Redacción (Jueves, 30-04-2015, Gaudium Press) Patrono y también modelo de los hombres de trabajo, San José obrero es el ejemplo más bien acabado y perfecto de la dedicación aplicada y heroica a un oficio. No perdamos la esperanza de encontrar en el Cielo empíreo algunos muebles y enseres en madera que el santo patriarca a golpe de garlopa y cansancio pulió, encajó y modeló aplicadamente para conseguirle el sustento a Jesús y a María. ¡Qué objetos más maravillosos para inclinarnos a venerar piadosamente, sacralizados por su obediente esfuerzo y paciente labor! Algunos de ellos regados con el sudor de su frente.
Descendiente de una familia principesca que le dio tanta gloria a Dios y honra a su pueblo como a su estirpe, este varón podría ser considerado hoy día,-con todo el respeto- como alguien parecido a esos nobles empobrecidos y sin más patrimonio que su hidalguía, y que tras revoluciones, persecuciones y guerras quedaron en la ruina trabajando sin resentimientos en algún oficio modesto de cicerone, recatado profesor o incluso porteros de prestigiosos hoteles, personajes de la vida real que inspiraron novelas de Dumas o de Guy de Maupassant.
Imagen de San José en el Templo de Santo Domingo, Puebla, México |
Mansamente resignado y sin reclamos a la vida ni mucho menos a Dios, imaginarnos a San José cumplidamente entregado a su labor, irradiando mansedumbre y pacífica aceptación de los designios Divinos, es un ejercicio que nos puede servir para mantener vivo en nuestra mente el arquetipo de la verdadera nobleza de alma. ¡Cuántos desprecios, subestimas, indiferencias hirientes, maltratos o incluso burlas! pudo haber soportado aquel descendiente legítimo del gran rey de Judá, venido a menos por los errores, divisiones, guerras, competencias desleales y traiciones de antepasados que se dedicaron a dilapidar el patrimonio regio de David. Y el buen José cargaba sin rencores aquel oprobrio de una gran familia bellísima que en algunas generaciones se dejó arrastrar a la idolatría y arrastró también con ello a su pueblo, pero en la que pervivía a pesar de todo una promesa maravillosa, que ciertamente él no había olvidado.
El trabajo del hombre no puede ser algo mecánico y rutinario. Esto acaba con nuestra imaginación. Transformar recursos naturales en artesanía o industria es una capacidad que la puede tener también algunos animales que fabrican sus viviendas y elaboran nuevos productos a partir de materias primas que procesan. La diferencia está en que el ser humano tiene facultad para perfeccionar y mejorar cada vez con más cuidado y delicadeza todo lo que hace.
Se trata de la aplicación atenta y esmerada del potencial creativo de su mente en un oficio físico o intelectual. El elemento clave para el trabajo está en la atención, pero esta no basta, es necesario la fuerza de voluntad, algo que se relaciona con la perseverancia y la constancia. Sin embargo hay otros componentes que lo eleva a un alto mirador desde donde se comprende que trabajar es un designio de Dios para servirlo y glorificarlo y que San José debió ejecutar con la mayor entereza posible: el entusiasmo, el heroísmo, la búsqueda del absoluto.
Consciente o inconscientemente estos valores del humano vivir, son los que le dan calidad y finura a cualquier trabajo, y a la larga lo hacen más soportable en este valle de lágrimas. No se trata de ir tras un salario o unas ganancias, ni siquiera de buscar prestigio, reconocimiento o posición social. Se trata de realizar unas potencialidades que percibimos Dios puso en nuestras alma para con ellas ayudar a embellecer el mundo natural, sacralizarlo y aproximarlo lo más posible al sobrenatural que nos espera al final de nuestros días y de los tiempos. Esto lo comprenden mejor los buenos artistas.
La calidad de los relojes y chocolates suizos por ejemplo, es más el resultado de mentes serias y perseverantes concentradas en el mejoramiento de esos productos, que el en afán de lucro. Así se podría hablar de quesos, licores, ropas, vehículos, construcciones, etc. Es imposible alcanzar perfección si se trabaja con meras ambiciones mundanales y sin sentido artístico aunque la labor sea ordinaria. A nuestro venerado patriarca Dios le dio cualidades para el trabajo manual que encallecieron sus manos y cansaron sus huesos «pero aún dentro las preocupaciones materiales de la vida, su alma estaba llena de profunda paz» dice el final de la conocida oración que le rezamos. Y sin esa paz interior un obrero nunca puede producir algo bueno.
Por Antonio Borda
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