Redacción (Martes, 12-08-2015, Gaudium Press) En el momento en que los instintos básicos van dominando la psique humana obnubilando la razón y esclavizando la voluntad, es la hora de recordar que el instinto más poderoso que habita en el hombre es el instinto de Dios, que ese aún no se ha apagado, y que cuando bien atendido y cultivado representa su salvación.
Es este un instinto central, esencial, que se descompone en la procura de la Verdad, la Bondad y la Belleza. Es en torno de este instinto que el ser humano se juega su destino, y es ese el instinto más poderoso. Cuando el hombre atiende otros instintos y no los encauza hacia el encuentro de la Verdad, la Bondad y la Belleza, viene el desorden, la angustia interior, esa terrible sensación de frustración, de la flecha que no llegó al blanco, del cirio que no iluminó y que fue desechado, del fruto que no adornó la mesa a la cual estaba destinado, y que sin cumplir su misión se descompuso.
«Y de pronto, después de elevar los ojos al cielo sentimos un campaneo de cristal en el interior del alma, en el momento en que observamos el bello artesonado con rasgos moriscos de las bóvedas…» |
El hombre vive corriendo detrás de placeres y orgullos; pero después de un rápido espejismo de felicidad, el orgullo o el placer conquistado muestra su fatuidad, siendo ésta muchas veces la ocasión para nuevas absurdas carreras, tras otros orgullos, tras locos placeres, impulsado el reo por el vaho sucio y mentiroso del demonio.
Pero en el instinto de Dios está la salvación…
Ese instinto que se ‘activa’ cuando encontramos algo de verdad, algo de bondad, algo de belleza. Cuando por ejemplo escuchamos una exposición bien argumentada, bien concatenada, que impacta por su lógica, por sus premisas fundamentadas, por sus conclusiones bien «amarradas» y casi que espontáneas. Cuando nuestras almas, en un acto generoso, admiran esas construcciones, estamos atendiendo al instinto de Dios-Verdad, y estamos haciendo un acto de amor de Dios. El alma se llena de profunda alegría.
O cuando percibimos la bondad de una madre que atiende con solicitud y renuncia de sí a su niño; o cuando observamos con admiración a un compañero de labores que ha desempeñado de forma excelente su trabajo: en lugar de correr sin contemplar, o peor, de envidiar sin admirar, detengámonos un momento y contemplemos, haciendo así un acto de amor de Dios-Bondad.
O cuando entramos a una iglesia particularmente bella, en donde ya la penumbra y el conjunto de la arquitectura, tras unos minutos, ha aquietado y serenado un espíritu probablemente conturbado. Y de pronto, después de elevar los ojos al cielo sentimos un campaneo de cristal en el interior del alma, en el momento en que observamos el bello artesonado con rasgos moriscos de las bóvedas, de una delicadeza de tonos y de formas especial. Y en lugar de correr, paramos, contemplamos y admiramos, haciendo de esta manera un acto de amor de Dios-Belleza. Y el alma encuentra ahí un gozo especial.
Hemos de encontrar a Dios-Verdad-Bondad-Belleza también en los seres concretos. No somos solo razón, no nos alimentan solo los conceptos, sino que también aquello que entra por los sentidos debe servir para atender el instinto de Dios, para amar a Dios. Y Dios habla por medio del lenguaje de su creación, a aquel que tenga oídos para ello y que oiga.
Esa actitud de contemplación de Dios en el orden creado se puede entender como una vida paralela y superior a la vida de todos los días. Por ejemplo, mientras se discute con un vendedor por el precio de un artículo, la persona ya entrenada puede ir contemplando las grandes o pequeñas maravillas que Dios puso en él. Es una vida solo superada por la vida de la gracia, que con ella se entremezcla.
Es claro que se puede «sentir» más a Dios en lo más perfecto que en lo menos. La grandeza de Dios está mejor reflejada en un castillo como el de Neuschwanstein que en una humilde residencia campesina. Sin embargo hay reflejos de Dios en la humilde vivienda que no se hallan en el castillo de Luis II de Baviera. Y sobre todo, son los conjuntos, diversos y organizados armónicamente los que más reflejan a Dios, como por ejemplo el conjunto de las viviendas, donde también tiene su lugar las pequeñas construcciones cuando en la combinación de sus elementos reflejen perfecciones divinas. En ese sentido, hay que decir que hoy existen apartamentos muy costosos que solo hablan de materia, que no hablan de Dios. Dinero no es sinónimo de reflejo de Dios…
«Sentir» en las pequeñas grandes maravillas de la creación es sobre todo el fruto de una gracia, que ciertamente Dios concederá a aquel que se la pida con humildad, pues Él no quiere otra cosa que entrar en contacto con los hombres, por todas las vías posibles.
Por Saúl Castiblanco
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