Erexim (Lunes, 15-06-2015, Gaudium Press) Mons. José Gislon, Obispo de la Diócesis de Erexim, en el estado de Río Grande del Sur, Brasil, escribió en su artículo semanal que la vida es un don de amor. Él afirmó que en este mes de junio recordamos grandes personajes de nuestra religiosidad popular como San Antonio, San Juan, San Pedro y San Pablo. estos dos últimos tuvieron la gracia de conocer y convivir con el Señor Jesús.
Según el Prelado, fueron hombres simples, de corazón abierto a la acción del Espíritu, que acogieron el llamado de Dios para ser anunciadores de la Buena Nueva, para testimoniar con la vida un amor que hablaba por palabras y gestos de la presencia de lo divino, esto es, del Reino de Dios ocurriendo en la vida del pueblo, en medio de los dolores, las alegrías y las esperanzas vividas en lo cotidiano de la vida familiar y comunitaria.
San Antonio, en el Museo Frederic Mares, Barcelona |
«Tomo la libertad de destacar hoy la figura de San Antonio de Padua. Nacido en Lisboa, en 1195, de familia bien establecida, recibió en el bautismo el nombre de Fernando Martins. Pero Dios tenía un proyecto mayor para aquel joven, que, en un primer momento, pasa a formar parte de los Cánonigos Regulares Agustinos», explica el Obispo.
Conforme Mons. José, San Antonio de Padua perfecciona sus estudios en el monasterio de Coimbra y es ordenado sacerdote. Sin embargo, impresionado con el testimonio de fe de los cinco primeros frailes franciscanos mártires en Marruecos, decide tornarse franciscano en 1220. De común acuerdo con el Obispo, entrando en la Orden fundada por San Francisco de Asís, él asume el nombre de fray Antonio y recibe el humilde hábito marrón que distinguía a los frailes franciscanos.
Además, el Prelado recuerda que, en 1221, San Antonio encuentra a San Francisco, en Asís, y este, viendo que Antonio era un hombre culto e intelectualmente bien preparado, lo invitó a enseñar a los frailes la sagrada teología, pero San Antonio fue mucho más que un profesor que conocía muy bien la Sagrada Escritura, fue maestro de doctrina espiritual y de teología, pero también un gran predicador.
Por último, Mons. José resalta que como predicador el santo recorrió muchas ciudades y, haciendo uso de las Sagradas Escrituras, pedía la conversión de las personas y defendía con inmenso celo la familia amenazada por la decadencia moral y por el abandono de los valores cristianos, donde los que más sufrían eran los niños, los pobres y los enfermos. Él también presentaba la conversión y la caridad como parte de una vida cristiana marcada por los valores del Evangelio, recordando que delante de Dios todos nosotros somos peregrinos y necesitados.
«En el camino para la casa del Padre, precisamos ser alimentados por el pan de la palabra y la eucaristía, saciados por el pan material y reconciliados por su divina misericordia para vivir en comunión y en el amor como hermanos», concluye el Obispo. (FB)
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