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El Adopcionismo

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Redacción (Lunes, 02-03-2015, Gaudium Press) Sería ingenuo pensar que los movimientos históricos se dan por mera espontaneidad. En verdad un conocimiento histórico más profundo de los hechos nos puede demostrar que la fuerza motriz del hombre, y como consecuencia de la historia, está en las pasiones humanas. Éstas si están bien dirigidas y reguladas pueden hacer de los hombres verdaderos héroes, en el sentido más fiel y verdadero de la palabra. Entretanto, si las pasiones fueran mal conducidas pueden desencadenar verdaderas revoluciones.

Por revolución entendemos un movimiento de cosas opuestas a su correcto fin, una subversión de valores y de conceptos, que puede producir verdaderas catástrofes en la sociedad. Ese movimiento tiene como motor y eje de sus operaciones dos pasiones:

«Dos nociones concebidas como valores metafísicos expresan bien el espíritu de la Revolución: igualdad absoluta, libertad completa. Y dos son las pasiones que más la sirven: el orgullo y la sensualidad. […]

«La persona orgullosa, sujeta a la autoridad de otra, odia primeramente el yugo que en concreto pesa sobre ella. […]

«A la par del orgullo generador de todo igualitarismo, la sensualidad, en el más amplio sentido del término, es causante del liberalismo. Es en estas tristes profundidades que se encuentra la junción entre esos dos principios metafísicos de la revolución, la igualdad y la libertad, contradictorios en tantos puntos de vista.» [1]

Apliquemos esas palabras al hecho histórico objeto del presente artículo para que el lector pueda concluir cual fue el factor que llevó al surgimiento de la herejía adopcionista.

La historia: Elipanto de Toledo y Félix de Urgel

Elipanto, de la raza goda, fue arzobispo metropolitano de Toledo, que se encontraba bajo el dominio mahometano. Y fue desde esta Sede que infelizmente hizo propagar su veneno. La historia lo describe como un hombre de gran genio, apasionado y elocuente. Entretanto no supo usar tales aptitudes para la propagación de la Iglesia, y por el contrario, debido a su arrogancia y orgullo, las usó para propagar la heterodoxia.

Félix de Urgel, obispo de esta misma ciudad, es el segundo defensor de esa herejía. Compañero de Elipanto, a pesar de ser español era súbdito de Carlomagno, una vez que la ciudad de Urgel acababa de ser dominada por los Francos.

La herejía

La herejía adopcionista, es en el fondo una reaparición del nestorianismo (que afirmaba la dupla personalidad de Nuestro Señor), como el propio Papa de la época, Adriano I, señalaba. Esa afirmación se da porque, al admitir una dupla filiación en Cristo (una por naturalidad y otra por adopción), admite también una doble personalidad:

«Admite, pues en Cristo dos filiaciones, y aquí está el error, pues la filiación va con la persona, y habiendo dos filiaciones, lógicamente se sigue que habrá también dos personas, lo que es puro nestorianismo. […] el adoptar a alguien por hijo supone dos personas distintas: la que adopta y la que es adoptada; hijo natural e hijo adoptivo con relación a un mismo padre son cosas que se excluyen en un mismo sujeto.» [2]

La afirmación adopcionista es, por tanto un absurdo teológico, pues como la humanidad de Nuestro Señor Jesucristo está unida íntimamente con la propia Persona del Verbo, no puede haber una doble filiación, como nos enseña Ott:

«La humanidad de Cristo vino a ser, por la unión hipostática una parte, en cierto modo de la persona del Logos y, por Él, es adorada en y con el Logos. Ella es en sí misma objeto de adoración.» [3]

La herejía adopcionista aparece por primera vez en los escritos de Elipanto, cuando refutaba un error de cierto Miguécio que divulgaba el sabelianismo. Elipanto con su carta refuta tales errores sin embargo viene inoculada en su doctrina una grave herejía: hay en Jesucristo una doble filiación: una natural, de la cual procede su naturaleza Divina, y otra adoptiva, de la cual procede su naturaleza humana:

«En tales documentos apunta con claridad el adopcionismo. Después de hacer una perfecta exposición de la doctrina católica sobre la Trinidad, al querer distinguirse en Cristo, Hijo de Dios e Hijo del Hombre, las operaciones y acciones de sus dos naturalezas, afirma […] que Jesucristo, como Dios y Verbo Eterno, es hijo propio y natural de Dios, pero como hombre, es apenas hijo adoptivo y por gracia, no por naturaleza.» [4]

Como fue dicho más arriba, Félix de Urgel, era súbdito de Carlomagno. El Emperador al oír los rumores de la herejía que se andaba esparciendo, por medio de los escritos y predicaciones de Félix, mandó convocar una asamblea, en Ratisbona (792), en la cual tuvo que comparecer el mismo obispo. Dándose por vencido, el prelado de Urgel abjuró sobre los Evangelios todo lo que había afirmado antes.

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La humanidad de Cristo hace parte de la única persona del Logos

Además no contento con el resultado, el Emperador mandó a Félix al Papa Adriano I, y en la Basílica de San Pedro el Obispo de Urgel hizo una solemne profesión de Fe, como nos relata García-Villoslada:

«Carlomagno reunió la asamblea de prelados, entre ellos Paulino de Aquilea, en Ratisbona (792), y ordenó que Félix compareciese ante ellos para exponer las razones de su doctrina. Así lo hizo el obispo de Urgel, y, vencido en la disputa por los argumentos contrarios, abjuró públicamente sobre los Evangelios. Queriendo el rey franco hacer al Papa el obsequio de este vencido, Félix tuvo que presentarse en Roma, y primero en la Basílica de Letrán, y después en la de San Pedro, reiteró su abjuración, protestando que jamás daría al Salvador el título de hijo adoptivo». [5]

Sin embargo en la primera oportunidad que tuvo, Félix huyó para España, a fin de quedarse en las proximidades de su cómplice, esto es en Elipanto.

Algunos historiadores afirman que en esta ocasión los Obispos de España escribieron una carta al Papa, apoyando enteramente la herejía adopcionista. Entretanto la doctrina más segura es de que tal escrito fue redactado por el propio heresiarca Elipanto, debido a su rudeza e intemperancia de su lenguaje, y la ciencia que puso en tal epístola no es fruto sino de la inteligencia de Félix.

Beato y Eterio

Los primeros a oponerse a la herejía adopcionista fueron cristianos de Asturias. los cuales se llamaban Beato (o Biego) y Eterio. El primero tiene un elogio venido del propio Alcuino: «doctus vir, tam vita quam nomine sanctus». Ambos redactaron una apología de la verdadera doctrina, de manera calurosa (ardiente) y polémica.

Esta apologética puede ser indigesta en los días en que vivimos, pues un público entibiado no comprenderá la Fe tan ardiente y polémica de la España de los antiguos tiempos. Sin bajeza de lenguaje, los dos defensores de la ortodoxia fulminan a los obispos heréticos. Y de esos dos hombres valientes se dice:

«Su teología es sana, fuerte y ardiente, apoyada constantemente en los textos de la Sagrada Escritura, […] En el fondo, Beato y Eterio son muy fieles a la tradición isidoriana; pero se conoce pronto que su apología no nasció entre las pompas de Sevilla o de Toledo, si no en tierra áspera, agreste y brava, entre erizados riesgos y mares tempestuosos, para ser escuchada por hombres no tranquilos ni dados a las letras, si no acostumbrados a la continua devastación y pelea.» [6]

Y tal apología fue concluida con un anatema del prelado Teudula: «Si quis carnem Christi adoptivam dixerit Patri, anathema sit. Amén».

Carlomagno, Alcuino y el Sínodo de Frankfurt

Alarmado por el gran peligro de que el Imperio de Occidente cayese en herejía, y teniendo bien en su memoria los estragos causados por los cismas y herejías en el Imperio del Oriente, Carlos Magno ejerce su función de defensor de la Iglesia. Convoca a un Sínodo en Frankfurt y pide al Papa su consentimiento, el cual da el consentimiento y envía sus legados. Estos portaban consigo una carta dogmática del propio Adriano I que definía ser el Hijo de la Virgen, uno solo el Hijo verdadero de Dios.

«Si por lo tanto, es verdadero Dios aquel que nació de la Virgen, ¿cómo puede ser adoptivo o siervo? En efecto, no osáis absolutamente designar a Dios como siervo o adoptivo; y mismo si el profeta lo llamó siervo, no fue todavía por causa de la condición de sirviente, sino por causa de la obediencia y de la humildad, por la cual Él se hizo ‘obediente’ al Padre ‘hasta la muerte’.»[7]

Mientras tanto los adopcionistas no se doblegaron a las decisiones del Pontífice y del Sínodo, y se hicieron recalcitrantes en sus errores, no solo defendiéndolos como también divulgándolos.

Alcuino al saber del temor de los dos herejes adopcionistas, intenta convencerlos escribiéndoles cartas amables y persuasivas, entretanto sus esfuerzos son nulos, pues el orgullo había dominado enteramente su alma.

León III y el punto final

El punto final de esta herejía fue dado por el Papa León III, en un concilio realizado en Roma (789), el cual lanzó un solemne anatema contra Félix de Urgel. [8] Del Obispo Elipanto la historia no hace más mención, pero es más probable que, debido a su carácter arrogante y orgulloso, haya persistido en su error. A pesar de eso, de Félix todavía sabemos algunos pormenores.

Carlomagno invitó al heresiarca adopcionista para una disputa, dándole un salvoconducto, como seguridad de su libertad, por el que Félix aceptó. Las exposiciones del hereje duraron siete días, y éstas eran refutadas luego después por el obispo Alcuino, usando citaciones de los Santos Padres.

Por fin el hereje cede a la verdad. Haciendo una abjuración ‘ex toto corde’ y luego después una profesión de fe ‘absque ulla simulatione’. Entretanto el Emperador no dejó que él retornase a Urgel. Entregó por fin su alma a Dios en Lyon en el año 818, y como algunos dicen murió en olor de santidad, debido a sus penitencias:

«Sin embargo, no le permitió Carlomagno regresar a su diócesis y en Lion lo alcanzó la muerte en el año 818. Murió, según parece, santamente, y como santo lo ha venerado la Iglesia de Urgel.»[9]

Conclusión

Después de haber visto el surgimiento de la herejía adopcionista, y la reacción de la Iglesia, podemos verificar que la mayoría de los movimientos malos de la sociedad humana tienen su origen en dos pasiones desarregladas: el orgullo y la sensualidad.

Surge, sin embargo, una pregunta: ¿Cuál es el factor que lleva a los buenos a reaccionar? Sin duda alguna existe una fuerza que origina un movimiento contrario a la revolución de las pasiones:

«Existe también una dinámica contra revolucionaria, pero de naturaleza enteramente diversa. Las pasiones, como tales -tomada aquí la palabra en su sentido técnico- son moralmente indiferentes; es su desorden el que las torna malas. Entretanto, en cuanto son reguladas, ellas son buenas y obedecen fielmente la voluntad y a la razón. Y es en el vigor del alma que viene al hombre por el hecho de que Dios gobierne su razón, la razón domine su voluntad, y ésta domine su sensibilidad, que es preciso procurar la serena, noble y eficientísima fuerza propulsora de la Contra-Revolución.»[10]

Fue esa virtud que llevó a la Iglesia y a Carlomagno a una reacción tan enérgica y categórica, no obstante con suavidad y bondad, como la historia nos indicó contando todas las llamadas y favorecimientos hechos a los herejes para que se retractasen y volviesen al seno de la Esposa Mística de Cristo.
Por el P. Millon Barros de Almeida
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[1] CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Revolução e Contra-Revolução. 4 ed. São Paulo: Retornarei, 2002, p. 65, 66, 72
[2] GARCIA-VILLOSLADA, Ricardo. Historia de la Iglesia Católica Vol. II: EDAD MEDIA: La cristiandad en el mundo europeo y feudal. 6 ed. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2003. v. 2, p. 190.
[3] OTTO, Ludwig. Manual de Teología Dogmática . 7 ed. Barcelona: Herder, 1997, p. 253.
[4] GARCIA-VILLOSLADA, op. cit., p. 190.
[5] Idem., p. 192.
[6] Idem., p. 190.
[7] DENZINGER, Heinrich. Compêndio dos Símbolos definições e declarações de Fé e Moral . São Paulo: Loyola; Paulinas, 2007, n. 614.
[8] Cf. GARCIA-VILLOSLADA, op. cit., p. 193.
[9] Idem.
[10] CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Revolução e Contra-Revolução. 4 ed. São Paulo: Retornarei, 2002, p. 130-131.

 

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