Redacción (Jueves, 29-01-2015, Gaudium Press) No se trataba de someter sino de evangelizar. La evangelización nos trajo la verdad y la Verdad nos hizo libres.
España no se limitó apenas a descubrir, conquistar y colonizar como otras potencias europeas de ingrata memoria para sus colonias.
La gesta tampoco fue exclusivamente masculina. En 1530 -ni siquiera 40 años después del descubrimiento- ya estaban encaminándose para tierras americanas vírgenes europeas de clausura de la Concepción y el Carmelo, mayoritariamente de familias aristocráticas. De muchas de ellas se desconoce el nombre y su historia personal. Murieron anónimas con el alma llena de renuncias, vigilas de oración ante el Santísimo, vida bajo regla estricta, refecciones austeras y caridad a toda prueba, era el diario vivir de ellas mientras afuera la conquista era una efervescencia de combates, comercio, industrias que nacían, intrigante administración burocrática y pleitos por linderos.
¿Quién puede hoy dudar del valor de ese sacrificio?
Monjas en oración, de Miguel María Ocal – Museo de Arte de Gerona |
Llegaron a México, Perú, Ecuador, Colombia y otros países del continente, resueltas a luchar hasta la muerte contra enemigos invisibles, imponderables, sutiles y astutos que perturban en el silencio de la vida contemplativa, infunden depresiones, hastíos, arideces espirituales, miedos y terribles tentaciones. Y ahí estuvieron en pie de lucha atrayendo gracias y bendiciones para las sociedades coloniales que se formaban en aquel entonces.
Curiosamente el objetivo fundacional no era instituir centros educativos ni hospitales de beneficencia, se trataba principalmente de orar, lo demás vino casi un siglo después por añadidura. Pero antes, las monjas de clausura en tiempos de conquista y colonia eran un punto de referencia moral en las ciudades que comenzaban a nacer. Por el Locutorio y el Torno se intercambiaban consejos, penas del alma, recados, favores, ayudas y conversaciones espirituales que hacían bien a las más distinguidas de las damas o las mujeres más modestas.
De esos conventos de clausura nacieron obras artísticas en la decoración de las capillas donde artesanos criollos aprendieron, nació la repostería, los arreglos florales, los bordados y hasta la financiación de pequeñas iniciativas de comercio o industrias caseras cuando las buenas monjas prestaban el importe de sus propias dotes o el respaldo escritural de su propiedades para apoyar una empresa.
Tal vez sin habérselo propuesto y dado que algunas monjas eran de alcurnia y podían mantener criadas a su servicio, esto terminó en formar también una especie o tipo de sociedad eril ejemplar que irradió su influencia por todas partes con excelentes empleadas domésticas para casas de familia. En suma, se elevó la clave moral de la vida social que ha podido caer en la sordidez de la vida aventurera al estilo del lejano oeste norteamericano.
No se puede dudar que la vida de oración de las primeras monjas de clausura que llegaron a nuestra américa española fue la mayor razón de peso para que nuestras naciones iberoamericanas se desarrollaran espiritual y materialmente. Los hermosos conventos en piedra que construyeron con el apoyo económico de conquistadores y colonos, dan prueba de que vinieron para quedarse definitivamente, sepultar sus huesos en estas tierras y dejarnos el aroma de virtud y santidad que hace de nuestra Iberoamérica el bloque continental católico más grande del planeta, y que la protección muy especial de la Virgen María ha mantenido y mantendrá cohesionado en torno al papado, que con tantas bulas y otros documentos pontificios apoyó la propagación de ordenes religiosas a lo largo y ancho de nuestro de esta américa toda de Dios.
Por Antonio Borda
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