Ciudad del Vaticano (Lunes, 25-05-2015, Gaudium Press) Ayer, la mañana era lluviosa y fría en Roma. Pero dentro de la Basílica de San Pedro el sentido y las gracias propias de la fiesta de Pentecostés aportaban calor a los corazones. Una calidez con-dicente con la forma como el Espíritu Santo llegó a María Santísima y los Apóstoles reunidos en el cenáculo: «En la mañana de Pentecostés la efusión se produce de manera fragorosa, como un viento que se abate impetuoso sobre la casa e irrumpe en las mentes y en los corazones de los Apóstoles», dijo el Papa Francisco en su homilía.
Foto: Radio Vaticano |
Y el Santo Espíritu comunica a los apóstoles una fuerza que ni siquiera la Resurrección del Señor les había aportado, una energía inédita: «En consecuencia reciben una energía tal que los empuja a anunciar en diversos idiomas el evento de la resurrección de Cristo: ‘Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas’ (Hch 2, 4)».
Esas nuevas fuerzas de las que son depositarios los apóstoles y discípulos, no es algo diferente que Dios mismo, pues la venida del Espíritu Santo crea la «capacidad de Dios»: «La Palabra de Dios, hoy de modo especial, nos dice que el Espíritu actúa, en las personas y en las comunidades que están colmadas de él, los hace capaces de recibir ‘Deum, capax Dei’, dicen los santos padres. ¿Y qué hace el Espíritu Santo en esta capacidad nueva que nos da?: guía hasta la verdad plena (Jn 16, 13), renueva la tierra (Sal 103) y da sus frutos (Ga 5, 22-23). Guía, renueva y fructifica», explicó el Papa en la Basílica Vaticana.
¿Cuál es la realización concreta de esta ‘verdad plena’ hacia la que guía el Espíritu Santo? Es el claro conocimiento de lo que el Señor Jesús había dicho y hecho. Jesús llama al Espíritu Santo «precisamente ‘Espíritu de la verdad’ y les explica que su acción será la de introducirles cada vez más en la comprensión de aquello que Él, el Mesías, ha dicho y hecho, de modo particular de su muerte y de su resurrección. A los Apóstoles, incapaces de soportar el escándalo de la pasión de su Maestro, el Espíritu les dará una nueva clave de lectura para introducirles en la verdad y en la belleza del evento de la salvación. (…) Gracias al Espíritu Santo del cual están llenos, ellos comprenden ‘toda la verdad’, esto es: que la muerte de Jesús no es su derrota, sino la expresión extrema del amor de Dios. Amor que en la Resurrección vence a la muerte y exalta a Jesús como el Viviente, el Señor, el Redentor del hombre, el Redentor, el Señor de la historia y del mundo. Y esta realidad, de la cual ellos son testigos, se convierte en Buena Noticia que se debe anunciar a todos».
Una nueva mirada a la creación, fruto de la inhabitación del Espíritu Santo
Esta renovación que produce el Espíritu Santo en las almas no sólo les ayuda a comprender la perfecta obra de la Redención del género humano operada en Jesús y por Jesús, sino que también les abre los ojos al mensaje de la Creación: «Entonces sí, renovados por el Espíritu de Dios, podemos vivir la libertad de los hijos en armonía con toda la creación y en cada criatura podemos reconocer un reflejo de la gloria del Creador, como afirma otro salmo: ‘¡Señor, Dios nuestro, que admirable es tu nombre en toda la tierra!’ (Sal 8, 2.10). Guía, renueva y dona, da fruto», señaló el Pontífice.
El Espíritu Santo produce sus «frutos» en el alma. «El hombre que con fe deja que el Espíritu de Dios irrumpa en él, florecen los dones divinos, resumidos en las nueve virtudes gozosas que Pablo llama ‘fruto del Espíritu’. De aquí la llamada, repetida al inicio y en la conclusión, como un programa de vida: ‘Caminad según el Espíritu’ (Ga 5, 16.25)». Estos frutos, presentes en los hombres, son requeridos también por la sociedad:
«El mundo necesita los frutos, los dones del Espíritu Santo, como enumera Pablo en la Lectura: ‘amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí’ (Ga 5, 22). El don del Espíritu Santo ha sido dado en abundancia a la Iglesia y a cada uno de nosotros, para que podamos vivir con fe genuina y caridad operante, para que podamos difundir la semilla de la reconciliación y de la paz. Reforzados por el Espíritu Santo que guía, nos guía a la verdad, que nos renueva y renueva a toda la tierra, y que nos dona sus frutos; reforzados en el espíritu y por sus múltiples dones, llegamos a ser capaces de luchar, sin concesión alguna, contra el pecado, luchar sin compromisos contra la corrupción que se expande en el mundo día a día, y de dedicarnos con paciente perseverancia a las obras de la justicia y de la paz», concluyó el Pontífice en su homilía.
Con información de Radio Vaticano
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