Redacción (Miércoles, 12-08-2015, Gaudium Press) Cuando fallece un ser querido hay una gran tristeza que invade el corazón, queda una sensación de vacío, y surgen infinidad de preguntas: ¿Qué ocurre con las personas que mueren? ¿Nos encontraremos luego con las personas que amamos?, ¿Qué relación tendremos con aquellos que ya no están físicamente?, ¿Cómo superar el dolor ante la muerte del ser querido?… Cuestionamientos a los que se trata de dar respuesta -en muchos casos- acudiendo a los amigos o acercándose a grupos de apoyo frente al duelo, entre otros.
Pero estas respuestas también están en la Biblia que en sus libros ofrece una inmensa luz de esperanza. A continuación ofrecemos algunas claves para superar la muerte de un ser querido desde la Palabra de Dios:
La muerte física no es el fin
Al fallecer sólo muere el cuerpo, pero el alma queda, el espíritu no deja de existir; trasciende, es inmortal. Como lo recuerda el Libro de la Sabiduría 3, 2-4: «A los ojos de los insensatos parecían muertos; su partida de este mundo fue considerada una desgracia y su alejamiento de nosotros, una completa destrucción; pero ellos están en paz. A los ojos de los hombres, ellos fueron castigados, pero su esperanza estaba colmada de inmortalidad».
Santo Entierro de Virgilio Nucci, Iglesia de San Aguistín, Gubbio, Italia / Foto: Gaudium Press. |
Un tema del todo conforme a lo que enseña Jesús en el Nuevo Testamento con la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (Lc 16,19-25): «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a lázaro junto a él. Entonces exclamó: ‘Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan’. ‘Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y lázaro, en cambio, recibió males; ahora el encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento».
Pablo, en la Carta a los Filipenses 1, 21-24, también habla de la trascendencia, del anhelo de Cristo tras la muerte: «Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si la vida en este cuerpo me permite seguir trabajando fructuosamente, ya no sé qué elegir. Me siento urgido de ambas partes: deseo irme para estar con Cristo, porque es mucho mejor, pero por el bien de ustedes es preferible que permanezca en este cuerpo».
El mismo Jesús, justo en el momento de su crucifixión, habló de ésta esperanza, de la vida tras la muerte. Como se lee en el Evangelio según San Lucas 23, 43: «Jesús les respondió: ‘en verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso'».
Y, en el Evangelio según San Juan 11, 25-26, también habla de la resurrección de los muertos: «Jesús le dijo: ‘Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?'».
La relación con nuestros seres queridos difuntos no termina
Al reconocer a Dios como un Dios de vivos y no de muertos, también se cree que la relación con los fieles difuntos no termina con la muerte, así ellos no se les vea físicamente. Como se expone en las Sagradas Escrituras en la Carta a los Hebreos 12, 22-24: «Ustedes, en cambio, se han acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén celestial con sus innumerables ángeles, a la asamblea en fiesta de los primeros ciudadanos del cielo; a Dios, juez universal, al que rodean los espíritus de los justos que ya alcanzaron su perfección; a Jesús, el mediador de la nueva alianza, llevando la sangre que purifica y que clama a Dios con más fuerza que la sangre de Abel».
Resurreción de Cristo, Iglesia de San Martín, Pau / Foto: Gaudium Press. |
Una relación que igualmente continúa con la plegaria de intercesión, como se puede leer en el Segundo Libro de los Macabeos 12, 38-44: «Judas condujo su ejército hasta la ciudad de Odolam. Cuando llegó el séptimo día de la semana, se purificaron según la costumbre y celebraron el sábado en ese lugar. Al día siguiente, no se podía esperar más para levantar los cadáveres de los que habían caído en el combate, y los hombres de Judas fueron a sepultarlos con sus parientes en las tumbas de sus padres; y se encontraron con que bajo las túnicas de cada muerto había idolitos de Jamnia, lo que está prohibido a los judíos por la Ley. Todos, pues, comprendieron que este era el motivo por el que esos hombres habían sucumbido. Entonces bendijeron el comportamiento del Señor, justo Juez, que saca a la luz las cosas ocultas, y le pidieron que el pecado cometido fuera completamente borrado. El heroico Judas animó a la asamblea a que se abstuviera de cualquier pecado, pues acababan de ver con sus propios ojos lo que había ocurrido a sus compañeros, caídos a causa de sus pecados. Luego efectuó una colecta que le permitió mandar a Jerusalén unas dos mil monedas de plata para que se ofreciese allí un sacrificio por el pecado. Era un gesto muy bello y muy noble, motivado por el convencimiento de la resurrección. Porque si no hubiera creído que los que habían caído resucitarían, habría sido inútil y ridículo orar por los muertos».
Finalmente, está la esperanza de reunirnos de nuevo con los seres queridos difuntos, como se narra también en el Libro de los Macabeos 7, 26-29: «En vista de tanta insistencia, ella aceptó persuadir a su hijo. Se aproximó pues donde él y, engañando al cruel tirano, habló así a su hijo en la lengua de sus padres: ‘¡Hijo mío, ten piedad de mí! Te llevé en mis entrañas nueve meses, te amamanté durante tres años, te he alimentado y educado hasta la edad que tienes; me he preocupado en todo de ti. Te suplico pues, hijo mío, que mires el cielo y la tierra, y contemples todo lo que contienen; has de saber que Dios fue quien los hizo de la nada; así apareció la raza humana. No le temas a ese verdugo, sino que muéstrate digno de tus hermanos, acepta la muerte para que te encuentre con tus hermanos en el tiempo de la misericordia'».
Con información de papaboys.org y Aleteia.
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