Bruselas (Jueves, 29-01-2015, Gaudium Press) Primero le advirtieron, siendo joven, que la fuerza de Europa estaba en la religión cristiana: «La fuerza de Europa no se encuentra ni en su armamento ni en su ciencia, se halla en su religión. Observa la fe cristiana. Cuando hayas captado su corazón y su ímpetu, tómalos y llévalos a China». Esas palabras del embajador de China ante Rusia, Xu Jingcheng, ciertamente calaron muy hondo en el corazón del joven diplomático que le tenía por tutor y que llegaría a Primer ministro, Lou Tseng Tsiang (1871-1949). Él no sólo llegaría a primer ministro, sino que como viudo católico, se convertiría en Abad de un monasterio benedictino.
Lou nació en una familia protestante. Su padre, activista de la London Missionery Society, le trasmitió el deseo de profundizar en la Biblia y le enseñó el gusto por los idiomas.
Pero no fue sino hasta su matrimonio con Berthe Bovy, hija de una familia de militares belgas, que Lou pudo ver encarnada la fe católica en un ser que tanto amaba. «Mi esposa nunca me había planteado la cuestión religiosa, contentándose con ser lo que era: una verdadera cristiana. Aquella discreción me animaba aún más a desear unirme a ella en la Iglesia católica, donde me habría negado a entrar si ella me hubiera incitado a ello», según narra en los libros Recuerdos y pensamientos (1945) y El encuentro de las Humanidades y el descubrimiento del Evangelio (1949).
Así, el ejemplo de su mujer fue cristalizando en su alma el ansia de volverse católico, hasta que un día manifestó a su cónyuge: «Prometí que nuestros hijos serían católicos, pero como no tenemos hijos ¿qué te parecería si me hiciera católico?». El mismo Padre que celebró su matrimonio lo recibiría en la Iglesia, el P. Antonin Veile-Lagrange, O.P.
Su carácter firme se puso de manifiesto en el Tratado conclusivo de la I Guerra Mundial, firmado en Versalles en 1919. Encabezando la delegación china a la magna reunión, Lou se negó a firmar los acuerdos pues concedían al Japón un territorio reclamado por la China. Fue, la China, el único país que no firmó los documentos finales.
Hacia 1922 se trasladó junto con su esposa a Suiza, buscando la recuperación física de ella. Después de su traslado fueron a Roma, donde los recibió Pío XI. Posteriormente Berthe fallecería, en 1926.
El camino de fe que lo llevó a la Iglesia también lo conduciría al monasterio. Seguramente la idea le surgió ya en vida de Berthe Bovy, en sus postreros días. De manera tal que también en 1926, cuando ya cumplía los 56 años, el antiguo y poderoso primer ministro entraría como humilde postulante a la Abadía de Saint André-les-Bruges, en Bélgica, adoptando el nombre de Fray Pedro Celestino. Su llegada al sacerdocio fue en 1935 y en 1946 directamente Pío XII lo nombró abad titular de la Abadía de San Pedro en Gante.
Falleció el antiguo abad y primer ministro en 1949, en una vida que parecería sorpresiva y de ‘idas y venidas’, pero que desde una alta perspectiva se contempla un caminar rectilíneo en materia de fe.
No pudo ver cumplido un gran deseo, que era regresar a la China para promover el renacimiento de la vida monástica en el país, renacimiento que fue cortado abruptamente por el comunismo. Entretanto, siendo monje, pudo dejar un rico legado de experiencias a la humanidad, al escribir sus memorias, de lectura muy amena e interesante.
Con información de Religión en Libertad
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