Redacción (Martes, 10-08-2015, Gaudium Press) No existe acontecimiento más referenciado en todas las culturas -al menos en las más importantes de este planeta- que el calamitoso Diluvio Universal. Para comenzar no olvidemos que consta en el Génesis, que Isaías también lo cita, que Jesús lo menciona, San Pablo en su carta a los Hebreos también, y San Pedro hace alusión a ese hecho en sus dos cartas conocidas. Para completar se le nombra también en algunos de los Evangelios apócrifos y tanto la mitología Griega como la Hindú, sin dejar de lado que la babilonia, escandinava y las americanas, comienzan la historia del hombre sobre la tierra hablando de una terrible inundación hace muchos siglos atrás ahogó la casi totalidad de los seres vivientes -muy particularmente los llamados impuros- en un torrencial aguacero que elevó todas las aguas del paneta y sumergió el mundo existente varios metros abajo al parecer con dinosaurios y todo. Lo que vino después de que las aguas bajaran debió ser ciertamente un pantanal fétido insoportable en medio del cual le tocó al buen Noé sobrevivir con su prole muchos años mientras todo se volvía a recomponer entre erupciones volcánicas y sismos. No fue para menos semejante suceso: a Dios Nuestro Señor se le afligió su corazón con tanta corrupción humana y se arrepintió de haber creado al hombre (Gn 6,6).
Construyendo el Arca de Noé |
Un acto de rebelión colectivo después de que habíamos sido perdonados en Adán y Eva -que no consta pidieron perdón al Señor- pero que misericordiosamente les fue prolongada la existencia de su ser para que de ellos naciera sin pecado original la santa madre del Redentor. Así las cosas, la humanidad perdió el rumbo nuevamente y se dedicó a hacerse tan carnal que el Padre Eterno -dice también en el Génesis- ya veía con ello que su espíritu no permanecería en el hombre. A ese respecto de verdad vale releer otra vez los capítulos 6 y 7 del Génesis para confrontarlos con tanta literatura de ficción que a diario le toca ver a nuestros párvulos en por Tv e internet sin que nadie intente -si no refutar, al menos pedir derecho a repasar la historia y no dejarnos llevar tanto de una imaginación febril y desordenada.
Una noticia de estos días a propósito de la caída de precios del petróleo, decía que lo había para muchos cientos de años en las entrañas de la tierra. Lo cual, dígase de paso, debió seguramente decepcionar a tantos -entre ellos el propio Papa Francisco- que esperan la sustitución de ese contaminante combustible por vapor, hidrógeno, energía atómica o electricidad motora, o incluso el prometido biocombustible derivado de vegetales. Y la razón de tanto petróleo es que son muchos los restos fósiles pútridos y trasformados -de lo mismo descompuestos que están, que yacen esperando ser convertidos en más acrílicos, carburantes y otros derivados para seguir hermetizando el lecho del mar, de los lagos y de los ríos y contaminando el firmamento hasta dejar el planeta sin respiración. Suena paradójico que vengan a ser precisamente ahora los restos descompuestos del Diluvio Universal que emergen para dañarnos irreversiblemente la tierra, succionados con voracidad por tantas torres por todas partes y sin detenerse las 24 horas del día, como si de verdad no hubiese más alternativas energéticas para una humanidad que se enorgullece de haber presuntamente alcanzado altísimos índices de progreso y bienestar, dejando de lado la fe y aplicando solamente la razón y la ciencia.
Por Antonio Borda
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