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Bien y felicidad

Redacción (Jueves, 13-08-2015, Gaudium Press) El P. Garrigou-Lagrange, Op, afirma que la búsqueda de la propia finalidad es la tendencia de todo lo que existe, «desde el grano de arena hasta Dios. Nuestra inteligencia conoce su propia finalidad: juzgar en conformidad con la naturaleza y con la existencia de las cosas y elevarse a su Causa primera y a su Fin último». 1

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Esa tendencia de la búsqueda de su fin puede ser natural e inconsciente, sin sensibilidad alguna, como ocurre con los seres sin razón: un ser mineral, por ejemplo, siempre tenderá para el centro de la Tierra, para su estabilidad. O con sensibilidad vegetativa, como las plantas tienden para la luz y el calor del Sol; o aún con cierto conocimiento sensible, como los animales que buscan alimento y defienden la propia vida, protegiéndose y evitando los peligros, que para ellos constituyen lo contrario del bien al cual tienden. Ya los seres inteligentes deben querer su fin de modo racional. Por eso, según Santo Tomás, en el hombre, «las cosas para las cuales tienen inclinación natural, la razón aprehende como bienes y, en consecuencia, como algo que debe ser buscado. Y lo contrario de estas son como males, que deben ser evitados». 2

Como ser racional, el hombre es dueño de sus actos, actúa por la razón y por la voluntad, y estas facultades actúan según su libre-arbitrio. La búsqueda del bien como su fin es, por tanto, el principio del actuar humano. Y como el bien propio y fin último de los seres inteligentes es la felicidad, el fin de las acciones humanas tiene que ser la felicidad, 3 búsqueda del hombre de todos los tiempos, meta moral, de carácter metafísico-antropológico, o bienaventuranza. Es esta la adquisición o gozo del Bien Absoluto, el Sumo Bien. 4 Tal felicidad que el hombre busca con deseo infinito no es sino Dios. Con razón dice el Catecismo de la Iglesia Católica: «El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, ya que el hombre es creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer el hombre a sí, y solamente en Dios el hombre ha de encontrar la verdad y la felicidad que no cesa de buscar» (CCE 27).

Es por eso, que dice el P. Garrigou-Lagrange, 5 que cuando el niño llega al uso de la razón, tiene la intuición simple del primer principio de la ley moral: «Es preciso hacer el bien y evitar el mal», pues este último es lo opuesto de su anhelo primero, la felicidad. Él hace uso de las propias palabras de Santo Tomás:

Así como la primera mirada de la inteligencia especulativa lleva al ser, la del entendimiento práctico lleva al bien. Pues todo agente obra por un fin, que es un bien. Y, por tanto, el primer principio de la razón práctica está fundado en la noción de bien. Y se expresa así: es preciso hacer el bien y evitar el mal; este es el primer precepto de la ley natural, sobre el cual se fundamentan todos los demás. 6

Tan elevada idea tiene Santo Tomás de esta primera mirada de la inteligencia sobre el bien, que, según él, queda justificado el niño no bautizado, educado entre los paganos si, al llegar al pleno uso de la razón, ama un bien honesto en sí superior, más que a ella misma, según afirma el P. Garrigou-Lagrange. 7 ¿Por qué? Porque así ama a Dios, autor de la naturaleza y soberano Bien, confusamente conocido; amor eficaz, que en estado de caída no es posible sino por la gracia que eleva y cura. 8 Y va más allá, todavía, con una audacia admirable: «Cuando comienza a tener uso de razón, lo primero que el hombre debe hacer es deliberar sobre sí mismo. Y, si ordena su vida al debido fin, al verdadero bien (amando eficazmente el bien honesto más que a sí mismo), recibe por la gracia la remisión del pecado original». 9 Esta es una de las formas del bautismo de deseo, porque manifiesta una misteriosa luz sobrenatural, suficiente para un acto de fe sobrenatural y para la infusión de la gracia santificante y la caridad, sin las cuales no sería perdonada la culpa original.10

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Estos principios todos, llamados de primeros, son indelebles, no pueden ser borrados del ser del hombre. Con todo, los deseos desordenados y las pasiones desequilibradas de la naturaleza humana pueden aplicarlos mal o hacer mal uso de ellos. Pero es preciso una racionalización – o sea, dar una justificativa racional -, para permitir que la transgresión sea aceptada por la propia inteligencia.

Por eso es imposible al hombre hacer el mal por el mal. Siempre precisa darle una apariencia de bien, para que todo su ser se lance, como la realización y el encuentro con su propio fin. E, incluso así, en el caso de una transgresión racionalizada, esta noción genérica y verdadera de bien aún permanecerá en una especie de «cámara oscura» del alma. De manera que, de a poco, se puede trabajar esta idea olvidada, por ejemplo, en el contacto con alguien virtuoso, en quien se encuentra el bien «encarnado». En ese contacto, el transgresor puede sentir la necesidad, entonces, de ir a la ‘recherche d’une notion perdue’. Es por donde, muchas veces, personas entregadas al vicio pueden venir a regenerarse, revirtiendo el proceso. 11

Por la Hna. Juliane Vasconcelos Almeida Campos, EP
(in «Revista Lumen Veritatis» – Vol. 6 – Nº 22 – Janeiro a Março – 2013)

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1) GARRIGOU-LAGRANGE, Réginald. El realismo del principio de finalidad. Buenos Aires: Desclée de Brouwer, 1947, p. 11.
2) TOMÁS DE AQUINO, Santo. Suma Teológica, I-II, q. 94, a. 2. Do ser ao Ser: um encontro com Deus
3) A esse respeito, ver: Id. Suma Teológica, I-II, q. 1, a. 1; Suma contra os Gentios, lib. I, c. 100, n. 2-3.
4) Cf. Id. Suma Teológica. I-II, q. 3, a. 1; ad 2.
5) Cf. GARRIGOU-LAGRANGE. El sentido común: la filosofía del ser y las fórmulas dogmáticas. Op. cit. p. 336-338.
6) TOMÁS DE AQUINO, Santo. Suma Teológica, I-II, q. 94, a. 2.
7) Cf. GARRIGOU-LAGRANGE. El sentido común: la filosofía del ser y las fórmulas dogmáticas. Op. cit. p. 338.
8) Cf. TOMÁS DE AQUINO, Santo. Suma Teológica, I-II, q. 109, a. 3, co.
9) Ibid. q. 89, a. 6.
10) Cf. GARRIGOU-LAGRANGE. El sentido común: la filosofía del ser y las fórmulas dogmáticas. Op. cit. p. 339.
11) Cf. CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Primeiro olhar e inocência. São Paulo, 29 maio 1974. Palestra. (Arquivo IFAT).

 

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