Redacción (Viernes, 28-08-2015, Gaudium Press) El universo no es más que un símbolo. No podía ser otra cosa, pues toda obra refleja a su autor, y por ello el universo es símbolo de Dios. En ese sentido es el universo un camino para llegar a Dios.
Ocurre que nuestros espíritus han sido deformados, de tal manera que sólo encontramos en las cosas materiales -incluso en las más bellas- eso que tienen de superficial que es la materia. Pero el gran mensaje que portan las cosas, noticia de Dios, ese mensaje normalmente permanece oculto a nuestras almas.
El universo material -especialmente en sus componentes más bellos- es una invitación a volar rumbo a Dios. Intentemos ejemplificar.
En varias ocasiones hemos caminado junto al Castillo de Sant’Angelo, antigua fortaleza de los Papas hoy museo, a pocas cuadras de la Plaza de San Pedro en Roma. Entretanto, nunca hicimos el ejercicio que intentaremos hacer ahora, buscando el simbolismo divino allí presente.
La primera impresión que surge de la contemplación del Castillo es la de fortaleza, de una construcción hecha para resguardar con valentía y decisión algo de gran valor. Y realmente, históricamente, así lo fue.
No diremos que el Castillo es leve, o que su presencia nos sugiere en un primer momento la elegancia. Él no tiene ínfulas de caballero ricamente ataviado en salón de baile versallesco. Sant’Angelo sí es un digno caballero, pero custodiando un lugar crítico, con las armas necesarias y adecuadas para cumplir a cabalidad su misión; un caballero tranquilo, sereno, pero serio, y listo a la acción.
El San Miguel Arcángel de la parte superior corona perfectamente el Castillo, pues acentúa con un toque sobrenatural la impresión de fortaleza, al tiempo que le agrega sacralidad al conjunto: lo que custodian el Castillo con sus rocas y torreones y el Príncipe de las huestes angélicas, es algo que tiene carácter de sagrado, no es simplemente algo de valor mundano.
Hasta aquí las impresiones rápidas que el Castillo de noche nos sugiere. Ahora, el sueño, siempre a la búsqueda de la más profunda realidad oculta en el símbolo.
¿Qué podríamos soñar a partir del Castillo de Sant’Angelo?
Podríamos imaginar un mundo donde inclusos los pequeños acontecimientos alcanzan la categoría de grandes o pequeñas trascendencias, pues los hombres tendrían una conciencia clara de que todo lo que se hace tiene repercusión, sea en la tierra, en el cielo o en el infierno. Si se respeta un ambiente como el de un Castillo arquetípico de Sant’Angelo, no hay allí lugar para la superficialidad, para la frivolidad tonta, para la risa constante y despreocupada. El Castillo de Sant’Angelo de los sueños no tiene nada que ver con Hollywood.
El Castillo de Sant’Angelo nos invita a pensar en hombres curtidos por el sufrimiento, hombres que ya han pasado por los más duros trances y de ellos han salido, tal vez heridos, pero victoriosos. Hombres que por haber enfrentado con valor los más amenazantes riesgos, las cosas pequeñas de la vida que obnubilan la mente de la gran mayoría de los hombres no los inquietan. Para alguien que se enfrentó muchas veces a la muerte, pasar un día con escaso alimento es pequeña cosa, no lo abala. Y por ello, hombres que difunden en torno de sí una mezcla de paz con serenidad resignada, en la que puede estar presente también una nota de bondad y compasión hacia quienes comienzan ingenuos el camino de esta vida de dolor: ellos también, en un momento de sus vidas peleaban como las gaviotas por un mendrugo de pan. Ahora son águilas que vuelan muy alto, ven todo desde lo alto.
El Castillo de Sant’Angelo nos invita a considerar la paz en la que habita quien ha construido en torno de sí, con sacrificio, la muralla de la virtud y dentro descansa profundamente. Alguien que día tras días fue combatiendo con paciencia y constancia tal mala inclinación, fue rechazando una y otra vez tal tentación, tal solicitación, hasta que la práctica de la virtud se convirtió en una segunda naturaleza, algo como que espontáneo. La virtud se transformó en su gruesa fuerte y alta muralla, al interior de la cual él reposa. Todos los días ese hombre colocaba una roca, agregaba algo de argamasa, hasta el momento feliz en que surgió magnífico, el bello, austero y fuerte castillo de su virtud.
Repasando estas últimas líneas, surgen los conceptos de virtud, de fortaleza, de constancia, de valor, de serenidad, de bondad, de compasión, de trascendencia, de profundidad, todos expresando cualidades que en tamaño infinito se hallan en Dios. Así, la contemplación e imaginación a partir del Sant’Angelo nos puede acercar a la esencia de Dios.
Pero para que el egoísmo no nos impida hacer ese tipo de ejercicio, que es altamente gratificante, debemos acudir a la oración, a la gracia de Dios, pues realmente es el egoísmo materialista algo muy fuerte que apaga, que encierra, que agota.
Por Saúl Castiblanco
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