Redacción (Jueves, 12-03-2015, Gaudium Press) Monseñor Charles Pope, quien guía la comunidad parroquial del Santo Consolador – San Cipriano, en Washington, Estados Unidos, ha narrado un aterrador, pero muy diciente testimonio sobre cómo el demonio se estremece ante la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.
En un relato, publicado por Aleteia, el sacerdote -al traer a colación la noticia de un robo de una hostia consagrada ocurrida recientemente en la ciudad estadounidense de Oklahoma, que sería profanada durante una ‘misa negra’- recordó una experiencia vivida quince años atrás mientras celebraba una Misa en latín en la forma extraordinaria.
El hecho ocurrió cuando se encontraba a cargo de la Parroquia de Santa María Antigua en la capital estadounidense. Como era una Misa solemne y en latín, se encontraba de frente hacia el altar y dándole la espalda a los fieles. Cuando llegó el momento de la consagración y pronunció las palabras de la consagración «Hoc est enim Corpus meunm» -Este es mi Cuerpo- y se arrodilló adorando la Hostia Sagrada sintió tras de él una perturbación, unos sonidos, gemidos y gruñidos que provenían de las primeras bancas del templo.
«Quiero dejar constancia de que, ese día, hace casi quince años, quedó muy claro para mí que yo tenía en mis manos al Señor de la Gloria, el Rey de los Cielos y la Tierra, el Justo Juez y el Rey de reyes de la tierra», Mons. Charles Pope / Foto: Lawrence OP. |
«‘¿Qué fue eso?’, me pregunté. No parecían sonidos humanos, sino graznidos de algún animal grande, como un jabalí o un oso, junto a un gemido lastimero que tampoco parecía humano. Elevé la hostia y nuevamente me pregunté: ‘¿Qué fue eso?’. Luego, silencio. Al celebrar el antiguo rito de la misa en latín, no podía voltearme fácilmente para mirar. Pero seguí pensando: ‘¿Qué fue eso?'», narra Mons. Pope.
Luego, cuando consagró el Cáliz y pronunció las palabras «Hic est enim calix sanguinis mei, novi et aeterni testamenti; mysterium fidei; qui pro vobis et pro multis effundetur em remissionem pecatorum. Haec quotiescumque feceritis in mei memoriam facietis» -Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la nueva y eterna alianza, misterio de la fe, que será derramada por ustedes y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Hagan esto en memoria mía-, volvió a sentir un ruido feroz: «esta vez un innegable gemido y, luego enseguida, un grito de alguien que clamaba: ‘¡Jesús, déjame en paz! ¿Por qué me torturas?’. Hubo de repente un ruido que parecía una pelea y alguien corrió hacia afuera, al son de un gemido como si se tratara de alguien herido. Las puertas de la iglesia se abrieron y enseguida se cerraron. Después, silencio».
Charles Pope no podía mirar hacia atrás, pero muy bien comprendió lo que había ocurrido: «entendí en ese mismo instante que alguna pobre alma atormentada por el demonio se había visto frente a Cristo en la Eucaristía y no había logrado soportar su presencia real, expuesta frente a todos. Me acordé de las palabras de la Escritura en la Carta de Santiago 2, 9: ‘También los demonios lo creen y tiemblan'».
Un hecho que lo llevó a reflexionar e incluso a realizar un acto de contrición, que hoy hace extensivo de manera especial a los católicos: «¿Por qué, al final, un pobre hombre atormentado por el demonio era más consciente de la presencia real de Cristo en la Eucaristía y quedaba más impactado con ella que yo?».
Par él hay algo que es una certeza: «Quiero dejar constancia de que, ese día, hace casi quince años, quedó muy claro para mí que yo tenía en mis manos al Señor de la Gloria, el Rey de los Cielos y la Tierra, el Justo Juez y el Rey de reyes de la tierra. ¿Jesús está presente en la Eucaristía? ¡Hasta los demonios lo creen!».
Con información de Aleteia.
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