viernes, 22 de noviembre de 2024
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La pasividad de la TV y la constructiva actividad de la lectura de un buen clásico

Redacción (Lunes, 13-04-2015, Gaudium Press) Realmente consideramos que la velocidad del mundo moderno va en contra del cultivo del espíritu. Comparemos simplemente el ver una película de televisión con la lectura de un buen libro. En la primera, comúnmente la velocidad de las imágenes y de los diálogos fuerzan a la persona a una actitud meramente pasiva, donde el espíritu solo tiene oportunidad de recibir sensorialmente y muy poca de reflexionar, antes de que llegue una nueva imagen impactante. Es claro que no somos contrarios ‘per se’ a cualquier filme, pues no faltan los buenos, incluso los instructivos.

Entretanto, cuando leemos por ejemplo un buen clásico -y a veces con esfuerzo, pues es preciso usar la imaginación, buscar el significado de alguno que otro término que no conocemos o que no entendemos según el contexto- vamos sintiendo que al tiempo que nos deleitamos vamos enriqueciendo el alma.

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Santa Ana enseña a leer a la Virgen

Abadía de Novacella, Bressanone, Italia

Lo anterior corresponde a un principio básico de la psicología humana (y también a veces de la fisiología humana…) y es que aumenta lo que se usa, y mejor si se usa con cierto esfuerzo. Si a partir de conceptos tenemos que buscar las imágenes que les corresponden; si tenemos que ir componiendo un cuadro con diversas imágenes; si debemos ir recuperando de nuestro espíritu mil imágenes recogidas a lo largo de toda una vida; si a partir de unas palabras escritas debemos configurar los pensamientos, quereres, sentimientos y toda la individualidad de unos personajes; si además a través de un diálogo con los buenos textos podemos entrar en contacto con mentes de las más brillantes de todas la historia; etc., pues así ejercitamos verdaderamente el espíritu, incluyendo la sensibilidad. Con la ventaja que el impulso de esa actividad es interno, no externo. Y que vamos aprendiendo a usarlo a nuestro antojo, sin recurrir al «motor» externo que además nos torna pasivos.

Muchas personas caminan por la vida, y la vida camina por sobre ellas… es decir, la vida va pasando y los acontecimientos no dejan en sus almas sino una huella muy superficial y efímera. ¿Por qué? Porque sólo afectaron su sensibilidad, y más importante y profundo que la sensibilidad es el uso de la razón. A las personas que solo sienten en función de las realidades externas, les está vedado ese magnífico ejercicio del espíritu que es aquel diálogo interior que uno establece entre sí y sus experiencias, un diálogo que construye, un diálogo que decanta lo que sirve y lo que no, un diálogo en el que vamos colocando nuestro sello personal y que nos va afirmando como seres humanos. Pero para que eso ocurra, es necesario un ritmo más lento, más pausado, que favorezca la reflexión. Y una contemplación aguda pero a la vez tranquila (aguda porque metódica y tranquila) de la realidad exterior.

¿Y cuál es otra ventaja de así ejercitarnos? Que vamos sintiendo en medida creciente que tenemos un cierto control de los acontecimientos que nos atañen, pues acostumbrados a usar la razón a partir de la contemplación, también la usamos en la planeación y en las diversas alternativas de acción ante las múltiples eventualidades de la vida.

Finalmente, razón e imaginación así ejercitadas, son instrumentos aptos y útiles para a partir de la realidad que contemplamos todos los días, ir construyendo primero en nuestro espíritu una realidad más perfecta, una realidad que se asemeje cada vez más a la realidad que todos deseamos, que termina siendo la realidad Absoluta, la realidad Celestial.

Correr menos… observar mucho, contemplar bastante, y a partir de la contemplación pensar más: parece que esa termina siendo la moraleja, para ir viviendo profundamente y deleitablemente más.

Por Saúl Castiblanco

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