viernes, 22 de noviembre de 2024
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¡Que venga el Reino de Cristo y el Reino de María!

Redacción (Jueves, 27-08-2015, Gaudium Press) De las profundas tinieblas del pecado, entregada a merced de su propia concupiscencia y pasiones desenfrenadas, parecía estar la humanidad regida por el «príncipe» de las tinieblas, o sea, el demonio.

Después de largos siglos de gemidos, a la espera de un Liberador, Dios envió al mundo su Hijo Primogénito en rescate de esta humanidad extraviada de su único Señor y Dios.

1.jpgAnalizando el actuar de Dios en el transcurso de la Historia, puede surgir en nuestro espíritu la siguiente cuestión: ¿por qué habría Dios permitido que hubiese en la obra de la creación el pecado? ¿No habría sido mejor crear un mundo donde este no existiese, y en el cual todos fuesen, por tanto, santísimos y perfectos? ¿Se habría Dios equivocado al crear este mundo?

¡Cuán infeliz y equivocado estaría quien así pensase! Partiendo del principio de que todo lo que Dios hace es perfecto, habiendo él creado un mundo donde existe el pecado, era lo que había de mejor y más santo.

Afirman los teólogos que si no hubiese habido el pecado de nuestros primeros padres, el Verbo Eterno no habría tomado nuestra misma carne. Y concluyen que, aunque el pecado haya sido un mal, significó una gran ventaja para el hombre. Por eso, la Liturgia canta en el Sábado Santo: «¡O felix culpa, quae talem ac tantum meruit habere Redemptorem!» – «¡Oh culpa tan feliz que ha merecido la gracia de un tan grande Redentor!». 1

Es decir, sin la culpa original no tendríamos la felicidad de poseer al propio Dios Encarnado como nuestro Salvador. Debemos, entonces, reconocer que la Encarnación del Verbo es el episodio culminante de la Historia de la humanidad, que la dividió en dos: un antes y un después.

Quizá, sin la Encarnación y la Redención no tendríamos pruebas tan palpables del extremo e ilimitado amor de Dios por nosotros. Mayor prueba de amor que esta jamás hubo ni habrá. Tal magnífica obra de bondad y misericordia no tendría su esplendor y no se pondría tan en manifiesto a los hombres, como ocurrió al existir el pecado. Y, sobre todo, no tendríamos una Madre y Abogada actuando a nuestro favor -pecadores que somos-, como medianera entre Dios y los hombres, María Santísima.

Según Garrigou-Lagrange, «la encarnación del Verbo fortifica, así, grandemente, nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra caridad, nos da el ejemplo de todas las virtudes y, sobre todo, es el principio, en la santísima Alma de Jesús, de un acto de amor redentor, que agrada más a Dios que lo que todos los pecados puedan desagradarle. […]. Verdaderamente, podemos, con una profunda gratitud, decir como San Pablo: «Dios que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo, por cuya gracia habéis sido salvados». 2

Por tanto, más que una mera reparación, la Encarnación y la Redención fueron por donde el verdadero Reino de Dios fue triunfalmente traído a la faz de la Tierra: «es que el Reino de Dios está en medio de vosotros» (Lc 17, 21).

Y este Reino se mantiene entre nosotros por la presencia de su Cuerpo Místico, del cual todos los bautizados forman parte como miembros vivos: la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana. «Ella reluce todo cuanto hay en Él, cuando visto en su autenticidad […].

Ver la Santa Iglesia Católica es ver a Nuestro Señor Jesucristo» 3. Es en ella que están atesorados los beneficios de la Redención; es por su influencia «que nacen todas las condiciones para una sociedad virtuosa» 4, que permiten cumplir en esta Tierra el pedido de todos los cristianos desde hace dos mil años: «sea hecha vuestra voluntad, así de la Tierra como en el Cielo» (Mt 6, 10).

Entretanto, si por culpa de los propios hombres que se dejan llevar por sus «leyes contradictorias» este pedido aún no se realizó en su perfección en esta Tierra, el misterio de amor de la Redención nos lleva a creer que un día vendrá en que sus frutos alcanzarán la plenitud y la gracia hará aquello que la naturaleza por sí misma no es capaz: «donde abundó el pecado, superabundó la gracia» (Rm 5, 20).

Y si Cristo quiso venir al mundo para traer la salvación y la gracia por medio de María Santísima, es también por Ella que Él quiere reinar en los corazones de los hombres.

¡Adveniat Regnum Christi, adveniat Regnum Mariae!

Por Caroline Fugiyama Nunes

(Del Instituto Filosófico e Teológico Santa Escolástica)
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1 – LITURGIA DA RESSURREIÇÃO DO SENHOR. Vigília Pascal. In: MISSAL ROMANO. Trad. portuguesa da 2a. ed. típica para o Brasil realizada e publicada pela CNBB com acréscimos aprovados pela Sé Apostólica. 9. ed. São Paulo: Paulus, 2004. p. 275.

2 – GARRIGOU-LAGRANGE, Réginald. El Salvador y su amor por nosotros. Trad. José Antonio Millán. Madrid: Rialp, 1977. p. 170.

3 – CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. O Patriarcado e o Sagrado Coração de Jesus: Conferência. São Paulo, 11 jan. 1986. (Arquivo IFTE).

4 – Loc. cit.

 

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