Ciudad del Vaticano (Miércoles, 11-01-2015, Gaudium Press) Hoy, fiesta de la Virgen del Lourdes y XXIII Día Mundial del Enfermo, el Papa Francisco continuó en la Audiencia General la catequesis sobre la familia, esta vez hablando de la figura del «hijo» y de las relaciones padres-hijos, ante la multitud de fieles que lo acompañó en la Plaza de San Pedro.
«Los hijos son un don», expresó enfáticamente el Pontífice, mostrando como ellos son la manifestación de la gratuidad del amor de Dios, y como sobre ellos también se ejerce esa gratuidad.
«Cada uno es único e irrepetible; y al mismo tiempo, inconfundiblemente ligado a sus raíces. Ser hijo e hija, de hecho, según el designio de Dios, significa llevar en sí la memoria y la esperanza de un amor que se ha realizado a sí mismo encendiendo la vida de otro ser humano, original y nuevo», dijo el Papa.
Foto: Radio Vaticano |
Y luego el Papa mostró como, incluso en las relaciones humanas, la figura del hijo despierta la gratuidad del amor materno: «Un hijo se ama porque es hijo: no porque sea bello, o porque sea así o asá, ¡no! ¡Porque es hijo! No porque piensa como yo, o encarna mis deseos. Un hijo es un hijo: una vida generada por nosotros, pero destinada a él, a su bien, para el bien de la familia, de la sociedad, de toda la humanidad. De ahí viene también la profundidad de la experiencia humana del ser hijo e hija, que nos permite descubrir la dimensión más gratuita del amor, que nunca deja de sorprendernos. Es la belleza de ser amados antes: los hijos son amados antes de que lleguen. (…). Y ésta es gratuidad, esto es amor; son amados antes, como el amor de Dios, que nos ama siempre antes. Son amados antes de haber hecho nada para merecerlo, antes de saber hablar o pensar, ¡incluso antes de venir al mundo! Ser hijos es la condición fundamental para conocer el amor de Dios, que es la fuente última de este auténtico milagro. En el alma de cada hijo, por más vulnerable que sea, Dios pone el sello de este amor, que está en la base de su dignidad personal, una dignidad que nada ni nadie podrá destruir».
Entonces, el Papa entró a enseñan como se fortalece la relación familiar: «Los padres -como mencioné en las catequesis anteriores- quizás han dado un paso atrás y los hijos se han vuelto más inciertos en el dar pasos hacia adelante. Podemos aprender la buena relación entre generaciones de nuestro Padre Celestial, que nos deja libres a cada uno de nosotros, pero nunca nos deja solos. Y si nos equivocamos, Él continúa siguiéndonos con paciencia sin disminuir su amor por nosotros. El Padre Celestial no da pasos hacia atrás en su amor por nosotros, ¡jamás! Va siempre hacia adelante y si no se puede ir adelante, nos espera, pero nunca va hacia atrás; quiere que sus hijos sean valientes y den pasos hacia adelante».
Pero es también el caso que los hijos no tengan «miedo del compromiso de construir un mundo nuevo: ¡es justo desear que sea mejor del que han recibido! Pero esto debe hacerse sin arrogancia, sin presunción. A los hijos hay que saber reconocerles su valor, y a los padres siempre se los debe honrar».
El Pontífice también subrayó la importancia extrema del 4to. Mandamiento y sus consecuencias: «El cuarto mandamiento pide a los hijos – ¡y todos lo somos! – honra a tu padre y a tu madre (cf. Ex 20:12). Este mandamiento viene inmediatamente después de los que tienen que ver con Dios mismo; después de los tres mandamientos que tienen que ver con Dios mismo, viene el cuarto. De hecho contiene algo de sagrado, algo de divino, algo que está en la raíz de cualquier otro tipo de respeto entre los hombres. Y en la formulación bíblica del cuarto mandamiento se añade: «Honra a tu padre y a tu madre para que tengas una larga vida en la tierra que el Señor, tu Dios, te da». El vínculo virtuoso entre generaciones es una garantía de futuro, y es garantía de una historia verdaderamente humana».
Finalmente el Pontífice volvió a hacer el elogio de una familia numerosa, y explicó en qué consiste el concepto paternidad responsable, de Pablo VI en la Humanae Vitae: «El tener muchos hijos no puede ser visto automáticamente como una elección irresponsable. Es más, no tener hijos es una elección egoísta. La vida rejuvenece y cobra nuevas fuerzas multiplicándose: ¡se enriquece, no se empobrece! Los hijos aprenden a hacerse cargo de su familia, maduran compartiendo sus sacrificios, crecen en la apreciación de sus dones. La experiencia alegre de la fraternidad anima el respeto y cuidado de los padres, a quienes debemos nuestra gratitud».
Con información de Radio Vaticano
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