sábado, 23 de noviembre de 2024
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Esaú y Jacob

Redacción (Lunes, 19-01-2015, Gaudium Press) Un padre ciego pero más ciego de amor que otra cosa, y un par de hijos a los que amaba mucho sin poder todavía renunciar a los grandes sentimientos que por ellos tenía, a pesar de las decepciones, especialmente por el mayor que se le había vuelto un ‘calavera’, lejos del hogar, de la obediencia y del debido respeto a padre y madre, es lo que nos plantea de inicio la historia sagrada de Esaú y Jacob (Gn 27) profusamente representada por famosos pintores del mundo cristiano y que ciertamente está esperando óperas, sinfonías y otras manifestaciones artísticas algún día.

Los detalles del resto de la historia los conocemos, pero en términos generales sabemos que Esaú era un hombre de mundo, fuerte y diestro, cubierto de un rojizo vello, que había traído al hogar mujeres que no eran de la raza y parentela de sus padres las cuales «fueron la amargura de Isaac y Rebeca». Que con una frivolidad asombrosa le cambió su derecho de progenitura a Jacob por un plato de lentejas.

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Esaú vende su primogenitura

Óleo de Joacchino Assereto

Isaac, presintiendo su recogimiento al Seno de Abraham, y siendo cabal y cumplido como lo es el Padre Eterno con sus promesas, llama al libertino para ofrecerle la bendición que sin saber, este ya había vendido irrisoriamente y que por supuesto no comunicó ni explicó nunca a su buen padre y al cual al menos en ese momento le ha debido enterar. Se iba a apropiar de algo que ya no le pertenecía ni legítima ni legalmente. Pero gracias a Dios había una gran madre de por medio, una madre que San Luis María Grignión de Montfort compara con la Santísima Virgen María. Esta es la que salva a la humanidad de que semejante belleza de bendición (verificar Gn 27, 28-29) se hubiera quedado en cabeza de los mundanales, apegados a la tierra, gozadores de la vida, arbitrarios, desobedientes y mala gente. La bendición se quedó en Jacob, el lampiño, segundón obediente, hijo respetuoso siempre de la voluntad de sus padres del que la bendición haría un aguerrido patriarca que incluso se vio obligado a luchar cuerpo a cuerpo con un ángel. Que anduvo nómada llevando su prole por el desierto, padre de las 12 tribus. Que tuvo el maravilloso y revelador sueño de la escala angélica, símbolo de la alianza del Cielo con los mansos de Dios. Que bendijo misteriosamente con palabras inspiradas a sus hijos antes de partir para la eternidad, bendiciones de las que la de Judá es la continuación de la promesa mesiánica.

Todas esas grandezas, prosperidades, luchas, caídas y levantadas de la historia de Jacob el despreciado por su hermano, nacen no solamente de la poderosa bendición paterna sino del ingenio misericordioso de su madre Rebeca, celosa de la gloria de Dios, custodia de la honra de su pueblo al que no quería ver degradado en cabeza de un soberbio apóstata que hasta quiso matar a su propio hermano gemelo.

San Luis María -ciertamente inspirado- fue feliz al traernos esa historia y comparación en su Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen María (No. 183 y ss.) con el cual los Heraldos del Evangelio hicieron en el mundo el año pasado y seguirán haciendo este 2015 cientos de consagraciones a María en decenas de parroquias atrayendo para la Virgen -y de paso también para los buenos párrocos- una legión de Jacobs, hombres y mujeres que todavía esperan el cumplimiento de las proféticas palabras de Nuestra Señora en Fátima: Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará.

Isaac no tuvo ningún dilema al enterarse de lo que pasó. A pesar de los gritos y protestas del fraudulento Esaú, le explicó tranquilamente que la bendición de primogenitura ya había sido dada a Jacob y que le daría una pero nunca la misma. De ahí ese odio injusto de Esaú contra su hermano que muy diplomáticamente éste aplacará con regalos y presentes de todo tipo -lo que al fin y al cabo era lo que más le importaba al mundanal Esaú, que se quedó con todo eso, pero Jacob con la bendición y otra también muy bella que se encuentra en Gn 28, 3-4.

Odio totalmente injusto, que ha traspasado los tiempos y las eras, y todavía hoy ruge por toda la tierra provocando persecuciones, maltratos y discriminaciones contra los Jacobs, que si han sobrevivido y sobrevivirán, es solamente por la protección de María.

Por Antonio Borda

 

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