Redacción (Martes, 10-02-2015, Gaudium Press) Con el título arriba, el Arzobispo Metropolitano de Belo Horizonte, Brasil, Mons. Walmor Oliveira de Azevedo, expone sus ideas y opiniones a propósito de lo que puede ser el mañana de la post-crisis, una vez que «en el horizonte esté la oportunidad singular de aprendizaje y de adopción de prácticas que permitan alcanzar dinámicas más saludables, capaces de recuperar el tejido social si se sacan lecciones con las dificultades de hoy».
Aquí está el «reverso de la crisis»:
En el reverso de las crisis están lecciones importantes que deberían ser aprendidas y practicadas. La sociedad brasileña sufre con un elenco de crisis. Entre ellas, está la hídrica, provocada por falta de lluvias y por inadecuado tratamiento del medio ambiente; la crisis económica, por consecuencia de seguir apenas los principios de las leyes del mercado; la crisis ética, con el conocimiento público de esquemas billonarios de corrupción y faltas de respeto al erario; la crisis del compromiso comunitario, apuntada por el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica ‘Alegría del Evangelio’; la crisis moral, ancorada en los relativismos, el individualismo y el entendimiento estrecho de la libertad, la autonomía y el bienestar. Sin exagerar, se convive con una verdadera hoguera de crisis.
A pesar del peso y del enorme desafío, en el horizonte está la oportunidad singular de aprendizaje y de adopción de prácticas que permitan alcanzar dinámicas más saludables, capaces de recuperar el tejido social. Lecciones que requieren ser aprendidas, retomadas y practicadas en la tarea ingente de conducir la vida privada y ciudadana; construir, diariamente, la sociedad. No son, necesariamente, lecciones de alta complejidad, pues parten de principios éticos y morales muy simples, pero con incidencia transformadora. Son capaces de revertir los procesos y vivencias que deterioran instituciones, culturas, y retardan, o incluso inviabilizan, la construcción de una sociedad igualitaria.
Impresiona, entre otras dimensiones, el crecimiento de la violencia, con estadísticas que causan horror. No se trata apenas de la criminalidad que ocurre en las calles, sino también la practicada en lo recóndito de los hogares e incluye las perpetradas contra el bien común, con prejuicios, especialmente, para los más pobres. Es una urgencia compartir ese cuadro desafiante compuesto por las crisis para que se forme un juicio respecto a los procesos que están perjudicando la convivencia social. Los cambios necesarios no son puntuales. Se torna imprescindible buscar nuevas dinámicas capaces de conducir la sociedad rumbo a las prácticas éticas y morales que son camino para la necesaria virada civilizatoria contemporánea. Así, será posible reflejar y transformar cada institución, grupos políticos, instancias culturales y también confesiones religiosas.
Un primer paso importante es que cada persona reconozca el cuadro de crisis que afecta a la sociedad brasileña. Así será posible crear un gran movimiento de despertar ético capaz de fecundar la consciencia moral de todos. En este sentido, no se puede ahorrar esfuerzos, ni siquiera por el temor de parecer alarmismo. La situación es muy grave y así urge sea percibida. Eventuales progresos y conquistas alcanzadas no pueden servir para camuflarla. Antes de adoptarse las providencias de incidencia transformadora -las reformas que la sociedad brasileña requiere- es preciso que cada ciudadano comprenda y asuma su parte.
La búsqueda por la conducta honesta de todos no es apenas un aspecto a integrar la estrategia de un gobierno, sino deber de cada persona en el cumplimiento de sus tareas. Hace falta fundamentar las acciones en el contexto de las familias, las escuelas, las confesiones religiosas, los segmentos todos, y en la vivencia de la política. Superar las graves crisis puede ser algo simple, un camino natural, desde que todos compartan un gusto, convicción y compromiso: ser honestos en todo lo que se habla, hace y construye, en el ejercicio de tareas profesionales y ciudadanas. En esta dirección, hay también la necesidad de superar la mediocre práctica de intentar presentar como «bueno» o «el mejor» a partir de la estrategia de destruirse a los otros.
Es el momento de derribar las amenazas a la vida social con una gran ola formada por la alegría y el santo orgullo de ser honesto, un remedio para curar la enfermedad de la corrupción, de los relativismos, de las disputas mezquinas, de la busca egoísta por la realización de intereses propios con prejuicios para la colectividad. Es hora de, humildemente, evaluar el cuadro de crisis para alcanzar lecciones, muchas, tantas de ellas, sin secreto de asimilación y práctica. Lecciones que están en el reverso de estas crisis.
Por Mons. Walmor Oliveira de Azevedo,
Arzobispo metropolitano de Belo Horizonte.
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