Redacción (Jueves, 21-05-2015, Gaudium Press) Era el año 1912. Contando con 2201 pasajeros, el mayor barco del mundo el «invencible Titanic, que ni Dios podía ahogar» colisionó inevitablemente con un gran iceberg, sin llegar a su destino.
¿Se olvidaron los hombres de que el «Señor es quien dirige los pasos del hombre»? (Pr 20,24) Cuán apropiadas son las palabras del salmista: «¿Pues no oirá quien hizo el oído? ¿El que formó el ojo no verá?» (Sl 93,9) o la declaración divina que consta en el Génesis «Yo soy el Dios todopoderoso». (Gn 35, 11)
Narran los cielos la gloria de Dios (Sl 18,2)
Es innegable que las distintas bellezas de la creación, desde una frágil y simple mariposa hasta el grandioso e imponente sol que silenciosamente anuncia la llegada del día, de alguna forma hablan al hombre de algo que transciende las cosas materiales. Así explica San Pablo en su carta a los Romanos: «Desde la creación del mundo, las perfecciones invisibles de Dios, su sempiterno poder y divinidad, se tornan visibles a la inteligencia, por sus obras». (Rm 1,20)
Conocida es la sensibilidad sobrenatural con la cual San Pablo de la Cruz contemplaba las maravillas de la creación y que, sin poder contener su emoción ante la impresión que aquellas bellezas le causaban, exclamaba dulcemente mientras tocaba delicadamente, con su bastón, las flores que se encontraban a su alcance: «¡Callaos, callaos! Ya sé que es de Dios que me habláis».
Dios es Todopoderoso, Creador y Gobernador supremo de todas las cosas. Así lo confesamos en el Símbolo de nuestra fe; «Creo en un solo Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra de todas las cosas visibles e invisibles…»
Sin embargo, a lo largo de la historia, nos admiramos con la cantidad de herejías que pretendían ofuscar el brillo divino de la Doctrina Católica, entre las cuales aquellas que, sin negar explícitamente a Dios, lo concebían como un ser supremo que, después de crear todas las cosas, las dejó al acaso. Este error hasta hoy se manifiesta, no solamente por palabras sino también por obras, cuando el hombre pretende actuar al margen de Aquel que gobierna el mundo de acuerdo con un plan eterno. 1
En respuesta a tales afirmaciones, San Agustín declara que Dios, como Gobernante Supremo de todo lo que existe, no dejó nada sin armonía. Por tanto, nada hay que escape de su poder: ni hombre ni ángel, ni el peor de todos los animales; ni siquiera la flor de un árbol existe sin que esté sometido al Todopoderoso. 2
De hecho, el Catecismo de la Iglesia define que la omnipotencia de Dios es universal, pues Él creó todo, Él gobierna todo y puede todo. 3 De la misma manera, encontramos en la Sagrada Escritura: «Señor, Señor, rey Todopoderoso, en cuyo poder están todas las cosas […]» (Est 4,17)
Así, siendo Dios el Autor de toda la creación, nada podría subsistir, ni siquiera un instante, si no fuese conservada en la existencia por la operación del poder divino 4. Comenta Mons. João Clá Dias que si Dios pudiese distraerse, olvidarse y dejar de sustentar alguna cosa en su ser, esta desaparecería instantáneamente 5. Dios, como Ordenador del Universo, «sustenta el universo con el poder de su palabra». (cf. Hb 1, 3)
Narran los Evangelios que, estando Jesús durmiendo en la barca que compartía con sus discípulos, hubo una gran tempestad y las olas cubrieron la embarcación. El mismo que dormía plácida y despreocupadamente, movía majestuosamente las aguas del mar.
Desesperados, los discípulos despertaron a Nuestro Señor pidiendo que los salvase. Levantándose, el Rey del cielo y de la tierra, increpó los vientos y el mar y sobrevino una gran calma. «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?» preguntaban unos a otros. (Mt 8, 23-27)
¿Por qué dudaron, oh discípulos, si estaban con Aquel que hace todo lo que le place? (Sl 113,11). La omnipotencia de Nuestro Señor debe ser, más que una simple admiración, un motivo de confianza sin límites. Por esta razón, Santa Teresita llegó a exclamar, refiriéndose a esta narración evangélica, que ella nunca habría despertado a Jesús, sino habría permanecido contemplándolo al dormir.
Es esa confianza y ese amor que debemos tener: en medio de las mayores tempestades, aún cuando Él parezca dormir, colocarnos en las manos de Dios con los ojos cerrados, pues Él sabe todo y todo puede, estando atento y más cerca de nosotros de lo que podemos imaginar; «incluso ahí tu mano ha de guiarme y tu derecha me sustentará». (Sl 138, 10)
Por la Hna. María José Vicmary Feliz Gómez, EP
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1 TOMÁS DE AQUINO, San. Suma Teológica. II-I, q. 103, a.1.
2 TOMÁS DE AQUINO, San. Suma Teológica. II-I, q. 103, a.5.
3 Catecismo da Igreja Católica. São Paulo: Edições Loyola. 1999. C. III, Art. 1, 268. Pág. 80
4 TOMÁS DE AQUINO, San. Suma Teológica. II-I, q. 104, a.1.
5 CLA DIAS, João Scognamigilo. Palestra. São Paulo, 25 de abril de 2002.
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