Redacción (Jueves, 14-05-2015, Gaudium Press) La Felicidad siempre será el tema de fondo. Al final, todo girará en torno al asunto «Felicidad». El hombre no es libre con relación a la felicidad, él siempre está a la búsqueda de la felicidad.
Ya lo decía el docto Padre Royo Marín en una de sus inmortales obras de síntesis teológica. Tras definir la felicidad -con esa capacidad tomista de síntesis magnífica- como «el estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien que le llena de dicha y de paz», y después de recordar que «todo ser racional tiende a su propia felicidad de una manera necesaria, siempre y en todas partes, sin que sea libre para rechazarla o renunciar a ella», el recordado dominico expresa que «todo agente racional obra por un fin, que coincide con un bien (aparente o real), y por lo mismo conduce a la felicidad». 1 El fin del hombre es la felicidad.
En las últimas palabras está el ‘quid’ de la cuestión. ¿Cuál es tal bien, real y no aparente, cuya posesión da esa dicha y paz que llamamos felicidad? Demos ya la respuesta clásica: ese bien no puede ser algo diferente de Dios, pues solo Dios colma nuestras ansias infinitas, solo Dios es infinito, solo Dios nos satisface por entero. Por el contrario las criaturas no poseen las características para llenar las profundas y amplísimas ansias de nuestras almas.
Es buscar una realidad por encima de la realidad… |
Sin embargo, son legiones y legiones los hombres que están pegados a las criaturas buscando allí la felicidad, ciertamente no hallándola. ¿Son todos esos unos locos? La respuesta rápida (y verdadera) es sí; pero esa respuesta merece matizaciones.
Las criaturas dan algo de felicidad, y ese es su gancho, su atractivo. El hombre con frecuencia ante la belleza o la mera capacidad de dar placer de las criaturas, se engaña, pues cree allí encontrar la felicidad infinita que tanto ansía. Más tarde o temprano vienen las desilusiones, los vicios, la maldad, la carrera loca de criatura en criatura tratando de hallar aquello que apague aquel fuego que quema el alma por dentro, aquello que no le permite reposar, descansar. Sin embargo el llamado de las criaturas sigue siendo tan fuerte, que ahí va el hombre, en la ruleta loca, de engaño en engaño.
Entretanto -y lo que sigue no es tan frecuente encontrarlo en las abundantes consideraciones sobre el tema- las criaturas no son entes malos ‘per se’, cuando se considera que son vestigios de Dios, reflejos de Dios. Y ver a Dios en las criaturas, va dando cierta y profunda felicidad. Entretanto, ya ponemos aquí un contrafuerte: después de la caída original la tendencia del hombre es apegarse a las criaturas, y no subir de allí al infinito Autor de las criaturas. Para evitar este estancamiento, está los auxilios dejados por Dios, los sacramentos, y el siempre infalible recurso a la oración.
¿Pero, si con el auxilio de la gracia, las criaturas pudiesen servir de puente hacia la Divinidad? Esta pregunta respondida positivamente nos abre muchos panoramas novedosos y de comprobada eficacia actual. Es algo así como usar el encanto natural de las criaturas, aprovecharlo, para caminar de ahí hacia la divinidad. ¿Cómo hacerlo?
Por ejemplo, a partir de la consideración de una criatura, pedir la gracia de Dios para imaginarla más perfecta, y por ello más cercana al orden celestial. En este sentido, no es sólo contemplar a Dios en la maravilla de la criatura, sino que con la ayuda de la gracia de Dios, imaginar a esa criatura en la máxima perfección que la podamos concebir, y de esta manera adentrarnos en la idea divina perfecta acerca de esta criatura. Y con ello irnos adentrando en Dios.
Es una especie de vivir en medio de la realidad, pero saliendo de esta realidad hacia una realidad más elevada. Es buscar a Dios en esa realidad más elevada, donde ciertamente está más presente, a partir de la bella realidad terrenal. Es como tener un 10% de la atención en esta tierra, y un 90% en aquello que Dios quiere que sea esta tierra. Es como usar un dedo meñique para tratar las cosas de esta tierra, y el resto de las manos para escalar la montaña de las ideas de Dios sobre esta tierra.
Es esta la vía del pulchrum, de búsqueda de la belleza divina, aquella que está por encima pero también a partir de la belleza creada. Este ejercicio, trasformado en hábito, con la ayuda de la gracia, da profunda felicidad.
Por Saúl Castiblanco
1 Royo Marín, Antonio. Teología Moral para Seglares I – Moral fundamental y especial. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid. 1996. p. 22
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