Redacción (Martes, 11-08-2015, Gaudium Press) Nuevamente los hebreos cayeron en graves pecados y, como consecuencia, se tornaron esclavos de los madianitas, los cuales «no dejaban para los israelíes medios de subsistencia, ni ovejas, ni bueyes, ni burros […] Así, Israel quedó reducido a la miseria» (Jz 6, 4.6).
El fuego consume el sacrificio
Esa triste situación ya duraba siete años, cuando los hebreos recurrieron al Señor, que vino en su socorro, suscitando un hombre fuerte llamado Gedeón.
Él estaba trillando trigo para esconderlo de los madianitas, cuando un Ángel le apareció y dijo:
– ¡El Señor está contigo, valiente guerrero! Ve, y con esa fuerza que tienes libra a Israel de la mano de los madianitas.
Gedeón replicó:
– ¿Cómo podré yo liberar Israel? Mi familia es la más humilde de Manasés, y en la casa de mi padre yo soy el último (Jz 6, 12.14-15).
Habiendo el Ángel declarado que Dios le daría la victoria, Gedeón pidió una señal. Y, como sacrificio al Señor, preparó un cabrito y panes ázimos, colocándolos sobre una piedra.
Sacrificio de Gedeón por Francesco Fontebasso Museo diocesano, Trento, Italia |
Entonces el Ángel, con un bastón, tocó la carne del animal y los panes, los cuales fueron consumidos por un fuego. El Ángel desapareció y Gedeón construyó allí mismo un altar en honor a Dios.
El manto de Gedeón
El padre de Gedeón era idólatra y hasta poseía un altar dedicado a Baal. Dios mandó a Gedeón que destruyese aquel altar, así como que cortase un tronco allí existente y considerado sagrado.
Varón obediente, él «tomó diez de sus siervos e hizo lo que el Señor le ordenara. Pero, temiendo la familia de su padre y los hombres de aquella ciudad, no lo quiso hacer de día, sino ejecutó todo de noche» (Jz 6, 27).
Al rayar el día, los habitantes vieron el altar destruido y quisieron matar a Gedeón, pero su padre lo protegió y nadie lo tocó.
Los madianitas se coligaron con los amalecitas y otros pueblos paganos y todos acamparon en un valle. Tomado por el espíritu de Dios, Gedeón tocó la trompeta y reunió a muchos israelíes, teniendo en vista atacar a los enemigos.
Pidió él al Señor una señal para que todos viesen que Dios les daría la victoria: extendió su velo o manto de lana en el suelo y rogó que, durante la noche, el rocío cayese apenas sobre el manto, y el resto del piso permaneciese seco. Eso así ocurrió.
Y, rogando que la ira de Dios no se inflamase contra él, Gedeón pidió otra prueba, en sentido inverso, esto es, que todo quedase mojado, excepto el manto de lana. Y el Señor hizo ese nuevo milagro.
El manto de Gedeón es un símbolo de María Santísima. Afirma el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira: «En el Oficio a Ella consagrado, Nuestra Señora es apodada velo de Gedeón. Porque, desde el momento de su Inmaculada Concepción, solo Ella contenía el rocío de las bendiciones de Dios, mientras toda la Tierra a su alrededor permanecía seca, careciendo de la gracia divina.»
300 contra 135 mil
Gedeón reunió 32.000 hombres en un monte a fin de instruirlos para el combate, pero Dios afirmó: «Estás llevando gente demás contigo para que Yo entregue Madia a tus manos. Israel podría gloriarse a mis espaldas, diciendo: ‘Fue mi mano que me salvó'» (Jz 7, 2). Entretanto, el ejército enemigo poseía 135.000 hombres… (cf. Jz 8, 10).
Y le ordenó que diese a todos el aviso: Quien esté con miedo, que vuelva a su casa. «Entonces 22.000 hombres de la tropa volvieron, mientras solo 10.000 quedaron» (Jz 7, 3).
El Señor dijo a Gedeón que todavía era mucha gente, y le mandó que los llevase a beber agua, que había en las proximidades; y agregó: Aquellos que lamiesen «el agua con la lengua, como hace el perro» (Jz 7, 5) deberían ser colocados de lado; los que cogiesen el agua con las manos en concha y la llevasen hasta los labios serían los escogidos.
Apenas 300 hombres tomaron agua dignamente, significando que así dominaban sus pasiones; y con estos Gedeón derrotaría los 135.000 enemigos.
En nuestras obras de evangelización, debemos desear que aumente el número de aquellos con los cuales hacemos apostolado; mucho más que eso, queramos que mejore la calidad, o sea, su virtud.
Por Paulo Francisco Martos
(in Noções de História Sagrada – 40)
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1 – Conferência em 13-10-1990. Apud CLÁ DIAS, João Scognamiglio, EP. Pequeno ofício da Imaculada Conceição comentado. 2. ed. São Paulo: Associação Católica Nossa Senhora de Fátima. 2010, v. I, p. 184.
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