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La Ciudad de Dios en el Perú del S. XVI

Redacción (Viernes, 08-05-2015, Gaudium Press) El gran San Agustín es el autor de ese inmortal libro llamado «La ciudad de Dios», que nos habla que dos amores que fundaron dos ciudades: el amor de Dios hasta el olvido de sí, base de la Ciudad de Dios, y el amor propio desordenado hasta el olvido de Dios, el cual produce la Ciudad del Hombre.

El gran santo de Hipona, que vivió en la época de la invasión de los bárbaros, que iban arrasando todo el mundo civilizado, llegó a pensar que estaban en el fin del mundo. Entretanto, proféticamente concibió una ciudad de Dios para ésta tierra, donde Jesucristo reine en la sociedad, en el arte, economía, familia, vida política, etc. y donde se viva la verdadera paz, que él genialmente la definió como «la tranquilidad en el orden». En esa misma línea San Buenaventura cuando habla de la séptima era en el Hexamerón, se refiere a un triunfo temporal de la Iglesia situada en el mundo y en la historia, un ante-gozo de la Jerusalén celeste 1

Hubo una sociedad que mucho se enrumbó hacia ese sueño:

Lima, llamada ciudad de los Reyes, era la capital del virreinato del Perú y fue fundada por Francisco Pizarro en 1535 (Peña, 2010. p. 7).
Apenas llegados los misioneros, después de erigir varias iglesias y parroquias, en breve fundaron la Universidad de San Marcos, en 1551, los colegios mayores de San Felipe, San Marcos, San Martín, San Pablo, etc., todos en los primeros años. También la Iglesia fundó los primeros hospitales: el de San Andrés en 1559, de Santa Ana para los indígenas en 1550, el de San Cosme y San Damián, de San Lázaro, San Diego, San Pablo. Todo esto cuando Lima tenía 25.000 habitantes, según el censo de 1613 (Peña, p. 8). Según el cronista Fray Buenavetura Salinas, eran 894 religiosos, 300 clérigos y 824 religiosas (Peña, p. 9). La iglesia tomó como responsabilidad propia lo que hoy equivale a los ministerios de educación y salud, y sin tener ningún mega-presupuesto, como sucede hoy.

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Santa Rosa de Lima

En ésta sociedad bañada por el Evangelio vivieron en una misma época 5 santos: Santo Toribio de Mogrovejo ( 1538-1606 ) , español, hidalgo, quien fue arzobispo de Lima, mandado por el Rey Felipe II ; Santa Rosa de Lima, laica y criolla Limeña ( 1586-1617 ); San Martín de Porres, mulato, hermano dominico ( 1579-1639 ); San Francisco Solano ( 1549-1610 ), español, franciscano, misionero y gran predicador; y San Juan Macías, español, hermano dominico, ( 1585-1645 ).Y además de todos ellos estaba la Beata Ana de los Ángeles Monteagudo ( 1602-1686 ) criolla Hidalga y ocho siervos de Dios y veinte venerables (Peña, p. 12 ).

En esa sociedad en la cual imperaba el verdadero amor de Dios hasta el olvido de sí, no se conocía el pecado del suicidio, del aborto o de la blasfemia (Peña, p. 12 ) y en sentido opuesto se respiraba el buen olor de Jesucristo producto de la práctica de las virtudes y de los consejos evangélicos.

Miremos algunos ‘flashes’ simultáneos de estos grandes santos, que se daban en la ciudad:

Martín de Porres era visitado por el virrey de Chinchón, D. Luis Fernández Bobadilla, en su convento, para consultarle cosas de su gobierno y como él tenía un don de consejo le transmitía los mejores. Él mismo virrey fue a visitarlo en el momento de su agonía y le hizo esperar fuera de su celda ya que estaba con una visita sobrenatural, Nuestra Señora su patrona, junto con San Vicente Ferrer y Santo Domingo. Posteriormente entró el virrey y le pidió que desde el cielo intercediera por él para el buen suceso de su gobierno. ¡Qué bella concordia entre la esfera religiosa y temporal!

Ese mismo Hermano Martín se bilocaba, aparecía en dos lugares diferentes al mismo tiempo, como el caso ocurrido con el Dr. Manuel Valdéz que se encontraba en México y a quien se le apareció y le dijo: tenga confianza, de ésta enfermedad no morirá, tras lo cual le dio algunas medicinas que le curaron.

Fray Martín era conocido de Santa Rosa y ambos se encargaban de atender y curar a los enfermos sin cobrar. Rosa de Santa María tenía al Doctorcito, una pequeña imagen del Niño Jesús, que le dictaba las recetas naturistas que efectivamente curaban a los más necesitados de la ciudad.

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San Martín de Porres

En 1615 cuando la escuadra del corsario holandés Jorge Spilbergen amenazó con capturar la capital del virreinato, se esparció el rumor de que éste y su gente, que profesaban el calvinismo, irían a destruir los templos y profanar el Sacramento… Rosa, movida por el más puro amor, a ejemplo de Santa Clara (1194-1253), fue a la iglesia y subió al altar para escudar la Eucaristía con su propio cuerpo (Pérez-Concha, 2003, p. 147 ). ¡Qué belleza de mujer fuerte del evangelio!

Su vida llena de penitencias, sacrificios y apariciones se convirtió en un imán de gracias y bendiciones para su pueblo contemporáneo y del futuro, y su mera presencia exorcizaba la acción del maligno.

Francisco Solano en 1604 fue llamado a Lima y desde la Plaza Mayor, subido en una mesa con el crucifijo en la mano realizó los sermones más encendidos que la ciudad recuerda (Pérez-Concha, 2003, p. 104) produciendo un fervor grande en el pueblo.

Juan Macías fue un verdadero titán de la oración y lleno de caridad. Repartía los panes a la gente menesterosa y a pesar de hacerlo abundantemente, nunca se acababan, reproduciendo el milagro de Nuestro Señor de la multiplicación de los panes. En cierta ocasión que se dio un temblor fuerte en Lima, él salió corriendo para ponerse a salvo y al pasar cerca de la imagen de Nuestra Señora del Rosario escuchó una voz melodiosa que le dijo: ¿Juanito a dónde vas?, quédate junto a mí que yo te protegeré, y así sucedió.

El arzobispo Santo Toribio de Mogrovejo, recorrió 40.000 kilómetros en mula y a caballo evangelizando a su pueblo (Pérez-Concha, 2003, p. 92), más del doble que el gran San Pablo. Bautizó y confirmó a miles, con un gran celo de almas: una de ellas fue Rosa María, la futura santa Rosa. El Papa San Juan Pablo II le nombró patrón de los Obispos en América Latina.

La Iglesia y la sociedad espiritual es como el sol que calienta, alumbra y la sociedad temporal es como la luna, que debe recibir la luz del sol y realizar así su alta misión. La santidad en la esfera espiritual producía un efecto brillante, alegre y jerárquico en la sociedad civil. Es eso que nos narra el historiador peruano, José Antonio del Busto, en su libro de San Martín de Porras: que cuando entraba a la ciudad el virrey, llegando de Callao o por el camino Trujillo, pasaba el gobernante montado en un equino blanco, escoltado por alabarderos, arcabuceros y lanceros a caballo. Este ingreso se hacía entre vítores, aplausos y repique de campanas y salvas de artillería. A cierta altura se levantaba un arco de madera y tela simulando la entrada de la ciudad, el virrey descabalgaba para jurar los fueros de la ciudad de los Reyes. Entraba en la plaza de armas entre vítores y con una aclamación general. La gente no cesaba de aplaudirle. El virrey correspondía al gentío con la gorrilla en la mano. Todo era júbilo y fiesta, vocerío y gran aplauso. Era un día muy movido, alegre y de mucho fausto. Se vivía una gran armonía social, sin lucha de clases, donde la autoridad era amada y respetada, y no necesitaba de decenas de guarda espaldas que le cubran de un atentado. Era un pueblo feliz, en que se palpan los rasgos propios de la ciudad de Dios que tanto soñó San Agustín.

Sumemos a esto los esplendores Limeños de sus balcones bellísimos, únicos en Latinoamérica; su arte colonial indígena, con las pinturas de los ángeles arcabuceros ; sus iglesias grandiosas y piadosas, con sus bellas imágenes, con sus plazas imponentes como la de Armas, sus casas apalaciadas, con jardines llenos de flores, su gente sociable y con mucho «charme», o sea encanto, y veremos que como dijo el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira, el Perú que está llamado a ser la «Francia de América».

Alguien podría decir que si bien habían aspectos bellos, habían también problemas, sombras. A este hipotético objetante le respondemos que sí, pero cuántos menos que hoy en día, en que todo es crisis y no se encuentra el ojo de la cerradura para abril la puerta de la salida, y son pocas las luces en éste mundo agobiado y pecador.

Por Gustavo Ponce

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Bibliografía

San Martín de Porres, el médico de Dios. Del P. Angel Peña O.A.R Lima-Perú 2010
Santos y santidad en el Perú Virreinal. De Rafael Pérez Concha. Vida y espiritualidad, Lima 2003.
San Martín de Porras. De José Antonio del Busto. Pontificia Universidad Católica del Perú, fondo editorial 2001.

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1 Ponce Gustavo. Tesis Doctoral UPB, La concordia una vía para la paz.Colombia, 2012. Pag 41.

 

 

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