Ciudad del Vaticano (Miércoles, 18-02-2015, Gaudium Press) En su homilía de miércoles de ceniza en la Basílica de Santa Sabina, en Roma, el Papa Francisco profundizó en el significado de la conversión, basándose en las lecturas bíblicas del día.
«En el pasaje de Mateo, Jesús vuelve a leer las tres obras de piedad previstas por la ley mosaica: la limosna, la oración y el ayuno. Con el tiempo, estas disposiciones se habían corroído por la herrumbre del formalismo exterior, o incluso habían mutado en un signo de superioridad social. Jesús pone en evidencia una tentación común en estas tres obras, que se pueden resumir en la hipocresía (la cita tres veces): ‘Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos… cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas… Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas… a ellos les gusta orar de pie… para ser vistos… Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas’ (Mt 6,1.2.5.16)».
El Pontífice explicó que la tentación de la vanagloria es algo casi instintivo, «casi instintivamente nace en nosotros el deseo de ser estimados y admirados por esta buena acción, para obtener una satisfacción». Entretanto, «Jesús nos invita a cumplir estas obras sin ostentación alguna, y a confiar sólo en la recompensa del Padre ‘que ve en lo secreto’ (Mt 6,4.6.18)».
Para todos, Dios tiene un corazón de misericordia, Él «quiere ofrecernos una vez más su perdón, invitándonos a volver a Él con un corazón nuevo, purificado del mal, para tomar parte de su gozo».
¿Cómo debemos acoger la invitación de la misericordia de Dios, que es el llamado a la conversión? Muy bien lo explica San Pablo en la Carta a los Corintios: » ‘les suplicamos en nombre de Cristo: déjense reconciliar con Dios’ (2 Cor 5:20). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. La reconciliación entre nosotros y Dios es posible gracias a la misericordia del Padre que, por amor a nosotros, no dudó en sacrificar a su Hijo unigénito. De hecho, el Cristo, que era justo y sin pecado, fue hecho pecado por nosotros (v. 21) cuando sobre la cruz cargó con nuestros pecados, y así nos rescató y redimió ante Dios. ‘En Él’, nosotros podemos volvernos justos, en Él podemos cambiar, si acogemos la gracia de Dios y no dejamos pasar en vano el ‘momento favorable’ (6,2)».
Al final de su homilía el Pontífice invocó a la Virgen para que nos sostenga en nuestras luchas espirituales, y explicó el significado de la imposición de la ceniza, que es recordarnos que «somos criaturas limitadas, pecadores siempre necesitados de arrepentimiento y conversión. ¡Cuán importante es para escuchar y acoger este llamado en nuestro tiempo! La invitación a la conversión es entonces un impulso a regresar, como hizo el hijo de la parábola, entre los brazos de Dios, Padre tierno y misericordioso, a confiarnos de Él y a confiarnos a Él».
Con información de Radio Vaticano
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