Redacción (Miércoles, 11-03-2015, Gaudium Press) Al paso de una procesión llevando el Arca de la Alianza, entre estandartes de combate y sonido de trompetas, el pueblo de Dios echó abajo las murallas de la inexpugnable Jericó. No necesitaron más los hijos de Israel porque con ellos estaba allí la fuerza del Dios verdadero.
Con una procesión trasladó David la misma Arca desde las toldas al lugar donde le construiría el Templo. El Éxodo incluso fue una gran procesión de 40 años por el desierto, y para no seguir citando ejemplos, el viacrucis del Señor también fue una procesión. Una procesión, ¡cuán larga y fatigante! es el paso del hombre por esta tierra de exilio y dificultades.
Todos las hemos visto desfilar y también muchos han participado de ellas. A su paso van los penitentes bien encapuchados llevando en «Andas» el «Paso» donde las imágenes expresan momentos de la vida de Jesús, María y otros santos involucrados en la vida, obra y Pasión de Nuestro Redentor.
Las procesiones son una tradición tan católica como el papado con raíces en la tradición judía y que asimiladas por el cristianismo primitivo llegaron desde esos días hasta hoy para fortalecer nuestra fe y de paso traernos indulgencias.
Las de Semana Santa y la de Corpus son las más piadosas y significativas. Algunas ciudades sacan en procesión la imagen de su santo patrono donde participa todo mundo desde ancianos hasta niños, hombres, mujeres, ricos y pobres, representantes de gremios y de los militares, todo en un ambiente de amorosa esperanza y gratitud como solamente un acto de la Iglesia lo puede conseguir para estrechar más nuestra fraternidad humana y hacernos sentir verdaderos hijos de Dios, atrayendo lluvia de gracias y bendiciones complacidas de Dios.
En Semana Santa por ejemplo, paso a paso y al acorde solemne de marchas fúnebres como solamente la Cristiandad las pudo componer para mayor gloria de Dios, el pueblo todo sin discriminaciones se mezcla, unos llevando la pesada «anda», otros siguiéndola con un velón en la mano y rezando en voz baja. Los demás asistiendo a verla pasar ¿Habrá espectáculo más impresionante para recordarnos lo que le hizo la humanidad a un inocente solamente porque nos dijo la verdad mansamente y no a gritos increpantes?
Ya todos sabemos que las de Sevilla en España y las Guatemala son famosas por el impresionante realismo y belleza de sus imágenes como por la seriedad y compenetración con que se participa en ellas. Pero algo que no se conoce mucho acerca de ellas es la costumbre de los «Relevos» que antaño guardaba una cierta nota de secreto o discreción porque se trataba de penitentes que habían hecho un voto o una promesa, o simplemente expiaban sus faltas por indicación del confesor.
Entonces el «Relevo» era un hombre o mujer que esperaba su turno en un punto cualquiera de la ciudad, aguardando el paso de la procesión bajo su capirote negro o morado, que lo hacía anónimo y misterioso porque podría tratarse de un reconocido personaje de importancia ciudadana, cumpliendo con su penitencia. A cierta altura el fatigante «Paso» llevado en andas se detenía, y el misterioso «Relevo» se acercaba para recibir el peso del anda sobre su hombro y la marcha de la procesión continuaba su caminar oscilante pero firme, acompasado por el lúgubre sonido doloroso de los instrumentos musicales que interpretaban el himno fúnebre de la Procesión.
A poco de terminada la Procesión se conjeturaba que el «Relevo» que recibió el anda en tal o cual lugar de la Procesión era el ministro tal, el famoso comerciante don fulano o la alegre viuda fulanita, etc. cumpliendo un penitencia. La gente quedaba pensativa y tranquila porque una deuda de alguno de sus conciudadanos se había ya pagado a Dios, y la comunidad podía esperar entonces su un poco más tranquila, su inagotable misericordia.
Por Antonio Borda
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