Redacción (Martes, 24-02-2015, Gaudium Press) «No a nosotros, oh Señor, no a nosotros, a vuestro nombre, entretanto, toda la gloria» (Sl 113, 9), canta el Salmista, sintetizando, en pocas palabras, el deseo que anima el corazón de los justos. Ninguna otra señal es tan reveladora de la santidad de alguien cuanto ese infatigable deseo de dirigir a Dios las alabanzas recibidas, y de procurar la máxima gloria de Él en todas las cosas.
¡En efecto, si hasta incluso los seres inanimados glorifican a Dios por el hecho de existir – «los cielos publican la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos» (Sl 18, 3) – mucho más deberían glorificarlo los hombres, creados a su imagen y semejanza, y «realmente hijos de Dios y coherederos con Cristo» (Rm 8, 17) por el Bautismo! Entretanto, en cuanto las otras criaturas invariablemente alaban a Dios, los hombres no siempre quieren cumplir con esa obligación, por causa del orgullo. Y muchas veces cambian «su gloria por la estatua de un toro que come heno»… (Sl 105, 20).
San Juan Bautista es un modelo eximio de la práctica de la restitución, virtud que resume en sí la humildad, la gratitud y el deseo de servir a Dios. Su vida no fue sino un desdoblamiento de fidelidades, restituyendo en grado supremo todo aquello que recibió de Dios, desde el primer contacto con Él a través de la voz de María, todavía en el claustro materno. Comentan algunos teólogos que, en ese momento, por la excelencia arrebatadora de la voz de Nuestra Señora, la vida divina fue transmitida a San Juan Bautista. El hecho de él haber saltado en el vientre de Santa Isabel significa que le fue borrada la mancha del pecado original, como si él hubiese sido bautizado. A partir de entonces, innúmeras otras gracias le fueron siendo concedidas en función de esa gracia primera, como comenta el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira:
Se ve que Nuestra Señora comunicó ahí, misteriosamente, el espíritu de Ella a San Juan Bautista. Y todo cuanto el hizo en su vida era una recurrencia de esa gracia inicial, y que por los ruegos de Ella fue constantemente intensificada, hasta llegar al auge, cuando él murió. Y ahí nosotros podemos ver a San Juan Bautista como asceta austero, como predicador orador del Cordero de Dios que vendría y, después, como héroe que enfrenta a Herodes y muere como mártir sublime de grandeza y de serenidad. 1
Fue él un «un manantial ardiente de amor a Dios», que solo vivió para la realización de su misión, teniendo solamente a «Dios delante de los ojos». 2
No buscaba los vestidos preciosos del mundo quien había despreciado el propio mundo; ni esperaba una comida opulenta quien pisoteaba las delicias del mundo. ¿Qué necesidad tenía de los preciosos trajes del mundo quien estaba revestido con la vestidura de la justicia? ¿Qué alimentos delicados de la tierra podría desear quien hacía banquete con las palabras divinas, aquel para quien el verdadero alimento era la ley de Cristo? 3
Y, de correspondencia en correspondencia, de entrega en entrega, quiso disminuir para que creciese la gloria de Aquel a quien los cielos y la tierra no pudieron contener.
¡Con toda certeza, San Juan Bautista disminuyó en vida, pero creció para la eternidad y para todas las eras venideras, tornándose el arquetipo de humildad cuya luz brilla delante de los hombres y los lleva a glorificar a Dios! (cf. Mt 5, 16).
Aprendamos con él a estar constantemente indicando a los otros la verdadera Luz, para, al final de nuestra vida, proclamemos con todas las fibras de nuestra alma:
Yo soy vuestro, Señor, no debo pertenecer sino a Vos; mi alma es vuestra, y no debe vivir sino para Vos; mi voluntad es vuestra, y no debe amar a nadie sino por vuestro amor; mi amor es vuestro, y no debe visar sino a Vos. Debo amaros como mi primer principio, porque vine de Vos; debo amaros como mi fin supremo y mi reposo, porque fui creado para Vos; debo amaros más que a mi ser, porque este ser subsiste por Vos; debo amaros más que a mí mismo, porque os pertenezco y resido en Vos.4
Por la Hna. Ariane da Silva Santos, EP
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1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferência. São Paulo, 11 set. 1967. (Arquivo IFTE).
2 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferência. São Paulo, 17 nov. 1972.
3 CROMACIO DE AQUILEYA. Comentarios al Evangelio de San Mateo, apud LA BIBLIA COMENTADA POR LOS PADRES DE LA IGLESIA. Madrid: Ciudad Nueva, 2004, p. 84.
4 SAN FRANCISCO DE SALES. Tratado do amor de Deus. 3 ed. Porto: Apostolado da Imprensa, 1958.
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