Ciudad del Vaticano (Lunes, 16-02-2015, Gaudium Press) El Papa puso de presente ante los nuevos cardenales de la Iglesia el «Himno a la Caridad» de San Pablo, expresado en el capítulo 13 de la primera Carta a los Corintios. Esto ocurrió en el Consistorio ordinario de creación de Cardenales, habido el pasado sábado en la Basílica Vaticana. El Papa emérito Benedicto se hizo presente en la ceremonia y fue saludado por el Papa Francisco a su entrada.
El Papa recordó a los Cardenales que son «quicios» es decir puntos de apoyo y ejes esenciales para la vida de la comunidad. Y además, ahora están «incardinados en la Iglesia de Roma, que ‘preside toda la comunidad de la caridad’ «.
Foto: Radio Vaticano |
Caridad. En la Iglesia »toda presidencia proviene de la caridad, se desarrolla en la caridad y tiene como fin la caridad. La Iglesia que está en Roma tiene también en esto un papel ejemplar: al igual que ella preside en la caridad, toda Iglesia particular, en su ámbito, está llamada a presidir en la caridad. Por eso creo que el »himno a la caridad», de la primera carta de san Pablo a los Corintios, puede servir de pauta para esta celebración y para vuestro ministerio, especialmente para los que desde este momento entran a formar parte del Colegio Cardenalicio. Será bueno que todos, yo en primer lugar y vosotros conmigo, nos dejemos guiar por las palabras inspiradas del apóstol Pablo, en particular aquellas con las que describe las características de la caridad», expresó el Pontífice.
«San Pablo nos dice que la caridad es ‘magnánima’ «, recordó el Papa. Magnanimidad es «ensanchar el corazón, dilatarlo según la medida del Corazón de Cristo». Es «amar lo que es grande, sin descuidar lo que es pequeño; amar las cosas pequeñas en el horizonte de la grandes».
«El Apóstol dice que la caridad ‘no tiene envidia; no presume; no se engríe». Afirmó el Papa que tampoco las dignidades eclesiásticas están inmunes a esta tentación, pero que esa realidad debe animar a que viva más «en nosotros la fuerza divina de la caridad, que trasforma el corazón».
«La caridad ‘no es mal educada ni egoísta’ «, por tanto es una caridad que «te des-centra y te pone en el verdadero centro, que es sólo Cristo. Entonces sí, serás una persona respetuosa y preocupada por el bien de los demás».
»La caridad, añade el Apóstol, ‘no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad’. El que está llamado al servicio de gobierno en la Iglesia debe tener un fuerte sentido de la justicia, de modo que no acepte ninguna injusticia, ni siquiera la que podría ser beneficiosa para él o para la Iglesia. Al mismo tiempo, ‘goza con la verdad’: ¡Qué hermosa es esta expresión! El hombre de Dios es aquel que está fascinado por la verdad y la encuentra plenamente en la Palabra y en la Carne de Jesucristo. Él es la fuente inagotable de nuestra alegría. Que el Pueblo de Dios vea siempre en nosotros la firme denuncia de la injusticia y el servicio alegre de la verdad».
«Por último, la caridad ‘disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites’. Aquí hay, en cuatro palabras, todo un programa de vida espiritual y pastoral. El amor de Cristo, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, nos permite vivir así, ser así: personas capaces de perdonar siempre; de dar siempre confianza, porque estamos llenos de fe en Dios; capaces de infundir siempre esperanza, porque estamos llenos de esperanza en Dios; personas que saben soportar con paciencia toda situación y a todo hermano y hermana, en unión con Jesús, que llevó con amor el peso de todos nuestros pecados».
El Pontífice dijo que todas cualidades enunciadas por el Apóstol Pablo «no viene de nosotros, sino de Dios», y por tanto convocó a la docilidad a la acción del Espíritu Santo.
Terminadas sus palabras el Papa pronunció la fórmula de creación de los nuevos cardenales, quienes recitaron el Credo y el juramento de fidelidad y obediencia al Papa y sus sucesores.
Tras el rito de creación de cardenales, el Cardenal prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos pidió al Papa la inscripción en el Libro de los Santos de tres beatas. Son ellas Jeanne-Emilie de Villeneuve nacida en Francia en 1811, Fundadora de la Congregación de las Hermanas de la Inmaculada Concepción de Castres para la educación de las niñas y muchachas pobres, para los enfermos y las misiones en tierras lejanas; Marie-Alphonsine Danil Ghattas ( en el siglo Maryam Sultanah), nacida en Jerusalén en 1843 que desarrolló un intenso apostolado en favor de las jóvenes y las madres cristianas, y fundadora de la Congregación de las Hermanas del Santísimo Rosario de Jerusalén; y María de Jesús Crucificado (en el siglo Maryam Baouardy),nacida en Abellín, cerca de Nazareth en 1846, religiosa profesa de la Orden de las Carmelitas Descalzas. Ellas serán canonizadas el próximo domingo 17 de mayo.
Con información de Radio Vaticano
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