sábado, 23 de noviembre de 2024
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Hace 34 años, un 13 de mayo, Juan Pablo II era gravemente herido en la Plaza de San Pedro

Ciudad del Vaticano (Miércoles, 13-05-2015, Gaudium Press) Era también un 13 de mayo, y se acercaba a cumplir el tercer año de su pontificado, en 1981, cuando un asesino que tenía la verdadera intención de matar se acercó al hoy santo Papa polaco y disparó en cuatro ocasiones. Los peregrinos que en ese momento se hallaban en la Plaza de San Pedro no podían acreditar en tal horror. Pero Juan Pablo II fue rápidamente conducido al hospital y sobrevivió. ¿Milagrosamente?

«¿Cómo pudo sobrevivir los disparos? ¿Fue a causa de nosotros, o tal vez por algo más? Esto, nunca lo sabré. Lo que sí sé es que él se recuperó casi perfectamente. Él siempre me decía: ‘Yo confío en su competencia, pero también confío en la Providencia Divina’, lo que significa que confiaba en nosotros los médicos, pero que no todo dependía de nosotros»: así habló en entrevista hace un año el Dr. Rodolfo Proietti, uno de los médicos que atendió a Juan Pablo II en la ocasión. El Dr. Proietti siempre ratificó la gravedad de la salud del Pontífice tras el atentado.

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Foto: Rome Reports

Entretanto Juan Pablo II siempre tuvo la conciencia de la intervención de la Virgen en el momento en que era víctima de las balas. Como testimonio de su rápida recuperación, el 13 de mayo de 1982 el Papa colocaba la bala que casi acaba con su vida en la corona de la imagen de la Virgen de Fátima, en su santuario en Portugal.

En esa ocasión, afirmó Juan Pablo II durante la homilía:

Vengo hoy aquí, porque exactamente en este mismo día del mes, el año pasado, se daba, en la Plaza de San Pedro, en Roma, el atentado a la vida del Papa, que misteriosamente coincidía con el aniversario de la primera aparición en Fátima, la cual se verificó el 13 de Mayo de 1917.

Estas fechas se encontraron entre sí de tal manera, que me pareció reconocer en eso un llamado especial para venir aquí. Y es donde hoy estoy. Vine para agradecer a la Divina Providencia, en este lugar, que la Madre de Dios parece haber escogido de modo tan particular. «Misericordiae Domini, quia non sumus consumpti» – Fue gracias al Señor que no fuimos aniquilados (Lam. 3- 22) – repito una vez más con el Profeta.

Vine, efectivamente, sobre todo para proclamar aquí la gloria del mismo Dios:

«Bendito sea el Señor Dios, Creador del Cielo y de la Tierra», quiero repetir con las palabras de la Liturgia de hoy (Judt. 13-18).

Y al Creador del Cielo y de la Tierra elevo también aquel especial himno de gloria, que es Ella propia: la Madre Inmaculada del Verbo Encarnado:

«Bendita seas, hija mía, por el Dios Altísimo / Más que todas las mujeres sobre la Tierra… / La confianza que tuviste no será olvidada por los hombres, / Y ellos han de recordar siempre el poder de Dios. / Así Dios te enaltezca eternamente» (Ibid. 13, 18-20).

En base a este canto de alabanza, que la Iglesia entona con alegría, aquí como en tantos lugares de la tierra, está la incomparable elección de una hija del género humano para ser Madre de Dios.

Y por eso sea sobre todo adorado Dios: Padre, Hijo, y Espíritu Santo.

Sea bendita y venerada María, prototipo de la Iglesia, como «habitación de la Santísima Trinidad».

Con información de Rome Reports

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