Ciudad del Vaticano (Miércoles, 17-06-2015, Gaudium Press) El tema del luto en la familia, cuando fallece un ser querido, fue tratado por el Santo Padre ante miles de fieles y peregrinos hoy en la Plaza de San Pedro, en la audiencia general del miércoles.
«La muerte es una experiencia que concierne a todas las familias, sin ninguna excepción», inició el Papa, para después afirmar que «sin embargo, cuando toca a los afectos familiares, la muerte no nos parece jamás natural». Por ejemplo, «la pérdida de un hijo o de una hija es como si detuviera el tiempo: se abre un abismo que traga el pasado y también el futuro. La muerte, que se lleva el hijo pequeño o joven, es una bofetada a las promesas, a los dones y sacrificios de amor alegremente entregados a la vida que hemos hecho nacer», expresó el Pontífice.
Foto: L’Osservatore romano |
Cuando un ser querido parte del hogar para la vida eterna, «la muerte es como un agujero negro que se abre en la vida de las familias y a la cual no sabemos dar explicación». Esta sensación de oscuridad que ocasiona la muerte física, puede ser acrecentada en la vida de todos los días por unos «complices», que no tienen nada de natural y que fueron enunciados por el Papa: «Se llaman odio, envidia, soberbia, avaricia; en resumen, el pecado del mundo que trabaja para la muerte y la hace todavía más dolorosa e injusta. Los afectos familiares aparecen como las víctimas predestinadas e indefensas de estas potencias auxiliares de la muerte, que acompañan la historia del hombre». Hay que luchar contra estos auxiliares de la muerte, no podemos acostumbrarnos a ellos.
Para el cristiano la muerte no tiene la última palabra. «Todas las veces que la familia en el luto – incluso terrible – encuentra la fuerza para custodiar la fe y el amor que nos unen a aquellos que amamos, impide a la muerte, ya ahora, que se tome todo. La oscuridad de la muerte debe ser afrontada con un trabajo de amor más intenso. ‘¡Dios mío, aclara mis tinieblas!’, es la invocación de la liturgia de la tarde. En la luz de la Resurrección del Señor, que no abandona a ninguno de aquellos que el Padre le ha confiado, nosotros podemos sacar a la muerte su ‘aguijón’, como decía el apóstol Pablo (1 Cor 15,55); podemos impedirle avenenarnos la vida, de hacer vanos nuestros afectos, de hacernos caer en el vacío más oscuro».
La muerte también tendrá su fin
La muerte también tendrá su fin: «El camino es hacer crecer el amor, hacerlo más sólido, y el amor nos custodiará hasta el día en el cual cada lágrima será secada, cuando ‘no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor’ (Ap 21,4)». Es también fortalecer nuestra fe cristiana, que nos habla de la vida futura, una fe que «nos protege de la visión nihilista de la muerte, como también de las falsas consolaciones del mundo, de modo que la verdad cristiana ‘no corra el riesgo de mezclarse con mitologías de varios géneros cediendo a los ritos de la superstición, antigua o moderna’ (Benedicto XVI, Ángelus del 2 de noviembre 2008)».
Finalmente el Pontífice expresó que «no se debe negar el derecho al llanto – ¡debemos llorar en el luto! También Jesús ‘rompió a llorar¡ y estaba ‘profundamente turbado’ por el grave luto de una familia que amaba (Jn 11,33-37). Podemos más bien tomar del testimonio simple y fuerte de tantas familias que ha sabido captar, en el durísimo pasaje de la muerte, también el seguro pasaje del Señor, crucificado y resucitado, con su irrevocable promesa de resurrección de los muertos. El trabajo del amor de Dios es más fuerte del trabajo de la muerte. ¡Es de aquel amor, es precisamente de aquel amor, que debemos hacernos «cómplices» activos con nuestra fe! Y recordemos aquel gesto de Jesús: ‘Y Jesús lo restituyó a su madre’, así hará con todos nuestros seres queridos y con nosotros cuando nos encontraremos, cuando la muerte será definitivamente vencida en nosotros. Ella está vencida por la cruz de Jesús. ¡Jesús nos restituirá en familia a todos!
Con información de Radio Vaticano
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