Ciudad del Vaticano (Martes, 27-01-2015, Gaudium Press) El Papa ha hecho público su mensaje para la Cuaresma 2015, titulado «Fortalezcan sus corazones» (St 5, 8). En su comunicación -que tiene como fecha el 4 de octubre pasado, fiesta de San Francisco de Asís- el Pontífice convoca a toda la Iglesia a que el próximo 13 de marzo se desarrolle la iniciativa «24 horas con el Señor», que tendrá como lema este año «Dios rico en misericordia», y que es una manifestación de la necesidad de la oración para obtener cualquier beneficio de Dios.
En su Mensaje, el Papa recuerda que «la Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un ‘tiempo de gracia’ (2 Co 6,2)».
Dios nos ha dado todo, expresa el Pontífice. «Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos». Entretanto los hombres, «cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen…». Nuestro corazón se torna indiferente. Y ese es «un malestar que tenemos que afrontar como cristianos».
Para dejar la indiferencia, debemos seguir el ejemplo divino. «Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cfr. Ga 5,6)».
Entretanto, el Papa insiste que «el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida».
La renovación a la que convoca el Papa en esta cuaresma, es fundamentalmente una nueva vida que combate la indiferencia. Para instarnos en este camino, el Pontífice meditó sobre tres pasajes bíblicos.
1. « Si un miembro sufre, todos sufren con él » (1 Co12,26)- La Iglesia
«El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres». Es la Cuaresma «un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo». En la Iglesia, que es también Cuerpo místico de Cristo, no hay lugar para la indiferencia. «Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. ‘Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él’ (1 Co12,26)».
2. « ¿Dónde está tu hermano? » (Gn 4,9) – Las parroquias y las comunidades
«Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades», expresó el Papa. «Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones. En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración». «La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario». «También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón». Y a ejemplo de la relación entre Iglesia gloriosa e Iglesia en esta tierra, «toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea». «La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres».
«Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad. Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia», dijo el Papa.
3. « Fortalezcan sus corazones » (St 5,8)- La persona creyente
«También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia», constató el Papa. Para combatir esta tentación, el Pontífice indica primero «orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas».
«En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad. Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos».
Concluye el Pontífice afirmando que «la Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón», teniendo como objetivo «superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia». «Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro».
Con información de Radio Vaticano
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