sábado, 23 de noviembre de 2024
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Los Ángeles en la vida de los Santos – Parte I

Redacción (Martes, 29-09-2015, Gaudium Press) El Ángel de la Guarda nos acompaña siempre a cada uno de nosotros, pero pocas personas reciben la gracia de poder sentir físicamente la presencia de ese protector.

Nuestros Ángeles guardianes permanecen a nuestro lado incansables, solícitos, bondadosos, listos para ayudarnos en todo cuanto requiramos, ya sean necesidades materiales o espirituales. Veamos algunos ejemplos de personas favorecidas con la gracia de ver a su Ángel de la Guarda y conversar él en repetidas ocasiones.

Por cierto, en nuestros días inquietos, eso contribuirá para aumentar en nosotros la devoción a nuestro mejor amigo, y nos estimulará a recurrir con más empeño a su concurso.

Santa Gemma Galgani

«¿No tienes vergüenza de pecar en mi presencia?»

Santa Gemma Galgani (1878-1903) tuvo la constante compañía de su Ángel protector, con quien mantenía un trato familiar. Ella lo veía, rezaban juntos, y él hasta incluso dejaba que ella lo tocase. En fin, Santa Gemma tenía su Ángel de la Guarda en la condición de un amigo siempre presente. Él le prestaba todo tipo de ayuda, incluso llevando mensajes a su confesor, en Roma.

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Este sacerdote, el padre Germano de Santo Estanislao, de la Orden de los Pasionistas, fundada por San Pablo de la Cruz, dejó en una narración la convivencia de Santa Gemma con su celeste protector: «Frecuentes veces al preguntarle yo si el Ángel de la Guarda permanecía siempre en su puesto, al lado de ella, Gemma se volvía para él con unas ganas encantadoras y luego se quedaba en un éxtasis de admiración todo el tiempo que lo fijaba». Ella lo veía durante todo el día. Al dormir le pedía que velase a la cabecera de la cama y que le hiciese una señal de la Cruz en la frente. Cuando despertaba, por la mañana, tenía la inmensa alegría de verlo a su lado, como ella misma contó a su confesor: «Esta mañana, cuando me desperté, allá lo tenía junto a mí».

Cuando iba confesarse y precisaba de auxilio, sin demora su Ángel la ayudaba, según cuenta: «[Él] me trae al espíritu las ideas, me dicta hasta algunas palabras, de forma que no siento dificultad en escribir». Además de eso, su Ángel de la Guarda era un sublime maestro de vida espiritual, enseñándole cómo proceder rectamente: «Recuerda, hija mía, que el alma que ama a Jesús habla poco y se abniega mucho. Te ordeno, de parte de Jesús, que nunca des tu parecer si no te es pedido, y que no defiendas tu opinión, sino que cedas luego». Y todavía agregaba: «Cuando cometieres cualquier falta, acúsate luego de ella sin esperar que te interroguen. En fin, no te olvides de resguardar los ojos, porque los ojos mortificados verán las bellezas del Cielo».

A pesar de no ser religiosa, llevando una vida común, Santa Gemma Galgani deseaba consagrarse de manera más perfecta al servicio de Nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, como a veces puede suceder, el simple anhelo de santidad no basta; es preciso la sabia instrucción de quien nos guía, aplicada con firmeza. Y así acontecía a Santa Gemma. Su suavísimo y celeste compañero, que todo el tiempo estaba bajo su mirada, no colocaba de lado la severidad cuando, por algún deslice, su protegida dejaba de seguir las vías de la perfección. Cuando, por ejemplo, resolvió usar algunas joyas de oro, con cierto complacimiento, para visitar un pariente de quien las había recibido de regalo, oyó una saludable amonestación de su Ángel, al regresar a casa, que la miraba con severidad: «Recuerda que los collares preciosos, para adorno de la esposa de un Rey crucificado, solo pueden ser sus espinas y su Cruz».

Fuese cual fuese la ocasión en que Santa Gemma se desviase de la santidad, luego una angélica censura se hacía oír: «¿No tienes vergüenza de pecar en mi presencia?». Además de custodio, bien se ve que el Ángel de la Guarda desempeña el excelente oficio de maestro de perfección y modelo de santidad.

(Revista Arautos do Evangelho)

 

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