Redacción (Lunes, 13-04-2015, Gaudium Press) Reproducimos a continuación el importante artículo de Mons. Walmor Oliveira de Azevedo, Arzobispo de Belo Horizonte, Brasil, sobre lo que es la profunda y verdadera alegría:
«¡Este es el día que el Señor hizo para nosotros, exultemos y en él alegrémonos!» Esta es la antífona que marca los cincuenta días del Tiempo de la Pascua, la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio, de la luz sobre las tinieblas, por que Cristo Jesús pasa por la pasión, muerte y resucita. Es una referencia que, ciertamente, puede sonar de modo raro en ambientes que sobrepasan los umbrales de las iglesias cristianas. Sin embargo, se trata de una comprensión que puede garantizar al corazón humano lo que busca tan intensamente: la alegría. Es importante no confundir alegría con satisfacción, que remite a una sensación pasajera. La satisfacción, muchas veces, es transformada en necesidad por la dinámica de la cultura contemporánea y, así, se convierte en la extenuante búsqueda de «cosas y circunstancias» que producen, momentáneamente, apenas el placer de la alegría.
Esa búsqueda alimentada y producida como necesidad impide que el ser humano encuentre la alegría que dura. La consecuencia es una desorientada búsqueda, de manera ciega, que produce absurdos, perversidades y vaciamientos. En la búsqueda equivocada por la alegría, se vuelve, repetidamente, al punto de partida. Eso genera permanente insatisfacción, que produce locuras e irracionalidades revestidas de arbitrariedades. Es reforzado, por ejemplo, el carácter dominador del dinero, patrocinador del impulso de querer e intentar encontrar la alegría en cosas, en situaciones meramente placenteras, en posesiones. Es un error entender que la alegría necesaria está en la superficialidad de lo que da placer. En ese equívoco, la humanidad se hunde en una lógica perversa de disputas y de pérdida de la esencialidad, del sentido de la verdad y del bien. Ser alegre se torna una loca aventura que cuesta alto precio, produce serios prejuicios.
El Tiempo de la Pascua es el anuncio y la invitación para que se tome consciencia y se torne experiencia la búsqueda por la fuente de la verdadera alegría. Esa fuente no es una «reunión» de cosas productoras de satisfacciones pasajeras y superficiales. Es la persona de Cristo Resucitado. No son cosas que garantizan la conquista de la alegría. El camino que permea la humanidad es diseñado y recorrido por el Hijo de Dios, Salvador y Redentor, el hombre perfecto que asume sobre sí los dolores, sin sabores y vaciamientos de la condición humana y los transforman por su pasión, muerte y resurrección victoriosa. Él, Cristo, por tanto, es el punto referencial de encuentro, iluminando y dando sentido a todos los otros encuentros. El Maestro redimensiona todo y garantiza las condiciones para que se busque y se encuentre la alegría verdadera.
El Tiempo Pascual es oportunidad para que se comprenda, por la claridad de la razón y por la singularidad del amor, lo que concluyó San Agustín, al reflexionar sobre los equívocos que cometió en la búsqueda desorientada por la felicidad. Dirigiéndose a Dios, el Santo de Hipona dice, enfáticamente: «La vida feliz consiste en alegrarnos en Vos, de Vos y por Vos. Es la vida feliz y no hay otra. Los que juzgan que existe otra, se apegan a una alegría que no es la verdadera». La alegría que nace del encuentro con Dios es terapéutica, pues la tristeza infinita que diezma el corazón humano solo se cura con un amor infinito. Se pone el desafío de una experiencia personal de encuentro con Cristo para saborear su amistad y su mensaje. Es el camino para configurar la búsqueda de la alegría verdadera, que sobrepasa las satisfacciones momentáneas y contentos pasajeros.
La lógica de la alegría que se sustenta en el encuentro con Cristo Resucitado, sin miedo de estar próximo de sus llagas y sufrimientos, que son también dolores de la humanidad, capacita el corazón para no acobardarse delante del drama humano. Esa lógica permite avances en las relaciones y una comprensión anclada en la alegría que dura. Es antídoto para la ganancia que envenena, para la indiferencia que corroe y empuja a la sociedad en la dirección de un lento suicidio, encubierto por todo lo que apenas contenta y da placer fugaz. La alegría verdadera y que dura es encontrada cuando se comprueba que no se vive mejor al huir del otro, por negarse a compartir y por cerrarse en comodidades. El Tiempo Pascual es para ejercitar el corazón y la inteligencia en busca de la alegría.
Por Mons. Walmor Oliveira de Azevedo
Arzobispo metropolitano de Belo Horizonte, Brasil
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