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"Yo soy Aquel que soy"

Redacción (Jueves, 26-02-2015, Gaudium Press) Respondiendo a una pregunta de Moisés, Dios se definió a Sí mismo como el Ser inmutable. Aquellos que, deseando adaptarse al mundo, afirman que los principios de orden moral cambian -pues todo es relativo- contrarían o contradicen al propio Creador.

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Zarza ardiente

En Madián, Moisés ejercía la simple función de pastor de las ovejas de Jetro, su suegro, y cierto día las llevó hasta junto al monte Horeb – macizo, del cual el Sinaí es el pico principal. En determinado momento, vio que una zarza estaba en llamas, pero no se consumía.

Queriendo aproximarse «para admirar esta visión maravillosa» (Ex 3, 3), Dios lo llamó por su nombre y le dijo: «Tira las sandalias de los pies, porque el lugar donde estás es suelo sagrado. […] Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob» (Ex 3, 5-6).

Y el Señor afirmó que oyó el clamor de aflicción de los israelíes, los cuales estaban oprimidos en Egipto, y manda a Moisés a dirigirse al faraón a fin de liberarlos.

La zarza ardiente incombustible simboliza a Nuestra Señora, que se mantuvo Virgen antes, durante y después del parto. En el bello cántico «Ave mundi spes’ – «Ave, esperanza del mundo», hay una estrofa que dice: «Ave, Virgen sin par, simbolizada en la zarza que al fuego no se consumió».

La más sublime definición de Dios

Hubo entonces, un diálogo entre Dios y Moisés que puede ser sintetizado así (cf, Ex 3, 11-13):

-¿Quién soy yo para realizar tal misión? – dijo Moisés

– Yo estaré contigo, y cuando hubieses sacado a los judíos de Egipto, tú servirás a Dios en esta montaña.

– Pero si los judío de Egipto me preguntasen cuál es el nombre de Aquel que me envió, ¿qué debo responder?

– «Yo soy Aquel que soy». Así responderás a los israelitas. «Yo soy me envía a vosotros».

La expresión «Yo soy Aquel que soy» «describe con una exactitud y una brevedad incomparables la unidad, la simplicidad, la eternidad, la inmutabilidad del Ser Divino».

Dios ordenó a Moisés que se dirigiese al Faraón y le dijese que los hebreos deberían caminar durante tres días en el desierto, a fin de ofrecer sacrificios al Señor. El Rey de Egipto no lo permitiría, pero Dios castigaría ese país. Y tan terrible sería la punición, que las mujeres egipcias darían a los hebreos objetos de oro y plata, bien como trajes, e implorarían que ellos saliesen pronto de Egipto.

La vara de Moisés

Moisés, entonces, preguntó al Altísimo lo que debería hacer si los israelitas no creyesen en él. Dios ordenó que lanzase al piso una vara que estaba en sus manos; él así lo hizo, y la vara se trasformó en serpiente. El Señor mandó a Moisés que tomase la serpiente por la cola; y al instante que la tocó, volvió a ser ella una vara.

El Creador mandó aún que Moisés colocase la mano en su pecho; cuando la retiró, ella estaba «cubierta de lepra, blanca como la nieve» (Ex 4, 6); Dios ordemó que nuevamente pusiese la mano leprosa en el pecho, y ella quedó enteramente normal.

Y el Señor acrecentó que Moisés debería presentarse a los judíos; caso estos dudasen, él haría el primer prodigio, y si aún quedasen dudas, realizaría el segundo. «Pero -afirmó Dios- si no creyesen incluso con estas dos señales y no te escucharen, tomarás agua del río y la derramarás en tierra seca; el agua que tomares se tornará sangre en tierra seca» (Ex 4-9).

Incluso así Moisés dudaba, y dijo al Altísimo que él tenía dificultad de pronunciar bien las palabras porque era gago, habiendo Dios respondido que su hermano Aarón hablaría delante del pueblo. Y el Señor determinó: «Tú le hablarás y le trasmitirás los mensajes, y Yo estaré con los dos para hablarles, y os mostraré lo que debéis hacer (…) Lleva contigo esta vara. Es con ella que deberás realizar las señales» (Ex 4, 15.17).

El Pueblo creyó y adoró a Dios

Moisés se despidió de su suegro, Jetro, y, llevando su esposa e hijos, partió en dirección a Egipto, portando «en la mano la vara de poder divino» (Ex 4, 20).

Dios mandó a Aarón que fuese al encuentro de su hermano en el desierto. De hecho, los dos se encontraron en la «montaña de Dios», o sea, la región del Horeb. Moisés le contó todo lo que el Creador le dijera, bien como las señales que realizara.

Se dirigieron, entonces a Egipto y, allá llegando, se reunieron los hebreos. «Aarón contó todo lo que el Señor había dicho a Moisés, y este realizó las señales a la vista del pueblo, y el pueblo creyó. Y al oír que el Señor daba atención a los israelitas y miraba su aflicción, se postraron en adoración» (Ex 4, 30-31).

Que Nuestra Señora nos conceda la gracia de compenetrarnos del poder de la oración, pues Dios siempre atiende nuestros justos pedidos.

Por Paulo Francisco Martos
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1) – Cf. FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible commentée. 6. ed. Paris: Letouzey et ané. 1923, v. 1, p. 195.
2) – Cf. CLÁ DIAS , João Scognamiglio, EP. Pequeno ofício da Imaculada Conceição comentado. 2. ed. São Paulo: Associação Católica Nossa Senhora de Fátima. 2010, v. I, p. 178-180.
3) – Liber cantualis. Comissão de estudos de Cântico Gregoriano. Associação Arautos do Evangelho. São Paulo: Salesiana. 2011, p. 126-127.
4) – FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible commentée. 6. ed. Paris: Letouzey et ané. 1923, v. 1, p. 197.

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