalización de empresas y comercialización de los productos elaborados mediante la explotación del trabajo, respete la dignidad de la persona».
Asimismo, «las organizaciones intergubernamentales, de acuerdo con el principio de subsidiariedad, están llamadas a implementar iniciativas coordinadas para luchar contra las redes transnacionales del crimen organizado que gestionan la trata de personas y el tráfico ilegal de emigrantes».
Igualmente las empresas «tienen el deber de garantizar a sus empleados condiciones de trabajo dignas y salarios adecuados, pero también han de vigilar para que no se produzcan en las cadenas de distribución formas de servidumbre o trata de personas»; y las organizaciones de la sociedad civil «tienen la tarea de sensibilizar y estimular las conciencias acerca de las medidas necesarias para combatir y erradicar la cultura de la esclavitud».
Finalmente el Papa propone la globalización de la fraternidad.
«Deseo invitar a cada uno, según su puesto y responsabilidades, a realizar gestos de fraternidad con los que se encuentran en un estado de sometimiento. Preguntémonos, tanto comunitaria como personalmente, cómo nos sentimos interpelados cuando encontramos o tratamos en la vida cotidiana con víctimas de la trata de personas, o cuando tenemos que elegir productos que con probabilidad podrían haber sido realizados mediante la explotación de otras personas», dice el Pontífice.
Es cierto que «estamos frente a un fenómeno mundial que sobrepasa las competencias de una sola comunidad o nación». Por ello, «para derrotarlo, se necesita una movilización de una dimensión comparable a la del mismo fenómeno».
«Sabemos que Dios nos pedirá a cada uno de nosotros: ¿Qué has hecho con tu hermano? (cf. Gn 4,9-10). La globalización de la indiferencia, que ahora afecta a la vida de tantos hermanos y hermanas, nos pide que seamos artífices de una globalización de la solidaridad y de la fraternidad, que les de esperanza y les haga reanudar con ánimo el camino, a través de los problemas de nuestro tiempo y las nuevas perspectivas que trae consigo, y que Dios pone en nuestras manos», concluye el Papa.
Con información de Radio Vaticana
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