Redacción (Martes, 26-05-2015, Gaudium Press) La comunicación humana, al contrario de lo que pueda parecer, no está restringida apenas a la comunicación verbal. El hombre interactúa con el mundo exterior, inclusive con los demás seres humanos, a través de todos sus sentidos, por las más diversas manifestaciones, pero, de modo especial, a través de la visión. Mucho se puede transmitir con una mirada.
Ya decía una sabia señora «vivir es estar juntos, mirarse y quererse bien». Esta frase encierra una verdad profunda, pues es posible afirmar que, mediante un intercambio de miradas, las almas se comunican de manera inefable, transmitiendo sentimientos que no podrían ser expresados en palabras. Se puede pensar en ello cuando se consideran dos de los intercambios de miradas más significativas de la Historia de la humanidad, el encuentro de miradas de María Santísima y su Divino Hijo: primeramente, en el camino del Calvario, y, posteriormente, en la aparición de Nuestro Señor resucitado a su Madre. Dos encuentros cargados de significados y sentimientos tan grandiosos que, cuando contemplados, sobrepasan las comprensiones intelectivas y sensitivas, uniéndolas, de manera casi incomprensible, en la esencia del alma, elevándola a los niveles de la sublimidad.
El primer encuentro de estos santos ojos, durante la Pasión, contenía el auge del dolor de un Dios que, por amor, se tornó criatura para, con su muerte, retomar la creación amada, dándole la Vida; contenía el auge del dolor del Hombre-Dios que, viendo a su Madre, enmudecida de dolor, sabía ser la causa del sufrimiento de su criatura más perfecta, la única que no merecería sufrir; además, contenía la mirada dolorosa de la Madre celosísima y amorosísima contemplando el sufrimiento inenarrable de su Hijo; ambas miradas inmóviles, silenciosa y sin embargo tan sufriblemente elocuentes.
A su vez, en el segundo encuentro, ¡qué oposición a la primera situación! ¡Cuánto júbilo había en el intercambio de miradas de Nuestro Señor resucitado y María Santísima! ¡Encuentro de miradas gaudiosas que comunicaban y festejaban la victoria de la Vida, la gloria de la Resurrección!
Aunque tan distintos, ambos encuentros contienen una nota común, un sello que imprime el sentimiento que los corona: la comunicación mutua de la extensión, plenitud y del auge del amor.
Se puede afirmar todavía que esas dos miradas abarcan la humanidad entera y resuenan por los siglos, en una invitación ininterrumpida al enfrentamiento, por amor, del dolor que culminará en la gloria.
Por Diana Compasso de Araújo
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