Redacción (Miércoles, 22-07-2015, Gaudium Press) ¿Por qué se dice trancar a «siete llaves»? ¿Cuál es la causa de no decir: guardar en siete cajas? ¿Qué tiene la llave de misteriosa al punto de tornarse la guardiana de las cosas importantes? ¿Cuál fue la primera llave de la Historia?
Ahora, nos enseña la doctrina católica que el primer hombre, Adán, fue creado por Dios con el barro de esta Tierra, y la primera mujer, de la costilla de Adán. Con todo, ellos no correspondieron al llamado divino y pecaron, comiendo el fruto del árbol prohibido. Nuestros primeros padres fueron expulsados del jardín del Edén y Dios «puso delante del paraíso de delicias Querubines esgrimiendo una espada de fuego, para guardar el camino del árbol de la vida» (Gn 3, 24). Es la primera llave de la Historia: una espada de fuego.
En el trascurso del tiempo, a medida que la maldad humana crecía, se hizo necesario pasar la llave en puertas y ventanas, armarios y cofres, custodiar lugares importantes y encerrar cosas y personas que podrían poner en riesgo la seguridad del prójimo o hasta de la nación. Siendo así, la llave se tornó tan útil y necesaria que surgió un oficio especializado en su fabricación y manutención: los llaveros.
La Iglesia, maestra y sublimadora del orden temporal, lo tomó y lo elevó a la categoría de sacramental: los ostiarios. Estos eran los encargados de las llaves de la Iglesia: ellos abrían y cerraban las puertas del lugar sagrado.
El propio Nuestro Señor Jesucristo adoptó el símbolo de la llave cuando las dio a San Pedro diciendo: «Yo te daré la llave del reino de los Cielos: todo lo que unieres en la tierra será unido en los cielos, y todo lo que separares en la tierra será separado en los cielos» (Mt 16,19).
Por esa razón, en el blasón pontificio hay dos llaves: la de oro y la de plata. La primera simboliza el poder sobre el orden espiritual y la segunda sobre el orden temporal.
Sin embargo, hay una cerradura en la cual ninguna llave consigue entrar, ningún llavero de la tierra consigue abrir. Inclusive el propio Dios, en su omnipotencia, muchas veces permite que ella solo se abra con nuestro consentimiento. Esa cerradura es nuestro corazón. En su interior, nadie consigue penetrar, si nosotros no permitimos. Su puerta no tiene cerradura por el lado de afuera, sino solamente por la parte de dentro. Y, hay ciertos momentos de la vida, en que Dios golpea de manera especial en la puerta de nuestro corazón.
Por eso, hay un piadoso dicho que dice: «Temo a Jesús que pasa y no vuelve». Que Nuestro Señor Jesucristo nos dé la gracia de siempre tener la puerta de nuestro interior enteramente abierta para Él y para lo sobrenatural, y completamente lacrada para todo lo que no sea de Dios.
Por la Hna. Ediaine Bett
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