Redacción (Miércoles, 13-05-2015, Gaudium Press) Podemos notar, a lo largo de toda la Historia, diversos acontecimientos de suma importancia que cambiaron definitivamente sus rumbos.
El más extraordinario y esperado de todos los tiempos fue, indudablemente, la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo. Él instauró, en la tierra, la nueva Era de la Gracia, donde la justicia cedió lugar a la misericordia; la Ley Judaica a la Ley del Amor; el Reino del Pecado al Reino del Perdón.
Otro acontecimiento, mucho más antiguo, pero también muy relevante, fue el gran diluvio enviado por Dios a la tierra. Como los hombres de aquella época habían abandonado el buen camino y se pervirtieron en abominables pecados, la Providencia, como justo castigo, hizo que lloviese abundantemente sobre la faz de la tierra, inundándola por varios días. Entre todos los hombres, solamente Noé y su familia, siendo buenos y justos, fueron salvados en un arca y de ese modo la humanidad fue renovada.
Podrían ser citados aquí otros ejemplos, pero bastan esos para percibir que, a pesar de ser diferentes y haber ocurrido en épocas distintas, hay entre ellos, y también entre los acontecimientos más importantes de la Historia, un punto en común: ambos fueron profetizados. A pesar de avisados y alertados por Dios de que tales hechos ocurrirían, muchos hombres sufrieron por no haber creído en los avisos divinos. Y, en los días actuales, Dios, por medio de su Madre Santísima, nos prometió un extraordinario acontecimiento más.
En 1917, Nuestra Señora apareció a tres pastorcitos en Fátima, el día 13 de los meses de mayo a octubre, con el objetivo de hacerles revelaciones y una gran profecía. Ella pidió sacrificios por la conversión de los pecadores, la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón y la devoción al Santo Rosario, como condición para que no se iniciase otra guerra mundial, además de las revelaciones sobre el infierno. Entretanto, el más importante mensaje traído por Ella fue el siguiente: habrá «guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir y varias naciones serán aniquiladas. «Por último, Mi Inmaculado Corazón triunfará».
Se nota en esas palabras que la Santísima Virgen anunció un gran castigo a la humanidad, una vez que «los hombres se olvidaron de Dios y de sus Mandamientos, viviendo como si Él no existiese»1. Con efecto, «el Señor corrige a quien ama y castiga a todo aquel que reconoce por su hijo» (Hb 12, 6), pero, como buena Madre, que hiere, pero también cuida de la herida (Cf. Job 5, 18), Nuestra Señora también promete el triunfo final de su Sapiencial e Inmaculado Corazón, que traerá la victoria y la paz a los que le permanecieren fieles.
Pero, ¿cómo será ese triunfo de Nuestra Señora? El Profesor Plinio Corrêa de Oliveira, gran devoto de María Santísima, comenta: «[…] cuando Ella afirma que su Corazón triunfará, quiere decir que su mentalidad triunfará. El triunfo de la mentalidad de la Madre de Dios significa que vendrá una época, en la cual, mucho más que en la nuestra, los santos van a dirigir la humanidad. Nuestra Señora la gobernará a través de sus santos; porque ellos van a influenciar los Reyes, los Papas, los grandes y pequeños de esta Tierra, y llevar a todos a Dios. Será el Reino de María»2.
Sin sombra de duda, una época en que la tierra tendrá como reina la propia Madre de Dios será realmente extraordinaria. No que Nuestra Señora aún no sea Reina de esta tierra, pues es verdad de fe que, cuando subió a los Cielos, Ella fue coronada por Dios como Reina del Cielo y de la Tierra, pero, en el Reino de Ella, todos habrán de reconocerla y honrarla verdaderamente como Reina y Madre – lo que muchos, hoy en día, no hacen -, y Ella podrá hacer todo bien posible a sus amados hijos y súbditos, y conducirlos a su Divino Hijo.
Ahora, delante de esa maravillosa promesa, resta solamente una duda: ¿cuándo se dará esa esperada victoria?
A ese respecto, en 1982, el Santo Padre Juan Pablo II comentó: «La invitación evangélica a la penitencia y la conversión, expresada con las palabras de la Madre, continúa aún actual. Más actual incluso que hace sesenta y cinco años atrás. Y hasta más urgente» 3. También en 1950, el Papa Pío XII dijo en un pronunciamiento: «Ya pasó el tiempo en que se podía dudar de Fátima» 4. Por tanto, con base en esas sabias palabras papales, y considerando la creciente decadencia de la humanidad en el pecado y el hecho de que ya pasaron 98 años, o sea, casi un siglo desde que esa promesa fue hecha, es de imaginarse que esos grandes acontecimientos estén muy próximos, y que la humanidad está, de hecho, lista para presenciar el nacimiento de una nueva era histórica.
Por tanto, «si no faltaron preocupaciones y sufrimientos, si todavía hay motivos de aprensión por el futuro de la humanidad, nos conforta lo que la ‘Señora vestida de blanco’ prometió a los pastorcitos: ‘¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!’.»5
Por Bruna Almeida Piva
1 Voz de Fátima. Fátima, 13 de agosto de 1996.
2 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. São Raimundo de Peñafort, símbolo de uma época. In: Dr. Plinio. São Paulo: Retornarei, n.166, jan. 2012. p.15.
3 Insegnamenti di Giovanni Paolo II, Libreria Editrice Vaticana, 1982, v. 2, p. 1575.
4 Pio XII. 8 de Maio de 1950.
5 Palavras do Papa Bento XVI, Regina Caeli de 14 de Maio de 2006.
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