Redacción (Jueves, 08-01-2015, Gaudium Press) Casi tan antiguo como el mundo, el arte musical siempre ha alegrado con sus armonías la vida cotidiana de los hombres. Y la Santa Iglesia, consciente del poder de la música en la formación de las mentalidades, acoge en su liturgia conmovedoras melodías que llenan de consolación y estimulan el fervor de los fieles.
El gran San Agustín fue testigo del relevante papel que la música sacra tuvo en su vida espiritual, sobre todo con motivo de las ceremonias litúrgicas presididas por San Ambrosio. Ayudaron al Doctor de la Gracia a encontrar el camino de la verdad: «¡Cuánto lloré también oyendo los himnos y cánticos que para alabanza vuestra se cantaban en la iglesia, cuyo suave acento me conmovía fuertemente y me excitaba a devoción y ternura! Aquellas voces se insinuaban por mis oídos y llevaban hasta mi corazón vuestras verdades, que causaban en mí tan fervorosos afectos de piedad, que me hacían derramar copiosas lágrimas, con las cuales me hallaba bien y contento». 1
Este poético recuerdo narrado en Confesiones tiene un fundamento teológico, porque si las perfecciones de las criaturas captadas por nuestros sentidos evocan la absoluta perfección de Dios, también la buena música, al penetrar en nuestros oídos, despierta las tendencias naturales por las cuales somos atraídos hacia las sendas de Aquel que es, en esencia, «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Como afirma el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, la música de la tierra «es un reflejo de la música del Cielo empíreo; ésta, a su vez, es
un reflejo de la música de los ángeles, que es un reflejo de la armonía interna e insondable de las tres Personas de la Santísima Trinidad». 2
Por esa razón, incentivados por la Constitución Sacrosanctum Concilium, los Heraldos del Evangelio se esfuerzan por desarrollar «con su
mo cuidado el tesoro de la música sacra». 3 Disponen para ello de numerosas ‘scholæ cantorum’ que contribuyen bastante a la eficacia de sus actividades evangelizadoras.
Instituto de Música de la Vendée, en la Basílica de San Luis de Monfort Saint-Laurent-sur-Sévre, Francia |
Modelo supremo de melodía
Sobre el relevante papel del canto gregoriano en la liturgia, oportunamente nos recordó Juan Pablo II: «Con respecto a las composiciones musicales litúrgicas, hago mía la ‘ley general’, que San Pío X formulaba en estos términos: ‘Una composición religiosa será tanto más sagrada y litúrgica cuanto más se acerque en aire, inspiración y sabor a la melodía gregoriana, y será tanto menos
digna del templo cuanto más diste de este modelo supremo'». 4
En ese canto magnífico, un literato francés, convertido al catolicismo en edad adulta, veía un símil de mil maravillas puestas por Dios en el orden del universo, expresadas en diversos campos del arte, como la arquitectura, la escultura, la pintura y la literatura. Él nos dejó un encantador e inolvidable elogio en unas líneas en las que trasluce su talento descriptivo:
«A veces el canto gregoriano parece que le pide prestado al gótico sus lóbulos floridos, sus agujas irregulares, sus ruecas de gasa, sus tolvas de randas, sus encajes ligeros y tenues como las voces de los niños. Va, pues, de un extremo al otro, de la amplitud de las angustias a lo infinito de las alegrías. Otras veces, el canto llano y la música cristiana nacida de él, se pliegan igual que la escultura al júbilo del pueblo; se asocian a las alacridades inocentes, a las risas talladas en viejos pórticos; toman, lo mismo que en el canto navideño Adeste fideles, o en el himno pascual O filii et filiae, el ritmo populachero de la muchedumbre; se hacen pequeños y familiares como los Evangelios, se someten a los humildes deseos de los pobres, dándoles un aire festivo fácil de recordar, un vehículo melódico que los lleva a las puras regiones donde sus almas cándidas se recrean a los pies indulgentes de Cristo.
«Creado por la Iglesia, elevado por ella, en las escuelas musicales de la Edad Media, el canto llano es la paráfrasis flotante y móvil de la inmóvil estructura de las catedrales; es la interpretación inmaterial y fluida de las pinturas de los primitivos; es la traducción alada, y también estricta y flexible estola, de esas prosas latinas que, antiguamente, elaboraron elevados monjes, fuera del tiempo, en sus claustros». 5
Haciendo resonar la insondable grandeza de los misterios divinos
Los Heraldos del Evangelio se sirven igualmente, y mucho, de la polifonía sacra. Buscan, ora con los vivos ritmos de Francisco Guerrero, ora con los piadosos acordes de Tomás Luis de Victoria o las composiciones del maestro Giovanni Pierluigi da Palestrina, la armonía apropiada al «espíritu de la acción litúrgica». 6
Pues, como le gustaba afirmar a la más reciente doctora de la Iglesia, «el alma del hombre tiene también la armonía en su interior y
se asemeja a una sinfonía». 7
Además, la Constitución Sacrosanctum Concilium permite el uso de instrumentos musicales en el culto divino, siempre que «sean aptos o puedan adaptarse al uso sagrado, convengan a la dignidad del templo y contribuyan realmente a la edificación de los fieles». 8 Así, los Heraldos del Evangelio se valen ampliamente de la música instrumental en las ceremonias litúrgicas.
Con la ejecución de composiciones de conceptuados autores como Bach, Mozart y Händel -las de éste último con especial destaque-, quieren que, de algún modo, resuene la insondable grandeza de los misterios celebradosen la sagrada liturgia, elevando los corazones e instruyendo los espíritus.
¿Puede la música agudizar la inteligencia y calmar los ánimos? Los argumentos teológicos son en sí mismos suficientes para conferir a
la música el papel relevante en la formación de los jóvenes estudiantes y seminaristas católicos. Sin embargo, hay más. Diversas investigaciones promovidas por prestigiosas instituciones universitarias llegaron a la conclusión de que aquella puede contribuir eficazmente, en el mero plano natural, al desarrollo de las facultades intelectuales de los educandos. Por ejemplo, un investigador de la Universidad de Toronto, Canadá, realizó un estudio en el cual se observó que los niños que recibían clases de música tenían un coeficiente intelectual superior a los demás. 9
Por otra parte, estudiosos de la Universidad de Hong Kong examinaron a noventa niños y adolescentes de 6 a 15 años, de los cuales la
mitad estaban integrados en una orquesta escolar hacía cerca de cinco años, y concluyeron que las clases de música mejoran la memoria y pueden ser benéficas para los estudios. Según indican, los niños que dejaban la actividad musical al cabo de un año reducían su memoria verbal en relación con los que continuaban, pero eran aún superiores a los que nunca habían estudiado música. 10
Desde un punto de vista bien distinto, un grupo de especialistas de la Universidad de Derby, Inglaterra, llegó a un curioso resultado en una de sus investigaciones: es muy conveniente poner música de Mozart mientras los niños están trabajando, porque está comprobado que les ayuda a aprender, sobre todo en el estudio de las matemáticas. 11
La música «armoniza nuestro interior»
Mucho más valiosa, no obstante, es la benéfica influencia que ejerce en el sentido de poner en orden las reacciones temperamentales de los niños, jóvenes y adultos. Porque la música, afirmó el Papa Benedicto XVI, «armoniza nuestro interior». 12
En cuanto a la música sacra, y más específicamente al gregoriano, el Prof. Plinio Corrêa de Olivera destaca un aspecto más elevado de sus saludables efectos: «una persona que durante mucho tiempo oyese ese estilo de música, dejándose influenciar por esa armonía, sería introducida en el estado de equilibrio perfecto». 13 Pues el gregoriano, como observa él, tiene, por decirlo así, una propiedad «orto-psíquica» que endereza los desequilibrios temperamentales.
Dóciles instrumentos del divino Compositor
De este modo, a través del canto gregoriano, de la polifonía sacra y de la armonización instrumental, los jóvenes estudiantes heraldos del Evangelio tratan de perfeccionar todo lo posible su formación intelectual y, sobre todo, profundizar cada vez más la real y verdadera forma de oración, que consiste en elevar la mente a Dios. Como, por cierto, recordaba el entonces cardenal Ratzinger, «cuando el hombre entra en contacto con Dios, las palabras se hacen insuficientes». 14
El canto nos une, nos arrastra, nos envuelve, nos transforma y nos eleva al Creador a través de la virtud de la caridad. Por eso San
Agustín dijo acertadamente que «cantar es propio del que ama». 15
Por intercesión de María Santísima que, ciertamente, cantaría melodías inefables en la gruta de Belén y en el hogar de Nazaret, para deleite de su castísimo esposo y de su divino Hijo, pidamos a Dios la gracia de saber utilizar el arte musical para alcanzar la plenitud de la santidad a la que estamos llamados y, así, ser en la Iglesia «instrumentos» afinados, sonoros y perfectos que «comuniquen a los hombres el pensamiento del gran ‘Compositor’, cuya obra es la armonía del universo». 16
Por el P. Flavio Roberto Lorenzato Fugiyama, EP
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1 SAN AGUSTÍN. Confessionum . L. IX, c. 6, n.º 14: ML 32, 769-770.
2 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 8/9/1979.
3 CONCILIO VATICANO II. Sacrosanctum Concilium, n.º 114.
4 SAN JUAN PABLO II. Quirógrafo en el centenario del Motu Proprio Tra le sollecitudini, sobre la música sacra, n.º 12.
5 HUYSMANS, J.-K. En Route. 18.ª ed. París: Tresse et Stock, 1896, p. 13.
6 CONCILIO VATICANO II, op. cit., n.º 116.
7 SANTA HILDEGARDA DE BINGEN. Liber Vitae Meritorum, P. IV, n.º 46.
8 CONCILIO VATICANO II, op. cit., n.º 120.
9 Cf. SCHELLENBERG, E. Glenn. Music lessons enhance IQ. In: Psicological Science. Washington. Año XV. N.º 8 (agosto, 2004); pp. 511-514.
10 Cf. CHAN, Agnes S.; HO, Yim-Chi; CHEUNG, Mei Chun. Music training improves verbal memory. In: Nature. London. Vol. 396. N.º 6707 (12/12/1998); p. 128.
11 Cf. PLAY MOZART to tackle poor behaviour, teachers urged. In: The Guardian. Education. Press Association. 29/9/2006: www.theguardian.com.
12 BENEDICTO XVI. Dicurso al final del concierto del Cuarteto de la Orquesta filarmónica de Berlín, 18/11/2006.
13 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Charla. São Paulo, 21/2/1989.
14 RATZINGER, Joseph. El espíritu de la liturgia. Una introducción. Madrid: Cristiandad, 2001, p. 158.
15 SAN AGUSTÍN. Sermo CCCXXXVI. In Dedicatione Ecclesiae, c. 1, n.º 1: ML 38, 1472.
16 BENTEDICTO XVI, op. cit
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