Redacción (Martes, 08-09-2015, Gaudium Press) «Hoy nace una clara estrella, tan divina y celestial, que con ser estrella, es tal, que el mismo Sol nace de ella. De Ana y de Joaquín, oriente de aquella estrella divina, sale su luz clara y digna de ser pura eternamente: el alba más clara y bella no le puede ser igual, que, en con ser estrella, es tal, que el mismo Sol nace de ella. No le iguala lumbre alguna de cuantas bordan el cielo, porque es el humilde suelo de sus pies la blanca luna: nace en el suelo tan bella y con luz tan celestial, que, con ser estrella, es tal, que el mismo Sol nace de ella».
Así dice el himno de Laudes de la solemnidad de la Natividad de la Virgen Santísima que conmemoramos cada 8 de septiembre, festividad que se celebra desde el Papa San Gregorio (687-701), quien estableció oficialmente las conmemoraciones marianas de la Anunciación, la Asunción, la Purificación, además del natalicio de María.
Virgen Nina, Museo de Lérida, España / Foto: Gaudium Press. |
En este día especial, en el que se celebra a la Virgen y Madre, vale la pena poner la mirada en aquella que con su Sí a Dios, la concebida sin pecado, la escogida y predilecta de Dios, se convirtió en cooperadora del Plan de Salvación, es decir, en nuestras co-redentora.
La Virgen María, descendiente de la estirpe de Abraham y del linaje del Rey David, llegó al mundo sin mancha desde el seno del hogar de los ya mayores San Joaquín y Santa Ana, cumpliéndose la promesa hecha por Dios que enviaría al mundo una mujer sin pecado cuya descendencia aplastaría la cabeza de la serpiente tras el pecado original de Adán y Eva.
En efecto Dios escogió a María para que de Ella naciera la salvación del mundo, pero para eso necesitó del Sí de la Virgen, sin el cual el acontecimiento redentor no sería posible. «Así María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de Dios omnipotente. Con razón, pues, piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres», recuerda la Constitución Dogmática sobre la Iglesia ‘Lumen Gentium’ del Papa Pablo VI.
San Juan Pablo II en la Carta Apostólica ‘Mulieris Dignitatem’ se refiere a María, la ‘Nueva Eva’, y al acontecimiento redentor de la siguiente manera: «María es testigo del nuevo ‘principio’ y de la ‘nueva criatura’ (cf. 2 Cor 5, 17). Es más, ella misma, como la primera redimida en la historia de la salvación, es ‘una nueva criatura’; es la ‘llena de gracia’ (…) En ella tiene su comienzo la nueva y definitiva Alianza de Dios con la humanidad, la Alianza en la Sangre redentora de Cristo. Esta Alianza tiene su comienzo con una mujer, la ‘mujer’, en la Anunciación de Nazaret. Esta es la absoluta novedad del Evangelio»
Nuestra Señora de la Luz, Iglesia de San Andrés, La Coruña / Foto: Gaudium Press. |
Y al ser Madre del Redentor, María se hace también Madre de la humanidad. Como está también consignado en la Constitución ‘Lumen Gentium’: «Este misterio divino de la salvación nos es revelado y se continúa en la Iglesia, que fue fundada por el Señor como cuerpo suyo, y en la que los fieles, unidos a Cristo Cabeza y en comunión con todos sus santos, deben venerar también la memoria ‘en primer lugar de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo'».
En efecto -prosigue el documento-, «la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor. Redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo, y unida a Él con un vínculo estrecho e indisoluble, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo; con el don de una gracia tan extraordinaria aventaja con creces a todas las otras criaturas, celestiales y terrenas».
Con información de Vatican.va y pildorasdefe.net.
Gaudium Press / Sonia Trujillo
Deje su Comentario