Cornelio Procópio (Viernes, 02-02-2015, Gaudium Press) Mons. Manoel João Francisco, Obispo de la Diócesis de Cornelio Procópio, en Paraná, Brasil, en su más reciente artículo afirma que el Evangelio que fue proclamado ayer comienza diciendo que Jesús, en un día de sábado, en la ciudad de Cafarnaúm, entró a la sinagoga y comenzó a enseñar. Él enfatiza que éste era un hábito de Jesús, que todos los sábados iba a la sinagoga, y durante el culto se levantaba, leía un pasaje de la Escritura y predicaba a las personas que allí estaban.
El Prelado además explica que, inspirados en esta práctica, después de la muerte y resurrección del Maestro, los discípulos, continuaron frecuentando la sinagoga el día de sábado, y, poco a poco, el primer día de la semana se fue tornando más importante que el sábado. Mons. Manoel recuerda que fue en el primer día de la semana que San Pablo se reunió con la comunidad de Troas para «la fracción del pan» (At 20,7), expresión usada para decir lo que hoy es para nosotros la celebración de la Eucaristía.
Al final del S. I la «fracción del pan» en el día del Señor estaba completamente consolidada |
Además de ese ejemplo, el Obispo también recuerda que en Corinto la comunidad de los discípulos tenía el hábito de reunirse y celebrar en el primer día de la semana, y al final del siglo I la práctica estaba totalmente consolidada. Para él, la fórmula «primer día de la semana» fue, inclusive, substituida por otra: «día del Señor», en latín «dies dominica» o simplemente «dominica», que se tornó en nuestra lengua «domingo».
Otra cuestión levantada por Mons. Manoel es que la consciencia del valor y de la sacralidad del domingo era tan fuerte que ni siquiera la distancia o el hecho de ser un día normal de trabajo impedía a los cristianos de reunirse para celebrar la memoria de la muerte y resurrección del Señor, o sea, la Eucaristía, conforme nos atestigua el testimonio de San Justino en su Primera Apología, escrita alrededor del año 150, y dirigida al Emperador Antonino y al Senado Romano.
«En el día que se llama del sol, se celebra una reunión de todos los que viven en las ciudades o en los campos, y ahí se leen, mientras el tiempo permite, las Memorias de los apóstoles o los escritos de los profetas. Cuando el lector termina, el presidente hace una exhortación e invita a que imitemos esos bellos ejemplos. En seguida nos levantamos todos juntos y elevamos nuestras preces. Después de terminadas, como ya dijimos, se ofrece pan, vino y agua, y el presidente, conforme sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus preces y acciones de gracias y todo el pueblo exclama, diciendo: ‘amén’. Viene después la distribución y participación hecha a cada uno de los alimentos consagrados por la acción de gracias y su envío a los ausentes por los diáconos» (Apología I, 67, 3-5).
Por último, el Obispo paranaense resalta que más fuerte todavía es el testimonio de los mártires de Abitinia, al Norte de África. Conforme él, se trata de un grupo de cristianos que, al inicio del siglo IV, alrededor del año 304, fue tomado ‘in fraganti’ cuando se encontraba en la casa de uno de ellos celebrando la Eucaristía, en total desobediencia a las órdenes del emperador Diocleciano. El Prelado aclara que al ser interrogados por el Procónsul, uno de ellos respondió: «Sí, es en mi casa que celebramos el día del Señor. No podemos vivir sin celebrar el día del Señor».
Para Mons. Manoel, con el pasar del tiempo y el aumento del número de los cristianos, el día del Señor fue perdiendo su fuerza en la consciencia de los cristianos y la Iglesia precisó legislar y exigir que fuese celebrado.
«En nuestros días, somos invitados a rescatar la práctica de los primeros cristianos que celebraban el domingo y, eran hasta capaces de morir por causa de esta celebración, por pura convicción, sin ninguna ley ni obligación», concluye. (FB)
Deje su Comentario