Bogotá (Viernes, 14-08-2015, Gaudium Press) En solemne ceremonia el pasado sábado en las horas de la mañana, fue «dedicada» la iglesia Nuestra Señora de Fátima de los Heraldos del Evangelio, ubicada en Tocancipá, en las afueras de la capital colombiana. La celebración ha sido presidida por Mons. Héctor Cubillos Peña, obispo de Zipaquirá. Asistieron a la dedicación de la iglesia alrededor de 9.000 personas.
La Dedicación de un templo es como su ‘bautismo’. Es éste un rito que hunde sus raíces en los primeros tiempos de la Iglesia y que tiene por finalidad principal la habilitación del altar como ara, como mesa de Cristo, lugar donde se renovará de manera incruenta el sublime sacrificio redentor del Salvador de la humanidad. La eucaristía es «fuente y cima de toda la vida cristiana». La eucaristía es el centro y culmen de la vida de la Iglesia. Por ello ésta reviste la dedicación de un templo con una pompa y solemnidad especial.
Cortejo de entrada de la ceremonia Foto: Ricardo Castelo Branco / Gaudium Press |
El rito de Dedicación, que se realiza en el marco de una eucaristía, da a ésta características especiales, particularidades que estuvieron vistosamente presentes en la ceremonia de dedicación de la iglesia de los Heraldos el pasado sábado.
Tras la entrada en cortejo de la imagen de la Virgen de Fátima al templo, ingresó Mons. Cubillos, acompañado de los varios sacerdotes concelebrantes, ceremoniario, diáconos y acólitos. El obispo de Zipaquirá, con paso cadenciado marcado por el apoyo de su báculo de pastor, ofrecía sus bendiciones a los feligreses que ya se habían sumergido en la atmósfera sacral de la ceremonia, y que recibían el sacramental con absoluta piedad. Es tradición la ‘entrega’ de las llaves de la Iglesia. El ingeniero encargado de la construcción se las ofreció al Sr. Obispo ya ubicado en el presbiterio, quien se las cedió luego al P. Carlos Tejedor, Superior de los Heraldos del Evangelio en Colombia, presbítero encargado de la administración del templo que estaba siendo dedicado.
En una misa de dedicación el Acto Penitencial se reemplaza por el rociamiento al pueblo con el agua bendita. Esta especificidad se trasformó en un gesto de delicadeza para las más de seis mil personas que no pudieron entrar a la iglesia, y que asistían a la ceremonia en carpas provistas de grandes pantallas de televisión. En efecto, mientras algunos sacerdotes aspergían de agua bendita a los fieles al interior del templo, el propio obispo celebrante recorrió los espacios donde se hallaba la feligresía afuera. Mientras, el Coro acompañaba el acto con las bellas melodías del ‘Sicut Cervus’, maravilloso canto polifónico de autoría de Giovanni Pierluigi da Palestrina: «Sicut Cervus desiderat ad fontes aquarum, ita desiderat animea ad te Deus…» – Así como el Ciervo desea los manantiales de agua, así te desea mi alma, Dios – . Verdaderamente, en el templo los fieles podrán abrevarse del agua viva del Alimento eucarístico y de la Palabra de Dios.
Mons. Cubillos Peña entrega la llave de la iglesia al P. Carlos Tejedor, EP |
Homilía de Mons. Cubillos Peña
Tras las lecturas de la Escritura (tomadas del libro de Nehemías, del Salmo 18, de la Carta a los Efesios y el texto del Evangelio de San Juan en el que Jesús profetiza la reconstrucción del «Templo» de su cuerpo en tres días – Jn 2, 10-22), Mons. Cubillos Peña profirió sentida y profunda homilía.
El prelado destacó que la palabra «Dedicación» expresaba la acción que se estaba realizando en esos momentos. Dedicación es un acto de entrega, de consagración, en el que se pide al Señor que tome para sí la obra material de la iglesia que se está dedicando. Es un acto de ofrenda al Señor del templo, con la particularidad que se ofrece a Dios de lo que Él mismo nos da, sus bienes, como ocurre con las ofrendas de la misa, el pan y el vino.
«Este templo maravilloso y bellísimo es la ofrenda», donde a su vez se ofrecerá, de múltiples formas, los dones infinitamente bellos de Dios. «Estamos llenos de alegría, experimentando el gozo de esta celebración», afirmó con gozo el prelado celebrante principal. «Este templo material nos está diciendo a nosotros lo que somos como templo espiritual, como Iglesia».
«El templo material tiene un centro», resaltó Mons. Cubillos. Ese centro es el altar, «la mesa donde se sirve el alimento de la vida eterna», altar que también «nos recuerda el sacrificio de Cristo en la Cruz». «El altar es el símbolo de Cristo Nuestro Señor» y Cristo debe ser el centro de todo. «Cristo es la Verdad, Cristo es el amor». Lo que está llamado a ser Cristo para nosotros y para el mundo, eso es lo que está representado en el altar.
El Obispo de Zipaquirá se refirió en su sermón a la previa entrada del Leccionario a la iglesia, libro de lecturas sagradas que fue colocado en el ambón, al lado del altar, simbolizando que es también el templo el lugar donde los fieles escuchan «la proclamación de la Palabra de Dios».
Finalmente Mons. Cubillos expresó que la ceremonia recordaba que todos están llamados a pertenecer la familia de los Hijos de Dios, la Iglesia, a la cual se ingresa por el bautismo, y a la que se entra para servir, unos como ministros y otros como meros fieles, todos sirviendo de acuerdo al mandamiento del amor.
Otra particularidad de las misas de dedicación es la «Colocación de las reliquias» en el altar, la cual se realiza después de la lectura o canto de las letanías de todos los Santos, que reemplaza la oración de los fieles. Debajo del ara – que en sentido lato es altar pero en sentido estricto es la losa o piedra superior del altar – fueron colocadas reliquias de santos mártires españoles, de santos carmelitas y de santos patronos de los Heraldos del Evangelio.
Oración de Dedicación, la Unción, la Incensación, el Revestimiento y la Iluminación del Altar
Tras la colocación de reliquias, se siguió la oración de Dedicación, la Unción, la Incensación, el Revestimiento y la Iluminación del Altar.
«Aquí las aguas de la divina gracia cubran los pecados de los hombres… Aquí tus fieles, rodeando la mesa del altar, celebren el memorial de la Pascua… Aquí resuene alegre la oblación de la alabanza… Aquí los pobres encuentren misericordia, los oprimidos obtengan la verdadera libertad, y todos los hombres se revistan con la dignidad de hijos tuyos, hasta que lleguen, llenos de alegría, a la Jerusalén celestial», rezó la plegaria de Dedicación, previa al ungimiento.
El altar es ungido con el crisma, aceite sagrado con el cual se frota también a reyes, sacerdotes y pontífices. Con la unción, el altar se torna símbolo de Jesús Redentor, el «Ungido» por excelencia de Dios, quien en el altar de su cuerpo sacrosanto ofreció el sacrificio de su vida, y se tornó víctima perfecta por la salvación del pueblo. En la unción Mons. Cubillos Peña, revestido con un gremial de lino a la manera de digno delantal, trazó sobre el altar cinco cruces con el aceite sagrado, cruces que simbolizan místicamente las llagas benditas de Jesús recibidas en la Pasión. Las paredes de la iglesia fueron ungidas por sacerdotes de la diócesis de Zipaquirá, que recorrieron todas las naves marcando con el Santo Crisma doce cruces, debidamente dispuestas para ello.
Tras la unción, y en uno de los momentos más emocionantes de la ceremonia, un gran recipiente plateado conteniendo brasas es ofrecido al obispo celebrante, en el cuál deposita abundante y odorífero incienso que se transforma en sugestivo humo. La fuerte y decidida humarada subió lentamente hacia las azules cúpulas góticas, seguida de las miradas expectantes y contentas de todos, como símbolo del buen aroma del sacrificio de Cristo que sube hasta el Padre Eterno, sacrificio redentor que vehicula y sirve de propiciación a las esperanzas y los pedidos de los fieles. Por su vez, ayudantes del altar recorrían los pasillos con turíbulos incensarios, llenando de una agradable ‘niebla’ todo el recinto. Después siguió el revestimiento del altar, su iluminación, la liturgia eucarística, la comunión, las oraciones finales y la procesión de salida secundada por las notas del Hallelujah del Mesías de Handel, que expresaban el júbilo y el agradecimiento a Dios por este lugar de bendición.
Lentamente, sin prisa y casi que sin verdadero deseo, los fieles fueron saliendo del templo. En sentido contrario, quienes estaban afuera ingresaban, para percibir los aromas de la gracia de la celebración aun presente. Durante buenos minutos y a pesar de lo extenso de la ceremonia, numerosos fieles permanecieron en los espacios del templo y sus alrededores. Preludio y confirmación de que allí regresarán. Tal vez llevando a otros, tras hacer apostolado, invitándolos a ingresar o renovar su presencia al interior de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo.
Gaudium Press / S. C.
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